lunes, 26 de diciembre de 2011

CÁSCARAS, Rafael Courtoisie


CÁSCARAS

   Las cáscaras. Una cáscara, todas las cáscaras. La cobertura del gusano de seda; el capullo capilar de piel oleosa que envuelve el único par de alas, las alas evidentes, nunca vistas, del dromedario.
   La corteza humana de la naranja, con su gruñido de poros macilentos; la cáscara que hace del caracol una fruta de lentitud perfecta; la cáscara de la ira, rojiza y creciente, delicada piel de bulbo al estallar bajo la luna rara.
   Desollar, pelar, quitar una capa de cebolla, desvestirse.
   Todas las cosas del mundo son frutas que requieren perpetuarse, desarrollar sus jugos fisicos, su perla o pulpa cartesiana.
   Entre lo duradero y lo efímero se dispone una cáscara cuyos atributos son los de la frontera y el límite. Perforar una cáscara o hablar a gritos, hacerse a un lado o desvestir un durazno, desollarlo en vida para, cuando se pudra, saciar la nada pudorosa con sus partes.
   El sexo verde, abierto de un higo, la costumbre o glotonería que devora las cosas sin pensarlas, los moluscos bivalvos que abriendo y entregando el ánima desprecian la dureza que los sostenía, son extremos vivos de la cáscara, ejemplos maximales de su recia posibilidad y de su falta.
   Todas las cosas del mundo son frutas que requieren exactitud para no rodar y despellejarse. Pues hay un árbol central en quien las piensa, sostiene y acaricia. Pero al dormir o enloquecer, el árbol se perfuma de otro mundo. Cuando desnuda, la pulpa de un objeto malogra o dulcifica.
   Leve bozo de pubis o durazno. Uva bruñida.
        
   La cáscara preserva, finalmente, del delirio. Así el cráneo.

RAFAEL COURTOISIE, Estado sólido, Visor, Madrid, 1996, pp. 9-10.