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sábado, 6 de agosto de 2016

[OSCURECE LENTAMENTE...], Vergílio Ferreira

Oscurece lentamente en un cielo gris de ceniza. Llega una brisa del infinito, pasa y se lleva con ella el anuncio al infinito. Ahora las cosas tienen el misterio más visible. Los perros se dan cuenta y le ladran con odio.


VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 175.
&
Joel-Peter Witkin

martes, 17 de marzo de 2015

[AQUÍ CERCA DE CASA...], Vergílio Ferreira


   Aquí cerca de casa había un chico paralítico al que la madre sacaba a veces a tomar el sol en su silla de rue­das. Y un día apareció muerto con un tiro en la cabeza. Debieron de alcanzarlo de lejos con mira telescópica y arma silenciosa. Pero pasado algún tiempo, empezaron a morir otros enfermos e inválidos. El pánico invadió toda la ciudad y todo el país, preguntándose quién sería el lo­co asesino. Entonces apareció un comunicado de un gru­po político reivindicando todos los asesinatos en nom­bre del interés nacional. El peso de los inútiles era enorme y sobre todo, los trabajadores tenían que susten­tarlos. Teníamos que imaginar el gasto público con el pe­so muerto de los inválidos, los hospitales, los sanatorios. Todo ese dinero, destinado en beneficio de los demás, haría que el país fuera más próspero y la sociedad más justa. Por tanto, había que devolver al país la salud y el bienestar de los más aptos, que eran la mayoría traba­jadora. Liquidar a los inválidos era un acto democráti­co. La policía se puso en marcha y finalmente consiguió capturar a los estimables demócratas. Y los jueces, tras meditado juicio, los alojaron en la cárcel. Y como toda doctrina, incluso la más absurda, recluta en seguida sus adeptos, se organizó un grupo para reclamar amnistía en favor de esos «presos políticos». Y una señora descono­cida me pidió la firma. Entonces yo le pregunté si era pa­ra liberar a unos que habían estado matando en benefi­cio de los trabajadores, etcétera. Y la señora me dijo: bueno, ya entiendo. Perdone.
   Muy bien. No se trataba realmente de asesinos euge­nésicos, sino de otros que igualmente habían estado ma­tando sin que yo, por otro lado, viese la diferencia. Y hasta hubo una llamada telefónica para hablarme de la amnistía para los «presos políticos». Y yo pregunté: ¿son esos que andan matando, etcétera? Y la señora dijo: ya entiendo. Y me pidió disculpas por el tiempo que me ha­bía robado. Y yo quise preguntarle si también había pe­dido disculpas a la familia de los muertos. Pero ella ya había colgado.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 193-194.
&
Urs Fisher


viernes, 6 de marzo de 2015

[LA HISTORIA SIEMPRE ENCUENTRA...], Vergílio Ferreira

   La Historia siempre encuentra al gran hombre que le conviene. Porque el gran hombre que le conviene siem­pre está disponible para que lo encuentre. Así, la gran­deza de los que han sido grandes hombres lo es a medias. Sencillamente, sin la mitad que no era suya ni su propia mitad habría existido.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006.
&
Marcel Mariën

