miércoles, 31 de agosto de 2011

[EL MAGO...], Rubén Martínez



   El Mago se hallaba atormentado entre su necesidad y su ética. Pero el hambre decidió. El número del conejo en el sombrero ya no está en su repertorio.


RUBÉN MARTÍNEZ, 47 ideas para una novela, Palabras del Candil, Guadalajara, 2008, p. 51.

martes, 30 de agosto de 2011

BLACK, BLACK, BLACK, Marta Sanz


   Hoy, protegido por mis gafas, camino por una calle del centro. Veo gris el cielo y las fachadas de los edificios de cuatro plantas y la ropa en los escaparates de las tiendas. Gris el cristal de mis gafas por dentro y las vidrieras de los locutorios, grises las antenas parabólicas y los líquidos que quedan en los culos de los vasos de vermú. Grises las palomas y los coches aparcados. Grises mis manos cuando las saco de los bolsillos de la chaqueta para retirarme el flequillo. Grises los carteles de «Se vende» y de «Se alquila» y las bombonas de butano que la gente saca a los balcones. Grises las vomitonas que huelen desde el suelo. Grises las farolas y los contenedores de basura y las tapas de registro del alcantarillado y los adoquines. Grises las papeleras y el interior de la boca de los transeúntes. Grises las piezas de carne menguante para preparar el kebab y las tapitas, atravesadas con un palillo, para acompañar la caña. Las boutiques del gourmet. Grises las monedas para comprar el periódico y las orejas en las que se apoyan los teléfonos móviles. Los telefonillos de las comunidades. Grises el fontanero del barrio y los repartidores y las cajas de botellas de refrescos y los cascos vacíos. Las macetas de geranios y de amor de hombre, grises. Los parroquianos acodados en las barras y los mendigos y las señoras que pasean a sus perros o tiran de sus carritos de la compra, grises. Grises las ofertas de las inmobiliarias y los muebles de los anticuarios y los pescados de la pescadería y las mesas de mármol de los cafés y las cabezas de las gambas en el suelo de las tascas y los botones, ovillos y gomas que venden en las mercerías. Los periódicos, los graffiti y los letreros apagados de los garitos. Los mechones que caen de entre las tijeras de los peluqueros y los aceites y los bálsamos de los salones de belleza. Gris, la perspectiva hacia el final de la calle. Lo veo todo gris pero, cuando entro en el portal de la casa en la que vivía Cristina Esquivel, me quito las gafas e imprevisiblemente todo se llena de colores.

MARTA SANZ, Black, black, black, Anagrama, Barcelona, 2011, pp. 22-23.

lunes, 29 de agosto de 2011

EL HOMBRE SIN NOMBRE, Pedro Mañas & Silvina Socolovsky


EL HOMBRE SIN NOMBRE
        
En mi ciudad hay mil barrios.
En cada barrio hay cien calles.
En cada calle hay diez casas.
En cada casa hay un hombre.
¿Y a este hombre qué le pasa?
Pues le pasa (no te asombres)
que nadie sabe su nombre,
ni le escribe, ni le abraza.
Le pasa que no le conocen
ni en su calle, ni en la plaza.
Le pasa que no tiene patio,
ni ventana, ni terraza.
Le pasa que nada le pasa
Al hombre que vive enfrente
de la puerta
de tu casa.
        
PEDRO MAÑAS & SILVINA SOCOLOVSKY, Ciudad laberinto, Faktoría de libros, Pontevedra, 2009, pp. 16-17. 

domingo, 28 de agosto de 2011

KAFKA DÍA A DÍA, Marco Tulio Capica

KAFKA DÍA A DÍA

Como tantos hombres, Gregorio Samsa despertó en medio de su vida. Como todos, hecho un insecto.



         

sábado, 27 de agosto de 2011

UNA FLOR CADA DÍA, Fabián Vique


UNA FLOR CADA DÍA

   Según las creencias de los antiguos quiyús, si alguien deja cada día una flor sobre la tumba de la amada, al cabo de un cierto número de días (la cifra es secreta), la amada se levanta de la tumba, le revela una verdad al amado, y regresa a la tierra.
   Así lo hice. Durante años, cada día, con sol o con lluvia, con nieve o con escarcha, dejé una flor sobre la sepultura donde descansa el cuerpo de mi amada.
   Hoy, finalmente, apenas dejé la orquídea, la tierra se abrió y mi amada, resplandeciente y lozana, se elevó sobre la grava, me miró gravemente y me dijo:
   —¡Vos siempre igual, Mauricio, seguís perdiendo el tiempo con supersticiones ridículas! ¿Cuándo vas a sentar cabeza?
   Me escupió y volvió a la tumba.




