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(Erik Satie)
De muy niño, cuando tenía un año, y menos, se dormía con una música que su madre hacía sonar en el gramófono. Era un piano. Luego pasó el tiempo, y hubo un momento en el que ya no volvió a escuchar aquella música. Después olvidó qué música era. Y al final ni siquiera recordaba que hubiera habido alguna vez una música con la que de niño se dormía. Anciano ya y enfermo, una noche soñó escuchar aquel piano y aquella música, que reconoció enseguida, en el sueño. Y ya no despertó.
JOSÉ LUIS JOVER, A esta baraja le faltan corazones, Pre-Textos, Valencia, 1993, página 27
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