martes, 8 de enero de 2013

LUGAR NATAL, Yasunari Kawabata


LUGAR NATAL

Sato, 1944

   Cuando Kinuko volvió de visita a la casa de sus padres, recordó el momento en que su cuñada había regresado a su lugar natal.
   En la aldea de montaña de su cuñada, había una tradición conocida como «la fiesta de las bolas de masa». Cada año, la noche del 31 de enero, todas las muchachas casadas que se habían ido estaban invitadas a la aldea para tomar sopa de poroto dulce con bolitas de masa.
   —¿De veras piensas ir, con toda esta nieve? —la madre de Kinuko le había preguntado con cierta brusquedad, mientras miraba cómo su nuera cargaba a su bebé a la espalda y salía.
   «¿Lo disfrutará tanto? Tiene a sus propios hijos pero actúa como una niña ella misma. ¿Por qué?, como si no hubiera desarrollado ningún afecto por esta casa…»
   Entonces, Kinuko había dicho:
   —Pero si yo me fuera a otra parte, madre, esta casa me sería siempre querida. Y si yo no me impacientara por regresar, te dolería, ¿no es así, madre?
   A causa de la guerra, en el pueblo había pocos hombres. La nuera formaba parte de equipos de mujeres que incluso cumplían tareas con caballos. Kinuko, que había partido hacia la ciudad para casarse, llevaba una vida relativamente fácil, y sentía que algo le faltaba. Ahora, cuando le venía el recuerdo de su cuñada emprendiendo una penosa marcha por las montañas para regresar a su pueblo natal en medio de la nieve enceguecedora, un grito de aliento hacia ella casi escapaba de su garganta.
   Cuatro años después de casarse y mudarse, la propia Kinuko volvió de visita a su casa. Se despertó con los ruidos de su cuñada en la cocina. Las montañas prolongaban el muro con revoque blanco de la casa vecina. Los recuerdos la invadieron. Las lágrimas se agolparon en sus ojos cuando, hablando con su difunto padre en el altar familiar, le dijo: «Soy feliz».
   Fue a despertar a su marido.
   —De modo que aquí estamos, otra vez en tu vieja casa.
   Su marido paseaba la vista por la sala.
   Antes del desayuno, la madre de Kinuko había estado pelando manzanas y peras, y se las ofrecía a su renuente yerno.
   —Vamos, pruébalas y recuerda cuando eras niño.
   Regañaba a los nietos que le pedían un poco de esa fruta. A Kinuko le encantaba ver la afabilidad de su marido, asediado por los sobrinos y sobrinas.
   Su madre salió con el bebé en brazos:
   —Miren cómo ha crecido el hijito de Kinuko —alardeaba ante los que andaban por allí.
   La cuñada se levantó para buscar las cartas que su marido enviaba desde el frente. Al observar su figura de atrás, Kinuko se dio cuenta del paso del tiempo… y de la autoridad que le habían legado al convertirse en miembro de la familia. Entonces Kinuko se estremeció.

YASUNARI KAWABATA, Historias en la palma de la mano, Emecé, Buenos Aires, 2005.