lunes, 26 de agosto de 2013

[EN OCASIÓN DEL QUINCUAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA BOMBA...], Phillippe Forest & Yosuke Yamahata

   En ocasión del quincuagésimo aniversario de la bomba, unos periodistas se propusieron encontrar a los hombres y mujeres que Yamahata fotografió. Ni que decir tiene que sólo unos pocos seguían con vida. Los que en aquella época escaparon a la muerte, habían perecido después de cáncer o de viejos. Inexplicablemente, la joven madre que daba el pecho a su bebé se contaba entre los supervivientes. Cuando le enseñaron la imagen, de medio siglo de antigüedad, en la que ella —magníficamente igual a pesar de los años, gloriosamente idéntica a sí misma— aparecía en todo su desaparecido esplendor de antaño, contó que el niño había muerto hacía tiempo, que en pocos días todas sus fuerzas lo abandonaron y acabó consumiéndose.
   Nadie puede comprender el corazón de esa mujer y lo que sentía mientras unos desconocidos le entregaban una imagen —quizás nueva para ella— que contenía todo cuanto le quedaba de su hijo perdido. Atravesando el campo inconcebible del tiempo, acudía a ella: no el niño mismo —puesto que nada podía hacerlo resucitar—, sino el hijo irremediablemente perdido, que se le restituía así y del que sólo podía decir una cosa: que aquel niño, como todos los demás, era infinitamente precioso, que nada podía justificar su horrible desaparición, que el paso de los años en nada atenuaría el escándalo desnudo de su ausencia. Y mirándolo por segunda vez, con una  mirada que atravesaba el tiempo entero de su vida, la mujer —misteriosamente sonriente— devolvía al niño vivo el regalo generoso y melancólico de su inconsolable amor.


PHILLIPE FOREST, Sarinagara, Sajalín, Barcelona, 2009, pp. 241-242.