lunes, 13 de mayo de 2013

MI TOCAYA, Sandra Cisneros


MI TOCAYA

   ¿Has visto a esta chica? La tienes que haber visto en los periódicos. O si no en el Father 85 Son’s Taco Palace Nº 2, en Nogalitos. Patricia Bernadette Benavídez, mi tocaya, metro y medio, cincuenta y dos kilos, trece años.
   No es que fuéramos amigas, ni nada parecido. Claro que hablábamos. Pero eso era antes de que se muriera y luego volviera del reino de los muertos. Quizá lo leíste o la viste en la tele. Salió en los noticiarios de todos los canales. Entrevistaron a cuantos la conocían. Incluso la profesora de  educación física tuvo que decir cosas bonitas: Tenía mucha energía, una buena chiquilla, dulce. Tan dulce como podía serlo, teniendo en cuenta que era un monstruo. Bueno, ¿y por que nadie me preguntó a mí?
   Patricia Benavídez. La parte «Son» del Father & Son’s Taco Palace Nº 2, incluso antes de que el hijo (el son) se largara. Así fue como la tal Trish heredó el gorro de papel y el delantal blanco, después de las horas del colegio y todos los fines de semana, aburrida, algo triste, detrás de los altos mostradores donde los clientes comen de pie corno los caballos.
   Sin embargo, eso no bastaba para que yo sintiera pena por ella, por muy malvado que fuera su padre. Pero ¿qué culpa tenía él? Una chica que iba a la escuela con pendientes de pasta y zapatos brillantes de tacón alto estaba predestinada a tener problemas que nadie, ni Dios ni los reformatorios, podía arreglar.
   Creo que alguien la promocionó injustamente en algún sitio y así fue como llegó hasta la escuela superior antes de que le tocara. Sí, ese tipo de chicas siempre se esfuerzan demasiado por encajar. Mira mi tocaya. Se llama como yo, ¿no? Pero ¿se hace llamar la Patee, o Patty, o algo normal? No, ella tiene que ser distinta. Dice que se llama Tri-ish. Incluso se inventó un falso acento británico jadeante y sexy como una Marilyn Monroe inglesa. Ridículo. Quiero decir: ¿quién ha oído alguna vez a una mexicana hablar con acento británico? ¿Sabes a qué me refiero? La chica tenía problemas.
   Pero si la pillabas a solas y le decías Pa-tri-cia (yo siempre procuraba pronunciar su nombre en castellano), Patricia, corta el rollo y sé auténtica. Si la pillabas sin audiencia, supongo que no estaba mal.

    Así me las apañé para llevarme bien con ella cuando la conocí, justo antes de que se largara. Escapó de la sentencia a cadena perpetua en aquella tasca. Se hartó de llegar a casa apestando a tacos tostados. Bueno, no me extraña que se largara. A mí tampoco me gustaría apestar a tacos tostados.
   Quién sabe lo que tuvo que aguantar. A lo mejor su padre le pegaba. Pegaba al hermano. Eso lo sé. O al menos el padre y el hermano se pegaban. Fue en una de esas peleas cuando al fin pasó, cuando el chico desapareció para siempre, aunque probablemente también estaría harto de apestar a tacos. Eso es lo que yo creo.
   Luego, unas semanas después de que se marchara el hermano, salió la foto de mi tocaya en los periódicos, como la de los niños en las cajas de leche:

¿HA VISTO A ESTA CHICA?

   Patricia Bernadette Benavidez, de trece años, desapareció el martes, once de noviembre, y su familia se halla gravemente preocupada. Se cree que la muchacha, que estudia en la Escuela Superior Virgen de los Dolores ha huido. Fue vista por última vez camino del colegio, en las proximidades de Dolorosa y Soledad. Patricia mide un metro cincuenta, pesa cincuenta y dos kilos y en el momento de la desaparición llevaba una chaqueta tejana, falda plisada azul de uniforme, blusa blanca y zapatos de tacón alto [probablemente con lentejuelas]. Su madre, Delfina Benavídez, le envía el siguiente mensaje: «Honey, llama a mamá. Te quiero mucho.»

