viernes, 27 de mayo de 2011

K, Juan Carlos Mestre

K

Aquella mañana, después de un sueño reparador,
Gregorio Samsa despertó sobre su cama convertido en una adorable persona.
No era un sueño, así que aceptó lo ocurrido con la discreta sonrisa
que suele acompañar los designios de la felicidad y la complacencia.
Tal era el sereno convencimiento que le producía el nuevo estado
que su rostro no mostraba gesto alguno de extrañeza.
Se levantó no como de costumbre, sino con la rara normalidad
de quien, sin saberlo, se comporta del modo que la gente suele llamar manera correcta.
Intuitivamente se dirigió hacia el espejo del cuarto de baño
y al afeitarse por primera vez tampoco dio muestra alguna de sorpresa.
Abrió el grifo como hubiera hecho cualquier persona,
y extendiendo sus aún blanquecinas y arrugadas manos
sintió correr sobre su piel la delicadeza del agua.
Tenía sed desde la noche anterior, pero alguna poderosa razón
desde su otra e interminable existencia, le impedía en ese instante beber

JUAN CARLOS MESTRE, La casa roja, Calambur, Madrid, 2008, página 88.
 
ILUSTRACIÓN: PETER KUPER