domingo, 23 de febrero de 2014

EXPIACIÓN, Juan Jacinto Muñoz Rengel


EXPIACIÓN

   Cuando dejó de notar las pulsaciones en el cuello, la soltó. Lo había hecho. Hacía tiempo que venía advirtiéndoselo, una y otra vez, y por fin había cumplido su palabra. Ahora estaba hecho y tan solo tenía que salir de allí y huir a alguna parte. Se asomó al balcón en busca de un poco de aire fresco. Se sentía bien, en paz. Pero fuera algo había cambiado. En la acera de enfrente, una madre y su hijo esperaban para cruzar la calle: aquella mujer tenía la cara de su esposa. Y su hijo tenía la cara de su esposa. Y el frutero que colocaba la mercancía de su escaparate tenía la cara de su esposa. Entró en el piso, aturdido. Corrió hacia el baño y se acercó al espejo. Antes de mirarse lo pensó un instante, y no levantó la vista hasta que creyó estar preparado: aunque también la viese allí, podría resistirlo. Pero no fue eso lo que vio. Se vio a sí mismo. Tal y como era. Sin máscaras. Entonces regresó al balcón y se arrojó al vacío.

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