viernes, 18 de marzo de 2011

ELOGIO DE LA POESÍA, Yevgeni Yevtushenko

ELOGIO DE LA POESÍA


La poesía era, es y será para siempre, inesperada, como una misma imagen de la niña inocente y la bruja divina cansada de su propia sabiduría. La poesía entra con un tímido coraje en las cárceles, en los parlamentos, en los hospitales; en todos los lugares donde torturan, engañan o simplemente no pueden salvar a la gente. La poesía no promete la salvación, pero no engaña, y si nos tortura, lo hace con los sufrimientos más hermosos.
Hay quien piensa que después de la muerte de los gigantes de la poesía mundial, como Pasternak, Neruda, Eliot, Frost, Montale, la poesía se volvió aburrida, como un parque zoológico donde no hubiera ni leones ni elefantes; sólo jaulas llenas de gatos domésticos y papagayos. Y, como dice el refrán oriental: “Con mil gatos no se puede hacer un león".
Cuando le preguntaron a André Gide quién era el mejor poeta contemporáneo de Francia, él, con una triste mueca, respondió: “Desgraciadamente, Víctor Hugo”.
Yo no considero que ahora en poesía oigamos sólo maullar, pero muy pocas veces los poetas conseguimos rugir como leones. En tiempos de Dante se escribieron kilómetros de versos malos, pero la gran poesía se mide siempre por milímetros.
Hay épocas en que la gente vive esperando al arte. Y esta espera atrae como un imán a la gran poesía del fondo de la Tierra. Pero ahora, lamentablemente, vivimos en un tiempo en que nadie, en ninguna parte, espera nada, excepto desgracias.
Se ha perdido la confianza no sólo en la política, sino también en el arte. Y al escritor, como al médico, le es muy difícil curar a quien no cree en él. Intentamos convertir el arte en industria, de la diversión, pero la poesía es un género que no admite la industrialización y queda como abandonada, huérfana. Está ocurriendo un terrible proceso de destrucción que yo llamo Macdonalización de la cultura.
Si los llamados caballeros del coraje, como Chuck Norris y Silvester Stallone, más por sus atléticos músculos que por sus inteligentes rostros, merecen el favor del público, no sólo en Estados Unidos, sino en Europa, y en cambio, Jean Gabin, Julietta Massina, Francisco Rabal son casi desconocidos, no sólo en Brodway, sino en muchas calles europeas criminalmente broadwayzadas; si en las librerías sólo hay bamburguesas literarias y, no queda poesía rusa, ni española, ni catalana, llegará un tiempo en que el arco iris de la cultura mundial será consumido como si fuera un hot dog.
Hoy en Rusia se hace cola para el pan. Pero sí en Occidente en las tiendas se ofreciera idealismo, puede ser que entre nosotros también apareciera gente empachada de ostras y de trufas, pero sintiéndose famélica espiritualmente.
Lo más terrible de todo esto es que cada vez hay más gente en el mundo que apenas sufre por la ausencia de ideales, ya que precisamente esta ausencia hace su vida cómoda, liberándole de un molesto insomnio.
Algunas estadísticas indican que, el 80% de la humanidad se gana la vida en un trabajo que en realidad no les gusta y el 90% no ha sentido nunca el amor. Si esto es verdad, es espantoso.
Pienso que si se hiciera una encuesta sobre cuánta gente puede sobrevivir perfectamente sin poesía, las cifras serían aun más trágicas. Ignoro si esto significa que la gente no necesita de la poesía o que hay gente patológicamente incapaz de aceptarla. O quizás que hay algo patológico en el amor a la poesía.
Somerset Maugham escribió: “Hay quien cree que el poeta como genio no es una persona normal. No es verdad. El genio es una persona normal, y todos los demás son desviaciones de la norma”.
La poesia es la educacion de la delicadeza en la percepción del mundo. Esta delicadeza es impoible sin ideales. Pero el siglo XX es un asesino de sus propios ideales, es un devorador de sus propios idealistas.
¡Cuántos ideales fueron cruelmente destruidos en nuestro siglo XX, empezando. por el disparo de Sarajevo, que fue una bala contra los ideales del futuro! La Primera Guerra Mundial, el Gulag, el holocausto, la guerra civil española, Hiroshima, Vietnam, Campuchea, Chile, Afganistán, el Ulster del Oriente Próximo, el propio Ulster, y ahora de nuevo Sarajevo, son sólo algunos de los terribles acontecimientos del siglo XX. Este siglo que mató tantos poetas y, a la vez, mató también el interés por la propia poesía.
Ser un gran lector de poesía no es menos que ser un gran poeta. Pero en ambos casos hay un ser,en cierta manera, un Don Quijote. Prontó hasta el caviar se venderá no por gramos, sino granito a granito, y la orgullosa barba del último Don Quijote la venderán pelo a pelo. El idealismo, como el caviar, desgraciadámante, es una delicatesse espiritual.
Un poeta ruso del siglo XIX, Tiutchev, exclamó amargamente:

¡Oh, si las alas vivas del alma,
que planean por encima de la muchedumbre,
nos salvarán por fin
de la violenta vulgaridad inmortal!

