martes, 10 de junio de 2014

EL TRADUCTOR APRESURADO, Eduardo Berti

EL TRADUCTOR APRESURADO

   Un muy novato editor de París, que dirigía una colec­ción que daba preponderancia a los libros clásicos (no por amor a las «obras inmortales», sino porque los lite­ratos muertos no pretenden cobrar regalías), dio a tra­ducir la novela Vathek, de William Beckford, sin saber que el inglés la había escrito originariamente en fran­cés y que la versión que él tomaba como el texto madre no era otra que la traducción del reverendo Samuel Hen­ley. El traductor que recibió el encargo —un afable espe­cialista en letras góticas— nada dijo del error; muy al contrario, fijó sus honorarios y apareció a los diez días en la casa editorial con la labor cumplida, vale decir, con una copia fiel, letra por letra, del original francés de Beck­ford. El editor se quedó atónito. Ya le habían dicho que este traductor era muy eficiente, pero tal celeridad le resultaba inconcebible.
   Transcurrieron dos meses y el especialista en letras góticas recibió un llamado del editor. «La traducción está bastante bien pero me he permitido introducir algunos cambios para nada relevantes». Decidido estaba el tra­ductor a confesarlo todo, a aclarar el malentendido, cuan­do escuchó que el otro le recomendaba: «No se apresu­re tanto la próxima vez. Es innecesario y se nota».

EDUARDO BERTI, La vida imposible, Emecé, Buenos Aires, 2002, p. 14.