jueves, 13 de mayo de 2010

GAFAS NEGRAS, Roger Wolfe



Gafas negras

Dos días en la cama, leyendo. Estoy más tieso que una tabla de escurrir la loza, como decimos en inglés.
Cuando me entra el bajón me meto en la cama y me pongo a leer literatura de evasión. Mientras tanto, las tareas pendientes se acumulan como cacharros sucios en el fregadero de mi mente enferma. Y no sólo en el fregadero de mi mente, claro; se acumulan de verdad. Uno de estos días me voy a quedar enterrado bajo la basura y ya no voy a poder salir.
Mi mujer me dice: «Tienes un trabajo envidiable. Y una hija maravillosa, que te adora. Y me tienes a mí. No sé qué puedo ha­cer para ayudarte.. Me siento Impotente; incapaz de hacer nada por ti...».
Tiene razón. Pero estos bajones no soy capaz de controlarlos. Hace tan sólo unos días, sentía que subía, y tampoco eso hubiera podido controlarlo.
Un psiquiatra me dio una vez una explicación que atinaba en la diana del asunto: «En esos momentos malos es como si se hubiera puesto usted unas gafas negras. No puede ver nada como es. Y es inútil que nadie se lo diga. Usted mismo se daría cuenta, si pudiera pararse a considerar la situación, de que está siendo víctima de un espejismo; pero no puede ver las cosas desde fuera. Todo lo que ve, lo ve a través de esas gafas negras... Por eso son tan peligrosos esos episodios. Podría usted llegar a cometer una locura...».
Claro. Así es la cosa, exactamente. Una compañera de trabajo, hablando un día conmigo, expresó el fenómeno en términos más gráficos y populares: «Tú te pones la tirita antes de hacerte el corte...». Sí. Básicamente, se trata de lo mismo: la obsesión.
En esos momentos de «gafas negras» es cuando se producen los suicidios. De eso hablan los profesionales cuando se refieren a la famosa «enajenación mental transitoria».
Cuando uno se enamora le pasa algo parecido; sólo que las ga­fas no son negras, sino de color de rosa. Y no hay nada que hacer. No ve nada. Atraviesa, si hace falta, la pared... O mata a alguien. Porque se trata de un rosa que raya muchas veces en el fucsia; y del fucsia al rojo sangre no hay más que un simple paso.
Uno puede sentarse y escribir sobre estas experiencias, y eso puede ayudar. Pero cuando estás metido en estos callejones sin salida no puedes ponerte a escribir. No puedes hacer nada.
Siempre recuerdo la noticia de un suceso que leí en el perió­dico hace muchos años, en Inglaterra: una mujer se quedó en su casa, sentada en un sillón, leyendo un libro tras otro durante días.
A su lado, lloraba desesperadamente en la cuna su bebé de pocos meses, El bebé siguió llorando hasta que murió de inanición. Cuando por fin entró alguien en la casa, se encontró a la mujer allí sentada, leyendo todavía, con el niño muerto al lado.
Son cosas que pasan cuando llevas puestas gafas negras. Son cosas que puedo comprender.

ROGER WOLFE, Tiempos muertos, Huacanamo, Barcelona, 2009, pp. 78-80.

IMAGEN: JAIME PITARCH