Estamos siendo testigos de una conspiración internacional de la vulgaridad, triunfante contra la delicadeza humana.
Pero si la vulgaridad es inevitablemente inmortal, gracias a Dios, también lo es la resistencia contra ella. Y ello porque quien no tiene poesía interior, sin darse cuenta, deja de ser persona, se convierte en una planta, en un animal, en una cosa. El amor a la poesía nace del propio miedo a dejar de ser humano. Así, con todas nuestras autodestrucciones, salvamos a la poesía por propio instinto de conservación.
Una vez, en una de mis otras vidas, estaba yo en un pequeño pueblo colombiano, donde,viven los indios cazadores de cocodrilos. Para ellos, un huésped es una persona sagrada. Cuando salieron a mi encuentro tocaban tambores, se mesaban los cabellos y lloraban a lágrima viva.
—¿Por qué lloráis? pregunté sorprendido.
—Porque luego te irás respondieron los indios.
Cuando me iba también tocaban tambores, pero esta vez bailaban alegremente, haciendo que yo bailara con ellos. Adornaron con lirios blancos su pelo y saltaban como niños por encima de las hogueras.
—¿Por qué estáis tan contentos? les dije.
—Porque tenemos la esperanza de que volverás algún día — me respondieron los indios.
Estos indios no sabían de rimas, ni de metáforas, ni de aliteraciones, pero, por su delicadeza de comprensión de la vida, eran unos grande poetas.
La poesía es delicadeza en la comprensión de la vida. Me parece que si los Gobiernos, en muchos países, no pueden encontrar la llave mágica para resolver sus muchos problemas, ello se debe a que, el pueblo, con esta delicadeza de comprensión delicadamente evita la política Por eso, desgraciadamente, la profesión de gobernar se encuentra en manos resbaladizas, que huelen solamente a vulgaridad.
En los países que en en el pasado. estuvieron aplastados por la dictadura, la democracia de hoy es fatalmente una democracia jorobada. En los países que en el pasado tuvieron la suerte de ignorar qué es la dictadura, la democracia de hoy es una democracia falsamente orgullosa, arrogante. No es la libertad auténtica, sino un espectáculo en el que el papel principal lo tiene una estatua. Pero este espectáculo es peligroso para el edificio del teatro, porque los fuegos de artificio trágicamente se transforman en fuegos verdaderos sobre los techos de la ciudad de Los Ángeles.
La libertad puede convertirse en un espejismo en forma de fuente imaginaria sobre un desierto espiritual. Y todos seremos. culpables de haber creado unos espejismos que prometían agua pura en realidad ofrecen sólo fangos.
En Siberia vive una de las etnias más pequeñas que existen, los yukagirs. No son más allá de 500 personas. Las leyendas dicen que los yukagirs en algún momento fueron centenares de miles pero gradualmente se fueron extinguiendo.
Tenían una costumbre muy rara: antes de matar a un animal, se arrodillaban pidiéndole perdón por tener que hacerlo. Los animales, naturalmente, no esperaban a las flechas ni a las balas y huían. Por eso los yukagirs casi desaparecieron.
He aquí cuán cruel es a veces el precio de la delicadeza humana. Pero esta situación tiene otra lectura: puede ser que precisamente gracias a los yukagirs la fauna en Siberia sobrevivió, y, gracias a ello, dio la posibilidad de sobrevivir a la gente, incluyendo a los yukagirs.
Thomas Mann, en su correspondencia con Freud, le preguntó: ¿No cree el gran psiquiatra que la genial delicadeza del alma de Dostoievski se explica por su epilepsia, que, como un relámpago, inesperadamente ilumina los rincones más oscuros de la psicología humana? A esto Freud respondió de una manera nada freudiana. Consideraba que el relámpago no era la epilepsia, sino la propia genialidad de Dostoievski. Lo que de insondable, y terrible veía Dostoievski en la gente gracias a su genialidad era la causa de su epilepsia y no al revés. Tal delicadeza de comprensión de la vida permitió a Dostoievski ver proféticamente, en su novela, Los demonios, el terror de los gulags de Stalin, el Polpot en Campuchea y el terror de las Brigadas Rojas en Japón, Italia y Alemania.
Carlyle dijo en su Historia de la Revolución Francesa: “Las revoluciones las preparan los utopistas, las realizan los fanáticos y al final sacan provecho los sinvergüenzas”. Si esto es verdad, es terrible. Pero, ¿qué podemos hacer? ¿Para qué entonces levantarse contra la injusticia si la justicia, al tomar el poder, se convertirá otra vez en otra injusticia?
Encontrar respuesta a esta maldita pregunta, romper el círculo vicioso de ilusiones y crímenes sólo puede hacerlo la delicadeza de comprensión de la vida. Y esta delicadeza se educa precisamente con la poesía.
No puedo creer cuando alguien dice: “soy admirador de la poesía, pero a mí me gustan las novelas, y en cambio, la poesía no la entiendo”. Estoy seguro de que ese alguien tampoco entiende la prosa, porque busca solamente el contenido, perdiendo el orden mágico de las palabras que siempre está presente en la gran prosa. La música es parte principal del contenido de un poema o de una novela. Un lector auténtico abre cualquier libro como si fuera un jugoso melón, descubriendo su apetitosa pulpa, la belleza de las semillas que, como dorados pececillos, saltan en su interior, y el perfume de su almibarado jugo. Porque el lector no quiere perder ni el sabor, ni el aroma, ni el espectáculo que, juntos, dan sentido a la vida.
Porque aquel en cuya alma viva Lorca, asesinado por la intolerancia, él mismo nunca será intolerante. Aquel en cuya alma viva Pasternak, asfixiado por los burócratas, él mismo nunca será burócrata, y mientras que en el mundo exista, aunque sea sólo una madre que cante a su hijito una canción de cuna, la poesía no morirá a la delicadeza de la comprensión de la vida.


YEVGENI YEVTUSHENKO, Elogio de la poesía, El País, 12 de septiembre de 1992, página 16.

RETRATO: KENT MILES