jueves, 4 de abril de 2013

ACUERDO, Fernando León de Aranoa



ACUERDO

   Acuérdame de ti,
que yo te acordaré de mí.


FERNANDO LEÓN DE ARANOA, Aquí yacen dragones, Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 54.

 Ilustración: David de la Mano
  

miércoles, 3 de abril de 2013

[¡AQUEL ESTÚPIDO CRÍO...], Charles Simic

   ¡Aquel estúpido crío tenía agarrada por la cola a la Bestia del Apocalipsis! Oh barbas en llamas, habíamos firmado nuestra perdición. Los edificios se tambaleaban; las pantallas de los ordenadores estaban tan negras como los armarios de nuestras abuelas. Estábamos demasiado asustados como para suplicar. Otro siglo al garete ¿y para qué? ¡Y todo porque hay gente que no sabe educar a sus hijos!


CHARLES SIMIC, El mundo no se acaba, Vaso Roto, Madrid, 2013, p. 35.

Traductor: Jordi Doce

Ilustración: Rufino Tamayo

martes, 2 de abril de 2013

[PEDIRLE AL SER HUMANO...], Roger Wolfe




   Pedirle al ser humano que reniegue del odio, o ya puestos, que reniegue del amor, es tan inútil como pedirle a un gato que deje de perseguir ratones o al fuego que no arda. El fracaso de todas las religiones, y de todos los sistemas políticos, filosóficos y éticos conocidos, se debe a ese choque frontal con la propia naturaleza humana. Estamos condenados a repetir nuestros errores hasta el día en que reventemos, y hasta la total aniquilación de la especie y del planeta, y no hay vuelta de hoja ni pero que valga. Para el ser humano no hay otra paz que la del cementerio.



ROGER WOLFE, Oigo girar los motores de la muerte, DVD, p. 41.

Fotografía: Annie Leibovitz

lunes, 1 de abril de 2013

EL GORRIÓN, Ivan Turgenev


EL GORRIÓN

   Yo volvía de cazar y caminaba por una avenida del parque. Mi perro corría delante.
   De pronto, se puso al acecho y empezó a avanzar cautelosamente, como si hubiera olfateado una presa.
   Miré adelante y vi a un polluelo de gorrión, de pico amarillo y plumón en la coronilla. Se había caído del nido —un fuerte viento balanceaba los abedules del parque y se había quedado ahí, inmóvil e indefenso, ahuecando sus incipientes y diminutas alas.
   Mi perro se aproximaba a él lentamente cuando, de pronto, de un árbol cercano cayó como una piedra un gorrión adulto, de negra pechera, plantándose ante el mismísimo hocico de mi can y, desencajado, con las plumas hirsutas, piando lastimera y desesperadamente dió un par de saltos en dirección a aquellas fauces abiertas y dentudas.
   Se lanzó a salvar a su criatura, a protegerla con su cuerpo... mientras todo su diminuto ser temblaba de miedo, su vocecilla se quebraba y enronquecía... petrificado de espanto, estaba dispuesto a sacrificar su vida.
   ¡Qué enorme y monstruoso debía parecerle el perro! Y a pesar de ello, fue incapaz de permanecer en su rama, tan alta y tan segura. Una fuerza mucho más poderosa que su propia voluntad, lo había arrojado al suelo.
   Mi Trésor se detuvo y retrocedió... También él reconoció esa fuerza.
   Me apresuré a llamar al avergonzado can y me alejé, lleno de veneración.
   Sí, veneración, no se rían de mí: sentí veneración ante aquel diminuto y heroico pajarillo, ante su arrebato de amor.
   El amor, pensé, es más fuerte que la muerte y que el temor a la muerte. Sólo el amor mantiene e impulsa la vida.

Abril de 1878

IVAN TURGUÉVEV, Poemas en prosa, Rubiños, Madrid, 1994, p. 53. 

domingo, 31 de marzo de 2013

[MÍRAME...], Tomas Traströmer & Antonio Sánchez Serrano


Mírame, estoy
como un lanchón en tierra.
Aquí soy feliz.



TOMAS TRANSTRÖMER, El cielo a medio hacer, Nórdica, Madrid, 2010.

sábado, 30 de marzo de 2013

[CUANDO PIENSO EN MIS VIDAS POSIBLES...], Carlos Marzal


   Cuando pienso en mis vidas posibles, siento nostalgia de la verdadera.


CARLOS MARZAL, La arquitectura del aire, Tusquets, Barcelona, 2013, p. 158.

viernes, 29 de marzo de 2013

JESUCRISTO, Ivan Turguénev

JESUCRISTO
   Me vi adolescente, casi un niño, en una pequeña iglesia rural. Las candelas alumbraban con su llama trémula y rojiza los antiguos iconos.
  Un diminuto halo irisado coronaba cada llama. En el interior reinaba una oscura penumbra... La iglesia estaba abarrotada.
   Las cabezas trigueñas de los campesinos se agolpaban ante mí. De vez en cuando se inclinaban y se alzaban todas a] tiempo, como espigas maduras de la mies mecidas por la suave brisa de verano.
   Un hombre se acercó por detrás y se colocó a mi lado.
   No me volví a mirarlo, pero al instante me di cuenta de que ese hombre era Jesucristo.
  Un sentimiento de piedad, mezclado con la curiosidad y el miedo, se apoderó al momento de mí. Hice un esfuerzo.., y miré a mi vecino.
  Su rostro era común, semejante a todos los rostros humanos. Sus ojos, ligeramente alzados, tenían una mirada atenta y serena. Los labios cenados, aunque no apretados, el superior reposando suavemente sobre el inferior, y una pequeña barba, partida en dos. Las manos juntas, quietas. Y una vestimenta común, como la de todos.
   «¿Qué clase de Jesucristo es éste? —pensé. —Un hombre tan corriente, tan sumamente sencillo. ¡No puede ser!»
   Y le volví la espalda. Pero apenas hube apartado la mirada de aquel hombre común, sentí de nuevo la impresión de que era precisamente Jesucristo quien estaba a mi lado.
   De nuevo hice un esfuerzo para mirarlo.., y volví a ver el mismo semblante, semejante a cualquier rostro humano, de rasgos comunes, aunque desconocidos.
   De pronto sentí espanto... y volví en mí. Sólo entonces comprendí que precisamente un semblante como aquel, semejante a cualquier rostro humano, es la verdadera faz de Cristo.


IVAN TURGUÉNEV, Poemas en prosa, Rubiños, Madrid, 1982, p. 101.