jueves, 6 de julio de 2017

[AMÉ TODAS LAS PÉRDIDAS...], Antonio Gamoneda

Amé todas las pérdidas.

Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.

ANTONIO GAMONEDA, Libro del frío, Siruela, Madrid, 2009.
&
Dolan Geiman

miércoles, 5 de julio de 2017

[ESCRIBIR DA TANTO MIEDO...], Erika Martínez

Escribir da tanto miedo como hundir el tenedor en algo que te sostiene la mirada. 

[fragmento]

Erika Martínez, Chocar con algo, Pre-Textos, Valencia, 2017, página 17.
&
Chema Madoz

martes, 4 de julio de 2017

[ES TRISTE IGNORAR...], Christian Bobin

Es triste ignorar el nombre de lo que se ama. Se parece a la melancolía pura. Cuando lo sabemos, el nombre acude a posarse con delicadeza en nuestro espíritu como un pájaro en nuestra mano. Nombrar lo que amamos es amarlo aún mejor.

Christian Bobin
&
Christian Schloe

lunes, 3 de julio de 2017

VOLVER A EMPEZAR, Ernesto Ortega

VOLVER A EMPEZAR

   El crujir de las hojas les recuerda lo solos que están. La vegetación se ha ido extendiendo por el asfalto hasta sepultar por completo la Quinta Avenida y el Madison Square Garden. Ahora los animales campan a sus anchas por Central Park, mientras ellos pasean de la mano, completamente desnudos, sin ningún pudor, bajo la sombra de los árboles. Nunca han sido tan felices. Al fondo, como últimos vestigios del pasado, las siluetas de los rascacielos medio derruidos alertan de la historia. Por eso, cuando esa maldita serpiente vuelve aparecer bajo sus pies, ella, sin temor alguno, la coge con sus propias manos y la parte en dos.

Ernesto Ortega
&
William Zorach [1889-1966]
1914, Spring in Central Park, Oil on canvas.



domingo, 2 de julio de 2017

EL SORBO, Manuel Espada

EL SORBO

   El señor del bañador azul a rayas se levanta, se sacude la arena con la toalla y se mete en el mar hasta la cintura con un vaso vacío y la pajita del daiquiri que acaba de apurar. Se agacha hasta rozar el agua con la pajita y sorbe todo el océano hasta dejarlo sin una sola gota. El señor del bañador azul a rayas escupe toda el agua que lleva dentro en su vaso de daiquiri. A través del cristal se aprecia claramente una pareja de ballenas jorobadas que nadan alrededor de la rodaja de limón, varias bancos de atunes chocan contra unos delfines desorientados y tres familias de elefantes marinos salen a la superficie del vaso. Un bañista que lleva puesto un flotador con forma de tortuga intenta aferrarse a un trozo de hielo y un anciano nudista con la piel muy arrugada flota sobre una gotita de ron. El señor del bañador azul a rayas trata de pescar con dos dedos un tiburón blanco que devora una pepita de limón, pero una succión enorme lo introduce en un tubo, pasa a través de unos dientes y aparece sobre una lengua con sabor a tequila y sal.

MANUEL ESPADA, Zoom, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2011, p. 146. 
&
Alexander Semenov

sábado, 1 de julio de 2017

AZÚCARES, FC

AZÚCARES

estas gotas de miel
se disuelven en abril
desde tu vientre
como cuando
disfrazado de gorrión blanco
me dispongo a picotear
sobre tu madera y ángel
y a beberlas



FC, Piel, Arnao, Madrid, 1985, p. 41.
&
Bill Brandt

viernes, 30 de junio de 2017

LAS MUSAS, Arantza Portabales

LAS MUSAS


   No había visto llorar a mi madre hasta el día en que mi padre murió. Hay algo antinatural y sobrecogedor en el llanto de una madre. Uno no sabe cómo consolarla.
   Papá murió un lunes de madrugada. Estiró su mano y agarró la de mi madre tan fuerte que le rompió los veintisiete huesos de su mano. Si le preguntas a mi madre cuál es el sonido de la muerte, te dirá que es muy semejante a un estallido de pajas secas. Ella, como pudo, se liberó de la mano inerte de mi padre. Luego se levantó, se aseó y se vistió de luto riguroso. A mi padre lo velaron en la biblioteca, rodeado de toda su obra: doce novelas, un libro de cuentos y tres ensayos.
   Anochecía cuando llegaron ellas. Altas, hermosas y sutilmente transparentes. Así las recuerdo. La mayor de todas se acercó a darnos el pésame. Mamá, que llevaba toda la vida esperando este momento, levantó su mano sana y le dio un bofetón. “Ahora es solo mío”, dijo. Las musas, respetuosas, retrocedieron en silencio. De repente, sus ojos dorados se fijaron unánimemente en mí. Sentí sus voces susurrantes. La menor de todas se me acercó y me miró fijamente a los ojos.

   Fue en ese momento cuando mi madre, totalmente vencida, rompió a llorar.


Arantza Portabales Santomé
&
Lola G. Saavedra