lunes, 31 de octubre de 2011

[¿PARA QUÉ DIABLOS SIRVE LA LITERATURA?...], Juan Bonilla



   ¿Para qué diablos sirve la literatura? Me había planteado esa cuestión infinidad de veces, pero nunca había perdido el tiempo intentando una declaración convincente y firme. Lo único que sabía es que cuando murió mi padre recordé unos versos de Thomas Stearn Eliot que si bien no paliaron mi dolor sí al menos me lo llegaban a explicar, cuando alguien a quien amaba se retiró para siempre de mi vida, me socorrieron dos renglones de Juan José Arreola («La mujer que amé se ha convertido en fantasma: ya sólo soy el lugar de sus apariciones»), cuando me cruzo con una de esas princesas por cuyos cuerpos vendería mi alma al demonio, repito una exclamación de Rafael Cansinos Assens («Dios mío, no permitas que haya tanta belleza en este mundo»), cuando la noche pesa sobre mí como el cadáver de una esperanza acribillada, unos versos de Federico García Lorca acuden a mi mente para colorearme el insomnio como el más eficaz de los ansiolíticos («pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos, y hay barcos que sólo buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos»). ¿Es poco? Sin duda. Juegos para aplazar la muerte, juegos que ayudan a no perder el tiempo sino a sustituirlo, suprimirlo, abolirlo. Guiños inocuos que, aunque no me facilitan el camino, lo hacen más llevadero, lo amplían.
   La literatura me sirve en fin para que la vida me concierna menos de lo que yo hubiera sido capaz de soportar.

JUAN BONILLA, Nadie conoce a nadie, Ediciones B, Barcelona, 1996, pp. 26-27.

domingo, 30 de octubre de 2011

EL TAÑIDO, Tomas Tranströmer



EL TAÑIDO

Y el tordo sopló en los huesos de los muertos con su canción.
Estábamos bajo un árbol sintiendo que el tiempo se hundía
          y hundía
El cementerio y el patio de la escuela se encontraron y ensancharon
          el uno en el otro como dos corrientes en el mar.

El tañido de las campanas de la iglesia ascendió impulsado
          por la suave palanca del planeador.
Dejaron un silencio áun más enorme en la tierra.
y los pasos calmos de un árbol, los pasos calmos de un árbol.




TOMAS TRANSTRÖMER, Para vivos y muertos, Hiperión, Madrid, 1992, página 44.

sábado, 29 de octubre de 2011

[SE CAYÓ EL TECHO...], Tomas Tranströmer


Se cayó el techo
y los muertos me ven.
Éste es el rostro.

TOMAS TRANSTRÖMER, El cielo a medio hacer, Nórdica, Madrid, 2010, p. 216.

viernes, 28 de octubre de 2011

[LAS LÁGRIMAS DE DIOS...], Carlos Edmundo de Ory & Miguel Pozo


Las lágrimas de Dios bajan de tiempo en tiempo por la senda de los arcoiris.


CARLOS EDMUNDO DE ORY, Aerolitos, El Observatorio, Madrid, 1985, página 46.

FOTOGRAFÍA: Miguel Pozo

jueves, 27 de octubre de 2011

ACCIDENTE, Manuel Moyano


ACCIDENTE

   La mano cercenada que descansa sobre el asfalto lleva puesta la pulsera de la fortuna.


MANUEL MOYANO, Teatro de ceniza, Menoscuarto, Palencia, 2011, página 44.

miércoles, 26 de octubre de 2011

PESCA, Federico Fuertes Guzmán



PESCA

   ¡Otra vez mi mujer me ha dejado destapado! Ella tira y tira, y la madrugada me encuentra aterido y en posición fetal. Son las seis y todavía quedan un par de horas de cama, así que intentaré recuperar el tapado. Primero llega una colcha estampada de flores, después una primera manta de color celeste y una segunda amarilla (colores patrios para nosotros). Siguen llegando mantas y yo sigo tirando: mantas de lana, edredones, colchas estampadas, sábanas de franela y, ¡oh sorpresa!, después de mucho esfuerzo, aparece un gran banco de boquerones que dan sus últimos saltos sobre el lugar que hasta ese momento ha correspondido a mi cónyuge en el lecho nupcial.

FEDERICO FUERTES GUZMÁN, Los 400 golpes, e.d.a.,Benalmádena, 2008, p. 118.

martes, 25 de octubre de 2011

PELEAS, Juan Romagnoli


PELEAS

   Cuando discutimos, mi esposa suele decirme:
   —Con vos no se puede hablar en serio. Te comportas como un niño.
   Yo trato de controlarme y explicarle que no es así, pero me termina de enojar cuando me tapa la boca con esa papilla, y entonces la escupo y hago un berrinche.


JUAN ROMAGNOLI, Universos ínfimos, Tres fronteras, Murcia, 2009, página 80.