domingo, 30 de noviembre de 2014

[ARRODILLADO ENTE UN PEQUEÑO PÁJARO HERIDO...], Julia Otxoa

   Arrodillado ante un pequeño pájaro herido, lloró por primera vez en muchos años y fue entonces cuando a aquel hombre, por fin, de pronto, le nacieron las alas.


JULIA OTXOA, Jardín de arenaEdiciones La Palma, Madrid, 2014, p. 106.

sábado, 29 de noviembre de 2014

LA CANCIÓN DE PERONELLE, Juan José Arreola

LA CANCIÓN DE PERONELLE

    Desde un claro huerto de manzanos, Peronelle de Armentières dirigió al maestro Guillermo su primer rondel amoroso. Puso los versos en una cesta de frutas olorosas, y el mensaje cayó como un sol de primavera en la vida oscurecida del poeta.
Guillermo de Machaut había cumplido ya los sesenta años. Su cuerpo resentido de dolencias empezaba a inclinarse hacia la tierra. Uno de sus ojos se había apagado para siempre. Sólo de vez en cuando, al oír sus antiguos versos en boca de jóvenes enamorados, se reanimaba su corazón. Pero al leer la canción de Peronelle volvió a ser joven, tomó su rabel, y aquella noche no hubo en la ciudad más gallardo cantor de serenatas.
   Mordió la carne dura y fragante de las manzanas y pensó en la juventud de aquella que se las enviaba. Y su vejez retrocedió como sombra perseguida por un rayo de luz. Contestó en una carta extensa y ardiente, interpolada con poemas juveniles.
   Peronelle recibió la respuesta y su corazón latió apresurado. Sólo pensó en aparecer una mañana, con traje de fiesta, ante los ojos del poeta que celebraba su belleza desconocida.
   Pero tuvo que esperar hasta el otoño la feria de San Dioninsio. Acompañada de una sirviente fiel> sus padres consintieron en dejarla ir en peregrinación hasta el santuario. Las cartas iban y venían, cada vez más inflamadas, colmando la espera.
   En la primera garita del camino, el maestro aguardó a Peronelle, avergonzado de sus años y de su ojo sin luz. Con el corazón apretado de angustia, escribía versos y notas musicales para saludar su llegada.
   Peronelle se acercó envuelta en el esplendor de sus dieciocho años, incapaz de ver la fealdad del hombre que la esperaba ansioso. Y la vieja sirviente no salía de su sorpresa, viendo cómo el maestro Guillermo y Peronelle pasaban las horas diciendo rondeles y baladas, oprimiéndose las manos, temblando como dos prometidos en la víspera de sus bodas.
   A pesar del ardor de sus poemas, el maestro Guillermo supo amar a Peronelle con amor puro de anciano. Y ella vio pasar indiferente a los jóvenes que la alcanzaban en la ruta. Juntos visitaron las santas iglesias, y juntos se albergaron en las posadas del camino. La fiel servidora tendía sus mantas entre los dos lechos, y San Dionisio bendijo la pureza del idilio cuando los dos enamorados se arrodillaron, con las manos juntas, al pie de su altar.
   Pero ya de vuelta, en una tarde resplandeciente y a punto de separarse, Peronelle otorgó al poeta su más grande favor. Con la boca fragante, besó amorosa los labios marchitos del maestro. Y Guillermo de Machaut llevó sobre su corazón, hasta la muerte, la dorada hoja de avellano que Peronelle puso de por medio entre su beso.

JUAN JOSÉ ARREOLA, Estas páginas mías, FCE, México, 2005 (1985), pp. 118-119.

viernes, 28 de noviembre de 2014

[LA VEJEZ ES UN CASTIGO...], Jaime Chávarri

   La vejez es el castigo por haber vivido demasiado.

JAIME CHÁVARRI, Y..., Huerga y Fierro, Madrid, 2001, p. 120. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

[LA VERDAD SUELE SER...], Héctor Abad Faciolince

    La verdad suele ser confusa; es la mentira la que tiene siempre los contornos demasiado nítidos.

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, Traiciones de la memoria, Alfaguara, Madrid, 2010, p. 150.
&
Belinda Chlouber

miércoles, 26 de noviembre de 2014

[EL HOMBRE ES UN ANIMAL RELIGIOSO...], Mark Twain

   El hombre es un animal religioso. El hombre es el único animal religioso. Es el único animal que tiene la Verdadera Religión –varias de ellas. Es el único animal que ama a su prójimo como a sí mismo y lo degüella si su teología no es la correcta.

Mark Twain
&
Veronka PHP

martes, 25 de noviembre de 2014

ELLA, José Cereijo

ELLA

   Incapaz, por su mucha timidez, de acercarse a una mujer, sus amigos le embromaban cruelmente. Para defenderse, inven­tó que había conocido a una; la describió con todo lujo de deta­lles, con una imaginación alimentada por años de soledad. Con­siguió, no sólo que cesaran las bromas, sino ver en sus miradas algo nuevo, y peligroso: la admiración, el respeto, tal vez la envi­dia. Como cada vez le presionaban más para que se la presenta­ra, inventó que había tenido que marcharse a otra ciudad, por razones de trabajo; también —volcándose, redimiendo quizás en los detalles muchas tardes desiertas—, las largas conversaciones telefónicas que mantenían. Esa criatura imaginaria era ya apre­ciada por todos; la impaciencia por conocerla, creciente. Tuvo que matarla. Se esforzó por ser convincente, al teléfono, con su mejor amigo, hablando del accidente, de su dolor, de la necesi­dad de acudir al funeral. Paseó, solitario, por la ciudad donde la había hecho vivir, y que no conocía; en cada esquina, en cada sombra, le parecía aguardar una ausencia, o la promesa o el esquema de una ausencia; también, el absurdo de sentirlo. Se fue de allí con el corazón oprimido, como si realmente hubiera habido alguien a quien perder. Sus amigos confundieron fácil­mente con dolor esa melancolía, y la respetaron. O quizá era él quien empezaba a engañarse. Fue ya, a los ojos de todos, el viudo de una sombra a la que todos parecían conocer mejor que él. Alguna vez pensó en repetir la hazaña, pero nunca pudo resolverse al engaño: por ellos —que tal vez lo sabían—, por él mismo, por ella.


JOSÉ CEREIJO, Apariencias, Renacimiento, Sevilla, 2005, pp. 69-70.
&
Arnaldo Pomodoro

lunes, 24 de noviembre de 2014

[SE PUDREN LAS HOJAS...], Manuel Villena

Se pudren las hojas
que alfombran el fango.
También lo vivido.

Manuel Villena
&
Manuel Villena