miércoles, 25 de febrero de 2015

[MUERTE, PUEDES VENIR...], Vergílio Ferreira

   Muerte, puedes venir. Está la puerta abierta, puedes venir. Déjame solamente solucionar unos problemas to­davía pendientes, pero entre los que no está el de existir. Realizado lo posible de lo que en retórica se llama el «sueño», su imposible, que también está ahí, ¿vale la pe­na que sea el de un paralítico? ¿El de un gagá? Muerte, no hagas cumplidos. Lo he agotado todo, puedes avan­zar. La energía de ser viviente, las relaciones viables con los que fueron otros para mí, las ideas aprovechables que llamaron al lugar en el que podían ser y se quedaron, et­cétera, etcétera, todo se ha cumplido. Llega un momen­to en el que lo invisible y repentino nos toca levemente en un hombro. Es cuando entre nosotros y la vida se in­terpone lo inesperado de la extrañeza, del hablar lenguas diferentes, de ver que la señal de paso de nosotros a nues­tra circunstancia no nos proporciona un tránsito fácil y normal. Cada edad trae consigo un todo en el que se in­tegra y con él avanza por la vida. Nuestra búsqueda y el estar bien con la gente de nuestra edad es la búsqueda de una patria común con un sistema integrado de relacio­nes. No es necesario que los demás nos avisen para que nos obsequiemos con el llegar hasta allí. Ya lo sabemos. Incluso en la mirada distante que hay en el respeto. Ya es el respeto que se tiene por el muerto, para alejar el mal augurio. Qué distancia tan enorme. En los intereses in­mediatos, en los libros, en las formas de arte, en las ide­as políticas, en el modo de ser, en la banalidad cotidiana. Ya nadie nos da guerra, como mucho nos ponen en ridí­culo, cuando no sabemos ocupar nuestro lugar. O cuan­do sí sabemos y somos comprensivos, apenas nos dan la buena educación. El aire que se respira, la ocupación de nuestro espacio para que nuestro tránsito se alterne con el de los demás, nuestro hábito maníaco de existir son beneficios a los que ya no tenemos ningún derecho. El ser que somos y el que acumulamos en él son nuestras reservas para irnos gastando. Pero la extrañeza con la que nos miran revierte en nosotros, en nuestra soledad, en lo impracticable de nosotros mismos. Imaginemos un hombre medieval devuelto a la vida. El viejo es eso, como amenaza o como inicio. La muerte no es un flage­lo, sino la ratificación de lo que ya fue decidido. La muerte apenas suscribe lo que ya somos como exceden­te. Sólo hay que dejarla firmar deprisa nuestro destino, que ella tiene más cosas por hacer. Muerte, puedes venir. No hagas cumplidos. Pero sé educada y no me marees demasiado.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 38-39.
&
Wolfgang Stiller

sábado, 17 de enero de 2015

[VI EL FINAL DEL FASCISMOS......], Vergílio Ferreira

  

   Vi el final del fascismo. Fue bueno. Veo el final del comunismo. Es bueno. Y vi durante toda la vida cómo uno y otro fueron útiles para que el odio se llevara a ca­bo. Pero se ha terminado la utilidad de esos pretextos, ¿qué otro pretexto aparecerá? Curamos los efectos de la enfermedad, guardamos la enfermedad para la próxima. Es la mayor reserva del hombre, esa, la del mal. Está lo que le es inevitable, pero no le basta. Cataclismos, trai­ciones del hermano cuerpo. No es suficiente. No desper­dicia ni a la propia muerte, que es su fatalidad, y la apro­vecha para ir matando más rápidamente. Como a un animal de su sustento. El hombre. Qué enormidad.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006.
&
James Forchione

sábado, 8 de noviembre de 2014

[EL ODIO ES MÁS FUERTE QUE EL AMOR...], Vergílio Ferreira



   El odio es más fuerte que el amor. El amor une y el odio separa. Y ese espacio permite organizar una guerra aunque sea un intercambio de tiros. Pero el mayor odio es el que se fundamenta en ese amor contra quien nos lo quiere dar. Y con todo, ese amor se olvida mientras se es­tá odiando. Porque el odio es más fuerte, y si lo justifica­mos con una razón detrás, es porque esa razón nos da la posibilidad de que parezcamos justificables. Por eso, co­mo ya he dicho, muchas veces cortamos las relaciones con alguien y seguimos con las relaciones cortadas cuan­do ya ni sabemos por qué.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006.
&
Kasimir Malevich

viernes, 24 de octubre de 2014

[NO DEFIENDO LA TRISTEZA...], Vergílio Ferreira

   No defiendo la tristeza. No defiendo la alegría. Ambas son el acné juvenil, incluso cuando se es adulto. Hay un lugar que queda a la misma distancia de una y de otra. Pero mucho más arriba o mucho más abajo. No sé cómo se llama. O ya lo he olvidado.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, p. 144.
&
Andy Goldsworthy

lunes, 4 de agosto de 2014

[LLORA A GRITOS...], Vergílio Ferreira

   Llora a gritos como los niños hasta que te agotes. Verás que después te duermes.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, p. 51.
&
Alfred Eisenstaedt

martes, 22 de julio de 2014

HISTORIAS DE AMOR, Vergílio Ferreira

   —Finalmente, lo que usted mejor sabe escribir son historias de amor.
   —Siempre me ha fascinado lo imposible.

VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, p. 155.
&
Igor B. Glik