jueves, 29 de junio de 2017

SOBRE LA IMAGINACIÓN, Haruki Murakami


   Da igual la época, da igual de qué mundo se trate, la imaginación tiene un sentido crucial. Uno de los conceptos opuestos a la imaginación es la eficacia. Lo que expulsó a miles de personas de su tierra natal en Fukushima tiene su origen en esa idea de la eficacia. Atribuir a la energía nuclear en este caso el valor fundamental de la eficacia y convertirla, por tanto, en algo bueno sumado a la ficción del mito de la seguridad fue la operación que terminó por desatar la catástrofe de la que Japón no podrá recuperarse jamás. Se puede decir que fue una derrota de nuestra imaginación, pero aún no es tarde. Como individuos debemos levantar un andamiaje de ideas y pensamientos libres que sirva para oponernos a un sistema de valores nocivo y peligroso basado en conceptos como la rapidez y la eficacia. Nuestra obligación es hacer extensivo ese andamiaje a otras comunidades.
   En cuanto a mi deseo respecto al sistema educativo, no es que enriquezca la imaginación de los niños. No llega a tanto. Los únicos que pueden enriquecer la imaginación de los niños son los propios niños. No tiene que ver con los profesores ni con las instalaciones donde se imparte la enseñanza. Mucho menos con el país, con la provincia, con el municipio o con la orientación que pueda tener la política docente. Tampoco todos los niños poseen una imaginación rica, no nos engañemos. De igual manera que a unos se les da bien correr y a otros no, hay niños imaginativos y otros que no lo son especialmente. Es lógico. Es la sociedad en sí misma. Si determinásemos que los niños deben desarrollar una imaginación rica, si lo convirtiésemos en un objetivo, los efectos, como poco, serían extraños.
   Mi deseo con relación al sistema educativo es sencillo: que no aplaste la imaginación de los niños que la tienen. Eso me parece suficiente. Me gustaría que les dejasen espacio para que sus personalidades encuentren un camino propio, una forma de sobrevivir. De ser así, las escuelas se convertirían en lugares libres y enriquecedores, y, por consiguiente, la sociedad terminaría por transformarse y evolucionar en la misma dirección.

HARUKI MURAKAMI, De qué hablo cuando hablo de escribir, Tusquets, Barcelona, 2017.
& 
Rob Gonsalves