domingo, 13 de abril de 2008

MICRORRELATOS, Correa, Mena, Ortega Garrido, Nieto

Juego de niños
En mi calle vive un niño que le decimos el Ti Lin y todos los días nos vamos juntos al colegio. El Ti Lin tiene nueve años, igual que yo, y dice que es español porque ha nacido en España, pero que sus padres son chinos porque han nacido en China. El Ti Lin tiene los ojos, así, para arriba, como dos rayas de boli y tiene la cabeza tan gorda como un balón de fútbol. El Ti Lin es que habla con sus padres de una forma ¡más rara! El primer día que don Máximo lo llamó, toda la clase se rió que ni te cuento. ¡Joder! Es que el tío tiene un nombre que suena a campanilla. Nos descojonábamos y el tío, nada, que ni se coscaba. El Ti Lín, entonces, no hablaba con casi nadie o mejor dicho, ninguno de la clase quería saber nada del Ti Lin. En los recreos venía y nos preguntaba que a qué jugábamos, y nosotros que a “nada”, y el Ti Lin se iba porque sabía que “nada” quería decir “vete que no queremos nada contigo”. A mí, la verdad, es que no me gustaba que lo trataran de aquella manera, me daba no sé qué, pero es que yo no ponía las normas y además tampoco quería líos, yo lo único que quería y que quiero es jugar al fútbol. Nosotros no éramos los únicos que no queríamos nada con el Ti Lin, que conste; los sudacas y los negros tampoco lo querían en su equipo. “¿Dónde vas con esa jeta, tío?”, le decían. Un día el Rafi, un delantero nuestro, se lesionó y no tuvimos más cojones que dejar que jugara el Ti Lin. ¡Qué partidazo, tío! Memorable, de los que hacen época. De cinco goles, el tío va y se marca cuatro. Nos dejó a todos planchados. Juega igual que Raúl, bueno, igual no, pero casi. ¡Cinco a cero! ¡Menudo fichaje! Es el jugador más habilidoso que ha pisado el patio del colegio. Ahora, hasta nos peleamos porque juegue en nuestro equipo. Pero el Ti Lin se da unos aires que te cagas y hasta pone las normas, mira tú. Qué se le va a hacer… El fútbol es así.
Celia Correa
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Hamlet

“Soy Hamlet, príncipe de Dinamarca”, dijo, “y he venido a vengar la muerte de mi padre”. Pero la traducción era tan mala que en sus ojos ardían gasolineras y torres de alta tensión. Parecía tan triste y confundido esta vez, que decidí tachar párrafos enteros y componer otros nuevos, borré sintagmas y añadí adverbios y adjetivos. De modo que aquel muchacho que había cruzado el infierno sacó un puñal de donde nunca había existido, y enloquecido se arrojó contra el rey y sus sirvientes, dándoles muerte a todos y a sí mismo. Maldiciendo todo aquello que había quedado pendiente de decir en las demás traducciones.

Él, que era Hamlet, príncipe de Dinamarca, y que también era yo.
David Mena
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La estatua de la plaza de Mayo
Apareció un día cualquiera de primavera en la plaza de Mayo, subido en un pequeño pedestal. Iba vestido de época y se había pintado de gris desde el sombrero a las botas. Permanecía inmóvil con la mano en el cinto, dispuesto a sacar la espada ante cualquier afrenta, y sólo cambiaba de posición al ritmo de las monedas que dejaban en el suelo los turistas, los niños y algunos curiosos. Bastaba un ligero “clin” para que desenvainase y se batiese, con gran destreza y agilidad, contra un enemigo imaginario. Después, volvía a envainar la espada, fijaba la mirada en un lugar de la plaza y se quedaba quieto. Cuando se declaró la crisis y faltaron las monedas, no se bajó de su pedestal. Desde entonces las palomas se apoyan en él y un empleado del Ayuntamiento viene, cada tres o cuatro días, a pasarle un trapo y sacarle brillo.
Ernesto Ortega Garrido
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De muerte natural
El hombre bala ha muerto. De un solo disparo. Ella estaba allí cuando sucedió. Necesitaba sentir la tensión en la garganta al verlo salir proyectado de la crisálida de acero. No podía evitarlo. Su vida, sin riesgo, no era nada. Pero tenía miedo a la altura. A la velocidad. Al dolor. Así que encontró el placer de disfrutar del peligro que los demás se atrevían a correr. Iba todos los días a dibujar con la cabeza, desde su asiento de tercera fila, la parábola perfecta que el hombre bala perfilaba en el aire. La culminación llegaba cuando alcanzaba el punto de inflexión, quedaba suspendido por unos instantes y todo parecía detenerse. También lo hacía el tiempo, hasta que la gravedad decidía resolver la duda y el hombre bala, Ícaro sin alas, caía al fin en el mar de aplausos.Ayer, desde la tercera fila, alguien del público disparó al hombre bala antes de que finalizara la ascensión. El hombre bala murió. De un solo disparo.
Belén Nieto



MICRORRELATOS GANADORES FERIA DEL LIBRO DE GRANADA 2002-2005

2 comments:

julián dijo...

Me gustan especialmente los dos últimos. El de la estatua de mayo me recuerda ( no tanto el tema pero sí el tono)esa canción tan hermosa de Ana Belén "A la sombra de un leon" (apta solo para carrozas, vinilos y otras especies en peligro de reedición)

santiago jimenez lua dijo...

El relato del niño chino es buenísimo, es una manera sutil de criticar la xenofobia.
Los niños siempre dicen la última palabra.
Santiago