viernes, 29 de junio de 2012

LA PARÁBOLA DE LOS DIEZ DINEROS, Fernando Quiñones


LA PARÁBOLA DE LOS DIEZ DINEROS
        
   Y precisando María de diez dineros no osaba en su tímida ternura pedírselo a su Hijo amantísimo. Y llegó así, estando Jesús ausente, a necesitar muy mucho aquellos diez dineros. Y, en su azar, tomó el camino de la casa de su prima Isabel, a la que el tiempo había consumido casi por entero. Y le tomó la mano en su mano y le habló.
   —Prima mía Isabel, ahora te pido que tomes el camino de Samaria, y te llegues hasta donde está el Señor y le pidas diez dineros de que he menester.
   E Isabel, dejando su casa, salió al polvo del camino y anduvo bajo el sol hasta donde una gran multitud de pobres y ricos se espesaba alrededor de Jesús. Y, abriéndose paso entre las gentes, sé acercó a El y le habló.
   —Señor, tu madre.. y prima mía está necesitada de diez dineros y me manda a mí para que te pida esos diez dineros.
   Y Jesús habló.
   —Esta es la hora en que os pido me reunáis y me déis diez dineros, que no han de ser para mí como no ha de ser el Reino de los Cielos para el que no tenga su corazón como una granada abierta.
    Y todos. se excusaban diciendo que habían olvidado las bolsas.
   Y habló Jesús nuevamente.
   —Benditos sean, hermanos, el nombre de Dios y toda criatura del cielo, de las aguas, de la tierra y del limo.
   Y un cojo sanado huía por no prestar los dineros. Y dos ciegos que acababan de recobrar la vista, volvieron los ojos a otra parte. Y quienes estuvieron sordos no querían oír la voz del Señor.
   Y Jesús se volvió, a Isábel.
   —Ve, Isabel, y cli a María que las gentes no han dineros.
   Y dirigiéndose de nuevo a la muchedumbre extendió sus manos sobre un tullido y un leproso. Y el tullido anduvo. Y, los lamparones del leproso rodaron por el polvo de Judea.

FERNANDO QUIÑONES, La Guerra, el Mar y otros Excesos, Emecé, Buenos Aires, 1966, páginas 96-97.