miércoles, 29 de febrero de 2012

¿YO?, José María Merino


¿YO?

   De niño imaginaba que la Luna no estaba allá arriba, sino dentro de mí, que mi mirada la proyectaba en el cielo como hacía con las películas el ojo palpitante de las máquinas de los cines en las pantallas. Con los años he comprendido que tenía razón; la Luna está dentro de mí, como el Sol, y la Vía Láctea, y esas galaxias que aparentan ser tan lejanas y extensas. Y procuraré que se mantengan aquí dentro por los siglos de los siglos, es decir, mientras viva.


JOSÉ MARÍA MERINO, El libro de las horas contadas, Alfaguara, Madrid, 2011, p. 44.

martes, 28 de febrero de 2012

VIDA O MUERTE, Ana María Shua


VIDA O MUERTE
        
   El juego se llama Vida o Muerte y lo mejor es operar a los pacientes. Pero como no conocemos bien las instrucciones (el juego lo copiamos en lugar de comprarlo) los enfermos siempre se nos mueren. El juego es divertido pero termina mal. A nosotros nos va a pasar lo mismo. Jugando, tratamos de olvidarnos.

Ana María Shua

lunes, 27 de febrero de 2012

CINE MUDO, Paul Viejo



CINE MUDO

   ¿Por qué eres tan duro conmigo, Buster? Una sola vez. No volveré a pedirte nada. Dime que me quieres. Necesito escucharlo o si no me muero.

PAUL VIEJO, Los ensimismados, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, p. 81.

domingo, 26 de febrero de 2012

MARIPOSA, Clara janés



MARIPOSA

Rompe de la crisálida
y en color se despliega al aire leve
hundiendo en la corola el pensamiento
para olvidar su efímero destino.

Ha volado ante Keats:
su vida esta cumplida.

CLARA JANÉS, Vivir, Hiperión, Madrid, 1983.
Ilustración: Wols

sábado, 25 de febrero de 2012

HECES, Rubén Abella



HECES
        
   No podía evitarlo: las heces de su hija recién nacida le repugnaban y el cambio de pañales le parecía una labor degradante. Tan pronto olfateaba los primeros indicios del hedor, la depositaba en brazos de su madre y, fuese la hora que fuese, cogía la correa y una bolsita de plástico y sacaba a pasear a Toby, entonces más que nunca el mejor amigo del hombre.




RUBÉN ABELLA, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 102.

viernes, 24 de febrero de 2012

[FUE EN VENECIA...], César Casal

 
   Fue en Venecia. Nada menos que en el famoso Harry's Bar, en el que tanto bebieron Hemingway, Capote o Scott Fitzgerald. Apareció una condesa, buena clienta, y puso en un aprieto al chef, Giuseppe Cipriani. Le dijo que su médico le había prescrito carne cruda. Cipriani no se amilanó y le contestó, como buen profesional, que no había problema. Se marchó a la cocina y se le ocurrió cortar una loncha fina de buey y aderezarla con mayonesa, con un toque de mostaza y salsa perrins. La condesa cumplió su dieta y disfrutó tanto con el plato que le preguntó en seguida a Cipriani cómo se llamaba esa maravilla. Cipriani no sabía dónde meterse. Todo había sido fruto de la improvisación. Pero estuvo rápido y se acordó de que esos días había en Venecia una exposición del pintor Vittore Carpaccio, cuyas telas tienen una profusión de rojo y amarillo, y soltó que el plato se llamaba carpaccio. Y así es que ese pintor del quattrocento está hoy emplatado en todos los restaurantes que se precien.


CÉSAR CASAL, El "carpaccio" y la casualidad, La Voz de Galicia, 22 de febrero de 2012.

Ilustración: Vittore Carpaccio

jueves, 23 de febrero de 2012

GERALDO, SIN APELLIDO, Sandra Cisneros



GERALDO, SIN APELLIDO
    
   Ella le conoció en un baile. También él era guapo y joven. Dijo que trabajaba en un restaurante, pero ahora ella no recuerda cuál. Geraldo. Eso es todo. Pantalones verdes y camisa de sábado. Geraldo. Eso le dijo.
   Y cómo iba a saber que sería la última persona que le vería vivo. Un accidente, ¿no lo sabías? El coche se fugó. Marin va a todos esos bailes. Al Uptown. Logan. Embassy. Palmer. Aragon. Fontana. The Manor. Le gusta bailar. Sabe bailar cumbias y rancheras. Él sólo era alguien con  quien había bailado. Alguien a quien había conocido esa noche. Es verdad.
   Así ocurrió. Así lo contó ella una y otra vez. Una vez a la gente del hospital y dos a la policia. Ninguna dirección. Sin apellido. Nada en los bolsillos. ¿No te da pena?
   Sólo que Mann no puede explicar por qué le importa, tantas y tantas horas por. alguien a quien ni siquiera conoce. La sala de urgencias del hospital. Nadie excepto un interno trabajando a solas. Y quizá si hubiera llegado el cirujano, quizá si no hubiera perdido tanta sangre, si hubiera llegado el cirujano al menos habrían sabido a quién avisar y dónde.
   ¿Pero qué más da? El no era nada para ella. No era su novio ni nada parecido. Sólo otro jornalero que no hablaba inglés. Sólo otro «espalda mojada». Ya sabes cómo son. Los que siempre parecen avergonzados. Y además, ¿que hacia ella en la calle a las tres de la madrugada? Mann, a quien enviaron a casa con el abrigo puesto y una aspirina. ¿Cómo lo explica?
   Le conoció en un baile. Geraldo con su camisa brillante y sus pantalones verdes. Geraldo yendo a un baile.
   ¿Qué importa?
   Nunca vieron las cocinitas-nicho. Nunca supieron nada de los apartamentos de dos piezas ni de las habitaciones que alquilaba para dormir, de los envíos semanales de dinero a casa, del cambio de moneda. ¿Cómo lo iban a saber?
   Se llamaba Geraldo. Y su hogar está en otro país. Aquellos a quienes dejó atrás están lejos. Se preguntarán, se encogerán de hombros, recordarán, Geraldo... se fue al norte. Nunca volvimos a saber de él.
        
SANDRA CISNEROS, Una casa en Mango Street, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp. 99-100.

Fotografía: Santiago Sierra