miércoles, 22 de marzo de 2017

LOS SUEÑOS, Manuel Jabois


LOS SUEÑOS

    Tenían un piso hipotecado, dos hijos y un amor estropeado que no podían deshacer porque la crisis les pilló a contrapié, así que convivían sin hablarse en una casa que era el infierno. Procuraban no molestar a los niños, pero de vez en cuando estallaban a gritos y una vez se acercó la Policía a preguntar qué pasaba. Pero por las noches, hacinados los dos en una cama estrecha de un piso pensado solo para un hijo, se hablaban con cariño. Lo hacían en sueños y las conversaciones eran agradables aunque no siempre inteligibles. Ella decía: «El día qué...», y él contestaba: «Problemas en el trabajo». O él «te quiero» y ella «yo a tí también», y el hijo mayor los escuchaba desde la puerta, y pasarían años antes de que comprendiese lo que pasaba y pudiese dejar una grabadora sobre la mesilla, y regalársela en su aniversario. Por la mañana, en la guerra sin cuartel, se gruñían o se evitaban por la casa, en aquel odio inútil que lo había empozoñado todo menos sus sueños. Una noche ella tuvo una pesadilla: alguien la perseguía y por más que corría no avanzaba. Él saltó de su sueño al de ella y la mantuvo entre sus brazos hasta que desapareció la amenaza, y mientras eso pasaba le acariciaba el pelo, como en los tiempos limpios. Dos semanas después, por primera vez, después de una discusión en la comida, él le levantó la mano. Aquella noche la pasó en el calabozo y no soñó, o soñó de lejos.

MANUEL JABOIS, Irse a Madrid y otras columnas, Pepitas de calabaza, Logroño, 2011, página 161.
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Eugene Delacroix 
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Imogen Cunningham