miércoles, 4 de julio de 2012

CHANCLAS, Sandra Cisneros



CHANCLAS
        
   Soy yo, mamá, dijo mamá. Abrí y ahí estaba, cargada de bolsas y cajas grandes, la ropa nueva. Y, sí, había conseguido los calcetines y una braguita nueva con una rosita y un vestido de rayas rosas y blancas. ¿Y los zapatos? Me he olvidado. Ya es demasiado tarde. Estoy cansada. ¡Uf!
   Ya son las seis y media y el bautizo de mi primito se ha acabado. Todo el día esperando con la puerta cerrada, no abras a nadie, y yo sin abrir hasta que vuelva mamá y lo haya comprado todo menos los zapatos.
   Ahora vendrá el tío Nacho con su coche y tendremos que darnos prisa para llegar pronto a la iglesia de la Preciosa Sangre porque la fiesta del bautizo es allí, en el sótano que han alquilado para que podamos bailar y comer tamales y los críos corran por todas partes.
   Mamá baila, se ríe, baila. De repente, mamá está mareada. Le doy viento con una bandeja de papel. Demasiados tamales, pero el tío Nacho dice que demasiado de esto, y se lleva el pulgar a los labios.
   Todo el mundo se ríe menos yo, porque llevo el vestido nuevo, a rayas rosas y blancas, y ropa interior nueva y calcetines nuevos y los viejos zapatos Oxford que uso para el colegio, marrones con una tira blanca, los que me compran cada año en septiembre porque son muy resistentes, y es verdad que Io son. Mis zapatos gastados y redondos y los tacones destrozados resultan estúpidos con este vestido, así que me siento.
   Mientras tanto, ese niño que es mi primo por primera comunión, o algo así, me saca a bailar y yo no puedo. Meto los pies debajo de la silla metalica plegable que tiene escrito Preciosa Sangre y rasco un bulto marrón de chicle que hay enganchado debajo del asiento. Digo que no con la cabeza. Mis pies crecen y crecen.
   Entonces el tío Nacho tira y tira de mi brazo y da lo mismo cómo sea el vestido nuevo que me ha comprado mamá porque mis pies son feos hasta que mi tío, que es un mentiroso, dice: Eres la chica más guapa que hay por aquí, ¿quieres bailar?, y yo le creo y, sí, estamos bailando, el tio Nacho y yo, solo que al principio yo no quiero. Me cuelgan los pies, grandes y pesados como granadas, pero los arrastro sobre el suelo de linóleo hasta el mismo centro, donde el tío quiere que todo el mundo vea el nuevo baile que hemos aprendido. Y el tío me hace dar vueltas y mis brazos huesudos se doblan tal como él me enseñó y ese niño que es mi primo por primera comunion esta mirando y todo el mundo dice uau, quiénes son esos dos que bailan como en las películas, hasta que me olvido de que llevo mis zapatos normales, marrones y blancos, esos que compra mi madre cada año para ir al colegio.
   Y sólo oigo aplausos cuando acaba la música. Mi tío y yo hacemos una reverencia y voy con él andando con mis zapatones hasta donde se sienta mi madre, que está orgullosa de ser mi madre. Durante toda la noche, el chico que ya es un hombre me mira mientras bailo. Sí, me miraba.
        
SANDRA CISNEROS, Una casa en Mango Street, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp. 72-73.