viernes, 31 de mayo de 2013

[TIENE MIEDO LA LLUVIA..], Carlos Skliar




Tiene miedo la lluvia. Miedo a no dejar encontrarnos. Miedo al desplante de los árboles.  Miedo a la soledad de los perros. Miedo a los niños que huyen. Miedo a los vagabundos, a  las persianas y a las azucenas. Miedo al golpe sobre la punta de los paraguas negros. Y ya  no cae.

CARLOS SKLIAR, No tienen prisa las palabras, Candaya, Barcelona, 2012, p. 137.


jueves, 30 de mayo de 2013

[SÓLO ALGUNOS MURMULLOS...], Miguel Ángel Hernández





   Sólo algunos murmullos. Indistinguibles. Luego, llegaron las palabras.
   —Una puta locura.
   —Habría que encerrarlo.
   —Locos hay en todas partes.
   Todos parecían estar de acuerdo. Flanagan era un perturbado. Estaba loco. No era un artista. Esa película no debería mostrarse. Yo comprendía sus comentarios. Había algo en las imágenes capaz de trastornar a cualquiera. Pero intuí también que había algo allí que estaba más allá de la locura. Algo que merecía la pena. Lo percibía, lo tenía claro. Por eso decidí intervenir.
   Esbocé mi argumento en un papel, como si fuera un discurso, levanté la mano y comencé a hablar con más temor que otra cosa:
   —Lo que yo pienso —dije— es que si la imagen nos sorprende y nos indigna es porque no la esperábamos. Todo lo contrario de las imágenes crueles de la televisión. Con ésas estamos acostumbrados a convivir.
   Mis compañeros me miraron. Pocos compartían lo que estaba diciendo. Miré a Helena. Y ella sí que parecía seguir la argumentación. Así que continué. Y dije que esas imágenes terribles formaban parte básica de nuestra dieta y que nadie quizá pudiera ya hacer bien la digestión sin la sesión diaria de niños hambrientos, madres doloridas y cuerpos desmembrados. Dije que era posible que la comida no nos sentase tan bien sin esa especia que condimentaba nuestros alimentos. Sal, aceite, vinagre y, por supuesto, sangre, vísceras, brazos, piernas y llantos. Alguna satisfacción interior debíamos de encontrar en esas imágenes si las seguíamos viendo, si continuábamos comiendo como si nada y no tomábamos las armas y nos poníamos a pegar tiros en la calle y a poner las cosas en su sitio.
   Me emocioné con la intervención. Y aunque quería parar ya, no encontraba la manera de hacerlo. Siempre me ha costado trabajo comenzar a hablar, pero muchas veces me ha sido más difícil dejar de hacerlo.


MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, Intento de escapada, Anagrama, Barcelona, 2013, pp. 23.

miércoles, 29 de mayo de 2013

GIN TONIC, Juan Salmerón


GIN TONIC

   Un dedo con una uña rota.
   Dos dedos elevando el nivel de ginebra en la copa.
   Tres dedos sosteniendo una botella: en su cristal grabado el mapa de Islandia.
   Cuatro dedos pulsando la sien de quien se dejaría desvanecer en el cráter del volcán, de quien querría estallar como un pétalo arrastrado por el tallo del géiser.
   Cinco dedos tamborileando a ritmo de jazz.

   Ninguna palabra. Nada que verbalice la fuga. Nada que pigmente la desolación. Un silencio aferrado al vacío multicolor de los tentáculos.

   Una mano a la que salvaría la delicadeza de una caricia y, sin embargo, se demora, alineando sobre la mesa, como reblandecidos perdigones, varias bayas de enebro.

