viernes, 11 de marzo de 2016

ASPERGER, Raquel Vázquez

ASPERGER

   La vergüenza por lo que hicimos aquella noche nos acompañaría para siempre. Ya pudimos intuirlo días más tarde, cuando los de la pandilla nos reunimos de nuevo y nuestras voces se diluían como plástico; cada silencio era un ácido que nos iba corroyendo. El tirachinas y los gorriones, o los petardos al perro de Martínez, apenas ya lograrían regalarnos una divertida indiferencia.
   De aquellos amigos de verano solo volví a ver a Jorge, un día por la calle. Y sé que, acallada entre trivialidades, a ambos nos inundó la última sonrisa de Óscar sobre el agua: feliz porque, por una vez, no estaba solo.
   Y le dejábamos jugar con nosotros a los socorristas.

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David Hockney