jueves, 2 de agosto de 2012

MADANELA, Álvaro Cunqueiro & J.E. Millais





MADANELA
        
   Se ahogó viniendo de la romería del Pomar. El río la llevó hasta San Acisclo. Muy bailadora era. Tendría yo sobre obra de ocho años cuando fui con mi tío Carlos a Lugo. Al regreso nos cogió la noche en Valgaiña, una noche de niebla cerrada, y corno se acusaban lobos por aquella banda del Arnois, buscamos abrigo en la posada de Juan de Cruz. Me acostaron en la habitación de Madanela, en un catre de tijera, al lado de su cama. El suelo del cuarto estaba estrado de manzanas, entre paja de trigo. Olía deliciosamente la habitación, olían las ropas de la cama, yo mismo olía a manzana. Me despertó Madalena al acostarse. Se desnudó del todo y miró la camisa a la luz del candil. Según la recuerdo, y comparándola con otras, estaba regordeta. La luz del candil le hacía las carnes dotadas. Se miró el cuerpo, pasándose las manos por las ancas, y luego se acarició el pecho levantado. Y, mirando hacia mi catre, mató la luz.
   Ya llevo pasada media vida y aún, de vez en veces, me viene a la memoria aquella Madanela desnuda a la luz del candil. Quiza don Leonis la vio tambien, en aquella misma habitación que recendía a manzana carnosa. Y cuando pienso en Madanela ahogada, la imagino como una de esas manzanas que el aire de agosto en los pomares de la Ribera, meneando las ramas, tira al Osar. Las aguas, se la llevan río abajo.
        
ÁLVARO CUNQUEIRO, Flores del año mil y pico de ave, Seix Barral, 1990, página 43.