viernes, 3 de agosto de 2012

CADERAS, Sandra Cisneros


CADERAS        
        
Me gusta el café, me gusta el té.
Me gustan los chicos y yo les gustaré.
Sí, no, quizá sí. Si, no, quizá no...
        
   Un buen día te despiertas y ahí están. Listas y esperándote, como un Buick nuevo con las llaves puestas. Listas para llevarte... ¿adónde?
   Sirven para sostener a un crío mientras cocinas, dice Rache!, y le da vueltas un poco más deprisa a la comba. No tiene imaginacion.
   Hacen fa!ta para bailar, dice Lucy.
   Si no las tienes te puedes convertir en un hombre. Lo dice Nenny, y se lo cree. Es así por su edad.
   Es verdad, añado antes de que Lucy o Rachel se burlen de ella. De acuerdo, es tonta, pero es mi hermana.
   Aunque lo más importante es que las caderas son científicas, digo, repitiendo lo que me ha contado Alicia. Por los huesos se sabe qué esqueleto era de hombre cuando era un hombre, y cuál era de mujer.
   Florecen como las rosas, continúo, porque es obvio que soy la única que puede hablar con autoridad; la ciencia está de mi lado. De repente, un buen día se abren los huesos. Así de simple. Si un día decidieras tener niños, ¿dónde los meterías? Has de tener espacio. Los huesos tienen que ceder.
   Pero que no sean muy grandes, o se te ensanchará el trasero. Eso suele ocurrir, dice Rachel, cuya mamá es ancha como una barca. Y nos reímos.
   Mi pregunta es: ¿quién de nosotras está preparada? Hay que saber que haras con las caderas cuando aparezcan, digo improvisando a medida que hablo. Tienes que saber andar con caderas, o sea, practicar: como si la mitad de tu cuerpo quisiera caminar hacia un lado y la otra mitad hacia el otro.
   Eso es para acunarlo, dice Nenny, para que duerma el niño que llevas dentro. Y luego se pone a cantar caracolas, campanillas, seca, saca, se acabó.
   Estoy a punto de decirle que es lo más estúpido que he oído en mi vida, pero cuanto más lo pienso...
   Has de coger el ritmo, y Lucy empieza a bailar. Lo sabe hacer, aunque le cuesta mantener tenso el extremo de la comba.
   Tiene que ser así, digo. Ni demasiado deprisa ni demasiado despacio. Ni demasiado deprisa ni demasiado despacio.
   Hacemos los círculos dobles más despacio para que Rachel, que acaba de entrar de un salto, pueda coger la práctica de las vueltas.
   Yo quiero sacudirme como huchi-cuchi, dice Lucy. Está loca.
   Yo quiero moverme como hibi-jibi, digo yo, porque es mi turno.
   Yo quiero que sea Tahiti. O merengue. O electricidad.
   ¡O tembleque!
   Sí, tembleque. Ésa es buena.
   Y entonces empieza Rachel:
Fuera, fuera,
mueve la cadera.
Date la vuelta
y toca madera.
        
   Lucy espera un rato hasta que le toque. Está pensando. Luego empieza:
        
Una camarera tenía tan anchas las caderas
que alquiló un piso sin escaleras
y dice que nadie la besa dé veras
porque...
¡porque se parece a Cristóbal Colón!
Sí, no, quizá sí. Sí, no, quizá no.

   Al llegar a quizá no, tropieza. Yo espero un poco antes de empezar, tomo aire y me lanzo:
         A veces las caderas son pequeñitas.
A veces se hinchan como las tiritas
cuando sales de la bañera.
A mí me da lo mismo como sean
siempre que tenga caderas.
        
   Ahora seguimos el rollo todas menos Nenny, que aún murmura yo no soy bonita ni lo quiero ser. Es así.
   Cuando los dos arcos de la cuerda se abren como mandíbulas, Nenny salta desde mi lado, con la comba haciendo tiqui tiqui y con los pendientitos de oro que mamá le regaló por su primera comunión balanceandose. Tiene el mismo color que el jabon de fregadero, es como la pequeña pieza marróli que queda después de lavar, el hueso duro de mi hermana. Abre la boca. Empieza:
        
El cocherito leré
me dijo anoche leré
que si quería leré
montar en coche leré.
        
   Esa Canción tan vieja no, le digo. Tiene que ser una cancion tuya. Inventatela, ¿entiendes? Pero no lo entiende, o no lo quiere entender. No sé cuál de las dos Cosas. La cuerda da vueltas y vueltas y vueltas...
        
Al pasar la barca
me dijo el barquero
las runas bonitas
no pagan dinero.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser...
        
   Se nota que Lucy y Rachel están enfadadas, pero no dicen nada porque es mi hermana.        
Sí, no, quizá sí. Sí, no, quizá no...
        
   Nenny, la llamo, pero no me oye. Está a demasiados años luz. Está en un mundo al que las demás ya no pertenecemos. Nenny. Se va. Se va.
        
¡Pim pon fuera!

SANDRA CISNEROS, Una casa en Mango Street, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp. 75-79.