martes, 28 de mayo de 2013

LOS TOURS, Miguel Gila




LOS TOURS

   El verano pasado hice un tour por Europa. Recorrimos en once días diecinueve países, ¡deprisa! ¿eh?: «Vamos, vamos, vamos». «Que me hago pipí». «En Holanda, señora». Se bajó las bragas en Bélgica y llegó justito, que íbamos todos en el autocar diciendo: «Que nos mea, que nos mea». Nada. El guía lleva calculada la elasticidad de la goma, la longitud de las piernas, todo.
   Pero precioso. Nos llevaron, de entrada, digamos como para ir haciendo boca, a la torre inclinada de Londres, de ahí a París. Vimos la Torre Infiel, el Museo de la Ubre, que o la ubre ni la vi a esa velocidad qué vas a ver.
   Venía un señor muy culto que quería visitar los Inválidos y le dijeron: «Mire ese manquito y rápido». Después nos llevaron al monumento al Soldado Descolorido, y a una plaza en la que los franceses se tomaron la pastilla, y de ahí a la tumba de Napoleón, que nos dijo el guía: «Ahí están las cenizas de Napoleón». ¡Cómo fumaba! Un cajón lleno de ceniza.
   De París fuimos a Roma, al Vaticano. ¡Vaya negocio que se han montado, y empezaron con un pesebre! Precioso el Vaticano. El Papa estaba en el sillón papal, al fondo de un pasillo muy ancho, con el suelo de mármol, brillante. Venía un andaluz en el tour, con zapatos nuevos que había estrenado para este acontecimiento. Y dijo: «Yo me viá a asercá ar Papa, pa’ que me dé su bendisión». Cuando dio el primer paso, entre el brillo del suelo y los zapatos nuevos..., pegó una resbalada... y salió disparado con el culo por el mármol, las dos piernas levantadas, con los zapatos por delante. El Papa, que le Vio venir, levantó el codo y el andaluz pegó un chocazo contra la tarima donde estaba el sillón papal, que sonó... El Papa, como corresponde a su jerarquía, contuvo la risa, y muy amablemente, dijo; «Buona sera». Y dijo el andaluz: «Buena sera, pero mucha cantidá».
   De ahí nos llevaron al circo romano, que era un circo donde los leones se comían a los cristianos, pero ni vimos leones ni cristianos.
   Luego nos llevaron a un pueblo precioso, que las calles son de agua y venden los terrenos por litros cuadrados, y que van todos en canoas, como en el estanque del Retiro pero en fino. Todo lleno de puentes, el puente de los bostezos o de los ronquidos, o de los suspiros, no me acuerdo bien.
   Y después a Grecia. A mí, Grecia, ¿qué quieren que les diga, es un país que, bueno, que sí, que está, no vas a ser tan ignorante de decir ¡huy, no está Grecial, está, pero cómo está, todo roto, todo tirado por el suelo, viejo, del año del pedo. Todas las estatuas rotas, a una le falta la cabeza, a otra un brazo, a otra una pierna, decía yo: «¡Coño! que hagan una con todas».
   A mí Grecia no me gustó. Claro, que no la vimos bien, porque llevábamos media hora y preguntamos: «¿Qué país es a éste?» «¡Grecía!». «De nada».
   Y otra vez al autocar.

MIGUEL GILA, Siempre Gila, Aguilar, Madrid, 2001, pp.119-121.

lunes, 27 de mayo de 2013

PARMÉNIDES, Juan Carlos Mestre



PARMÉNIDES

La verdad es una diosa que ensena el camino a los errantes. Si debe ser necesaria la luz antes ha de no ser la noche. El olvido es la presencia aparente de lo que aún existe. La diosa habita el círculo de la benevolencia, es piadosa. Lo femenino es la rueda de un carro, lo masculino la otra. Yo soy dos semejanzas paralelas de amor, dos infinitos. No sé si las yeguas piensan o padecen, dudo entonces. ¿Es más justo el que nace o el que no pudo ser? Cuando me muera regresaré al todo de la nada. Estoy contento.

JUAN CARLOS MESTRE, La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon, Calambur, Madrid, 2012, p. 79.

domingo, 26 de mayo de 2013

[EN UN SENTIDO ÉTICO...], Guido Ceronetti



   En un sentido ético, la así llamada biósfera es ya toda ella una pura tanastósfera. En un sentido material —así como la rueda sigue al carro— también...

GUIDO CERONETTI, Los pensamientos del té, Muchnik, Barcelona, 1994,  p. 138.

Ilustración: Marcin Owczarek

sábado, 25 de mayo de 2013

[ME ACUERDO...], Javier Serrano


... me acuerdo de una foto de Robert Walser, muerto en la nieve, en las afueras del psiquiátrico donde residía...

JAVIER SERRANO, Memoria de pez, Creative Commons, Madrid, p. 76.