martes, 17 de marzo de 2015

[AQUÍ CERCA DE CASA...], Vergílio Ferreira


   Aquí cerca de casa había un chico paralítico al que la madre sacaba a veces a tomar el sol en su silla de rue­das. Y un día apareció muerto con un tiro en la cabeza. Debieron de alcanzarlo de lejos con mira telescópica y arma silenciosa. Pero pasado algún tiempo, empezaron a morir otros enfermos e inválidos. El pánico invadió toda la ciudad y todo el país, preguntándose quién sería el lo­co asesino. Entonces apareció un comunicado de un gru­po político reivindicando todos los asesinatos en nom­bre del interés nacional. El peso de los inútiles era enorme y sobre todo, los trabajadores tenían que susten­tarlos. Teníamos que imaginar el gasto público con el pe­so muerto de los inválidos, los hospitales, los sanatorios. Todo ese dinero, destinado en beneficio de los demás, haría que el país fuera más próspero y la sociedad más justa. Por tanto, había que devolver al país la salud y el bienestar de los más aptos, que eran la mayoría traba­jadora. Liquidar a los inválidos era un acto democráti­co. La policía se puso en marcha y finalmente consiguió capturar a los estimables demócratas. Y los jueces, tras meditado juicio, los alojaron en la cárcel. Y como toda doctrina, incluso la más absurda, recluta en seguida sus adeptos, se organizó un grupo para reclamar amnistía en favor de esos «presos políticos». Y una señora descono­cida me pidió la firma. Entonces yo le pregunté si era pa­ra liberar a unos que habían estado matando en benefi­cio de los trabajadores, etcétera. Y la señora me dijo: bueno, ya entiendo. Perdone.
   Muy bien. No se trataba realmente de asesinos euge­nésicos, sino de otros que igualmente habían estado ma­tando sin que yo, por otro lado, viese la diferencia. Y hasta hubo una llamada telefónica para hablarme de la amnistía para los «presos políticos». Y yo pregunté: ¿son esos que andan matando, etcétera? Y la señora dijo: ya entiendo. Y me pidió disculpas por el tiempo que me ha­bía robado. Y yo quise preguntarle si también había pe­dido disculpas a la familia de los muertos. Pero ella ya había colgado.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 193-194.
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Urs Fisher