viernes, 26 de agosto de 2011

UN EUROPEO, Slawomir Mrozek



UN EUROPEO
     
   Cuando el cocodrilo entró en mi dormitorio pensé que tampoco había que exagerar. No me refiero al cocodrilo sino a mí mismo. Ya que mi primer impulso fue alcanzar el teléfono y marcar los tres números de urgencias: policía, bomberos y ambulancia. Pero justamente semejante reacción me pareció exagerada. Puesto que soy un europeo educado en el espíritu cartesiano, siento repulsión por los extremismos, pienso de un modo racional y no sucumbo a impulsos de ningún tipo sin haberlos analizado previamente.
   Así que me cubrí la cabeza con el edredón y emprendí un trabajo mental.
   Primero —determiné— la aparición de un cocodrilo en mi dormitorio es un absurdo, y, según el pensamiento lógico, el absurdo sirve sólo para ser excluido del razonamiento ulterior. O sea que no había ningún cocodrilo. Tranquilizado con esta conclusión, asomé la cara por debajo del edredón, gracias a lo cual logré ver cómo el cocodrilo cortaba de un mordisco el cable del aparato telefónico, ya anteriormente devorado por él. Incluso en el caso de que alargando la mano a través de sus fauces hasta el estómago consiguiera marcar uno de los números de urgencias, la comunicación ya estaba cortada.
   Decidí acudir a la cabina telefónica más próxima para avisar al pertinente departamento de la empresa de telecomunicaciones sobre el fallo de mi teléfono particular, lo cual me permitiría, tras la eliminación del fallo por un equipo de especialistas, ponerme en contacto con la institución competente en materia de retirar cocodrilos. Sin embargo, como hombre civilizado que soy, no podía salir a la calle en pijama, y el cocodrilo, justamente, acababa de engullir mis pantalones. Por supuesto no eran los únicos pantalones de que yo disponía. A pesar del insuficiente, en mi opinión, crecimiento del nivel de vida, en mi armario había unos cuantos pantalones. Por desgracia, los que tenía la intención de ponerme, pues combinaban mejor con la americana Yves Saint Laurent, no se encontraban en el armario, sino en la tintorería. ¿Y dónde estaba el comprobante de mi identidad como dueño de aquellos pantalones, documento sin el cual resultaría imposible retirarlos de la tintorería? Me puse a buscar el comprobante cojeando un poco, ya que mientras tanto el cocodrilo había devorado una de mis piernas. No hice caso de la pierna, pues iba creciendo en mí la preocupación por los pantalones. Justamente estaba a punto de devorarme la otra pierna, cuando adiviné la terrible verdad: el cocodrilo había devorado el comprobante de la tintorería y nunca más recuperaría mis pantalones.
   Estrangulé a la bestia con mis propias manos. Reconozco haber actuado con brutalidad y, lo que es peor, bajo la influencia de una emoción incontrolada. Reconozco que en lugar de confiar en las instituciones constitucionales actué por mi cuenta. Pero comerse un comprobante de tintorería! Hay situaciones en las que la defensa de la civilización requiere faltar a las normas civilizadas.    




SLAWOMIR MROZEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005, pp. 47-49.    

jueves, 25 de agosto de 2011

...TEMPO DI VALSE..., Iolanda Zúñiga



...TEMPO DI VALSE...

   Inevitable para mí la concordancia de los marcos de fotos en la pared con los tofos de las cortinas y del sofá; microondas, la campana, la tostadora y el gancho de colgar el paño de cocina en acero perenne; los accesorios del baño en cristal, como la mampara y las figuritas Swarovski que colecciono; y mi edredón de plumas, generoso en abrigo, complementando mis biorritmos nocturnos destemplados. Interpreto bien el papel de la Perfección. Acudí a la master class de arte dramático que impartió la Sra. Apariencia en Cambridge. Únicamente por la noche me ahoga este ser imperfecto y dudoso que alimento a escondidas, porque soy acuario, ascendente en capricornio, y mi obstinación me impide cambiar y convertirme en lo que educadores, padres y amigos de maletín en mano  esperaron una vez de mí, para así engordar su círculo de éxitos ajenos que los aupen al podio. Recojo cada anochecer, en mi regazo, a la Imperfección desaliñada, y la acuno pensándole una nana, sin más deseo que fortalecerla para, quizás en octubre, poder vestirme con ella sin vergüenza. Se acuesta a mi lado, como marido sabedor de una infidelidad que no pregunta por miedo a acertar. Y acepta el trío que formamos luchando por cada día. La Perfección, la Imperfección y yo.
        
IOLANDA ZÚÑIGA, Vidas Post-it, Pulp Books, Cangas do Morrazo, 2011 (2007), p. 69.