   Hay gente que...
   ¿A mi qué me importaba que Benavídez hubiera desaparecido? No me hubiese importado en absoluto. De no ser por Max Lucas Luna Luna, que estudiaba el último curso en Holy Cross, la escuela hermana de la nuestra. A veces hacíamos intercambio con ellos. Era una tomadura de pelo. Nosotros lo llamábamos Blablablá Sexual, pero las hermanas lo llamaban de otra manera: Intercambios Juveniles. Como cuando invitaban a unos tipos de Holy Cross para que vinieran a Teología, y unas cuantas chicas de Dolores íbamos a su colegio. Y fingíamos que de verdad nos interesaba el tema: «La Santa Virgen: Un ejemplo modélico para la joven de hoy», «El flirteo: demasiado, demasiado aprisa, demasiado tarde», «Heavy Metal y el diablo». Mierdas así.
   No era cada día. Sólo de vez en cuando, como una especie de experimento. La escuela católica temía juntarnos demasiado, por aquello de las hormonas. Eso decía la hermana Virginella. Si no sois capaces de comportaros como verdaderas señoritas cuando lleguen nuestros invitados, tendremos que suspender indefinidamente los Intercambios juveniles. En adelante, nada de silbidos, agarrones y pataleos, ¿está claro?
   Sólo sé que tiene unas caderitas del mismo tamaño, probablemente, que cuando tenía doce años. La cintura estrecha y el culo pequeño, prieto y dulce como una barra de caramelo. ¡Maldita sea! Eso es lo que recuerdo de él.
   Resulta que Max Lucas Luna Luna es vecino de la monstruo. Quiero decir que antes ni siquiera me había molestado en hablar con Patricia Benavídez, aunque estábamos en la misma sección de Cultura General. Pero un día se acerca a mi en la cafetería mientras yo esperaba mis patatas fritas y me dice:
   —Eh, tocaya, sé de alguien que va por ti.
  —Ah, bueno —digo yo, intentando quitármela de encima, porque no quiero que me vean hablando con una chiflada.
   —¿Conoces a un chico del Holy Cross que se llama Luna? El que vino al intercambio de Teología, ese tan cuco que lleva coleta de caballo.
   —¿Y?
   —Bueno, pues es carne y uña con mi hermano Ralphie, y le dijo a Ralphie que no se lo dijera a nadie pero que le parece que Patricia Chávez está muy bien.
   —Tú mientes, niña.
   —Te lo juro por Dios. Si no te lo crees, llama a mi hermano Ralphie.
   ¡Mierda! Aquello bastaba para convertirme en amiga íntima de Trish Benavídez para toda la vida, lo juro. Después, siempre me aseguré de llegar pronto a clase de Cultura General. Ella solía tener algo que decirme. Y si no, yo me encargaba de darle algo para que lo hiciera llegar a Max Lucas Luna Luna. Pero resultaba dolorosamente lento porque aquella chica trabajaba mucho y no tenía una vida social que mereciese la pena.

   Así fue como Patricia Bernadette se convirtió en nuestra celestina durante un tiempo, aunque Max Lucas Luna Luna y yo no habíamos pasado de la etapa del me gustas/¿te gusto? En realidad, ni siquiera nos habíamos visto desde el Blablablá, pero yo seguía trabajando el asunto.
   Sabía que ellos vivían en algún lugar de la zona de Monte Vista. Por eso paseaba con mi bici arriba y abajo por las calles —Magnolia, Mulberry, Huisache, Mistletoe— jugando al caliente/frío. Sólo el saber que Max Lucas Luna Luna podía aparecer me entonaba la sangre.
   La semana en que empecé a aparecer por el Father 85 Son’s Taco Palace Nº 2 fue cuando ella decidió largarse. Primero recibimos un mensaje de la hermana Virginella por los altavoces: Lamento tener que anunciaros que una de nuestras más jóvenes y más queridas estudiantes se ha marchado de casa. Tengámosla, presente en nuestros corazones y en nuestros rezos hasta que regrese sana y salva. 
   Aquélla fue la primera  vez que apareció su foto en el periódico con el lacrimógeno mensaje de su madre.
   A mí, personalmente, ni me alegró ni me apenó que se largara tan de repente. Eso seguro. Pero resulta que me debía algo. Ya era bastante malo que se marchase y tuviera a todo el colegio hablando de ella. Al menos entonces yo mantenía la esperanza de que cumpliría su promesa de arreglarme el ligue con Max Lucas Luna Luna. Pero justo cuando ya podía volver a pronunciar su nombre sin escupir, va y se muere. Unos niños que jugaban en una zanja de drenaje encuentran un cadáver y, si, es ella. Cuando llegan las cámaras de televisión al colegio salen todas las dramáticas de mierda llorando de verdad, incluso las que no la conocían. Qué asco.
   Bueno, no pude evitar compadecer a aquella farsante ahora que estaba muerta, ¿no? Quiero decir, cuando se me pasó la rabia. Hasta que al tercer día ella se levantó de entre los muertos.
   Cuando ya han presentado a su madre llorando con un pañuelo arrugado y a su padre diciendo: «Era mi princesita», y los estudiantes hemos comprado una corona de gladiolos blancos con dinero de nuestro fondo para el viaje Padre Island, en la que se lee VIRGENCITA, CUÍDALA, y toda la maldita escuela ha tenido que ir a una misa en su honor, mi tocaya se echa atrás. Aparece en la comisaría del centro y dice: No estoy muerta.
   ¿Te lo puedes creer? Sus padres habían identificado el cadáver en el Depósito y todo. «Supongo que estábamos demasiado afectados para examinar el cadáver como es debido.» ¡Ja!
   Nunca llegué a conocer a Max Lucas Luna Luna, y por otra parte qué más da, ¿no? Sólo digo que mi tocaya ni siquiera fue capaz de morirse bien. Pero ¿de quién es ese rostro famoso que está en la primera plana del San Antonio Light, del San Antonio Express News y del Southside Reporters? Chica, lo que yo te diga...



SANDRA CISNEROS, Érase un hombre, érase una mujer, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp.65-70.