jueves, 12 de septiembre de 2013

LA INTIMIDACIÓN, Heimito Von Doderer


LA INTIMIDACIÓN

   Fue el comportamiento de una tetera lo que reforzó mi inquebrantable convicción de que sólo si mostraba el valor y el coraje suficientes y estaba dispuesto a destruir sin dudarlo los enseres de mi vivienda conseguiría conjurar la maldad de los objetos que me rodeaban disuadiéndolos de agredirme por una larga temporada. Aquella tetera, que tenía desde hacía siete años, me sorprendió una mañana mordiéndome el pie izquierdo—protegido únicamente con una modesta zapatilla de andar por casa—, justo cuando acababa de retirarla del fuego y salía de la cocina. Para darme el mordisco le bastó con estirar el pico y derramar unas cuantas gotas de té hirviendo. Por fortuna, me mantuve firme y no vacilé a pesar del dolor. La aparté de mí con cuidado y volví a calentar agua sobre la llama de gas de la cocina. Busqué una bolsita de té y la coloqué dentro de otra jarra de porcelana. En cuanto a la tetera que me había mordido, tiré la infusión recién hecha y, una vez vacía, la enfrié sin contemplaciones. Por último, me coloqué delante de un cuadro, con su marco y su cristal, del que sospechaba, porque había estado mirándome de reojo como si se alegrara de lo que me había pasado, y era muy probable que se hubiera puesto de acuerdo con la tetera que me había mordido. Agarré a la  culpable, me puse a unos cuatro metros de distancia del cuadro y la lancé contra él con un poderoso giro de caderas, como si fuera un disco. Dejé los cuerpos tirados en el mismo lugar donde habían caído y no los recogí hasta pasadas cuatro horas. Cuando la lancé, dejó escapar un leve quejido, ¿una amenaza? Sin embargo, no me cabe duda de que la multitud de ojitos saltones que me observaban desde todos los ángulos de la habitación habían tomado buena nota de lo ocurrido. Les había demostrado que no me asustaba adoptar medidas drásticas. Durante prácticamente un año estuve a salvo de todas sus trampas y ardides, los objetos que había en aquella estancia se guardaron mucho de morderme, intrigar o conjurarse contra mí. Al cabo de ese tiempo, mi maquinilla de afeitar se atrevió a tirarme de la oreja derecha, pero fue un hecho excepcional, sin relación alguna con el caso que acabo de referir.

HEIMITO VON DODERER, Relatos breves y microrrelatos, Acantilado, Barcelona, 2013, pp. 164-165.