DEFINICIÓN DE LITERATURA
Si a una persona se le encomienda la tarea de buscar literatura, lo
esperable es que no pierda mucho tiempo en dirigirse a una librería.
Es frecuente pensar que la literatura sólo está contenida en los
libros, cuando, la literatura conoce, en la actualidad (y siempre ha
conocido), múltiples soportes: los muros pintados desde 1996 por Acción Poética, las paredes o los contendores de basura sobre los que escribe Neorrabioso,
los guiones radiofónicos, de películas o series de Televisión,
canciones (rap, hip hop, rock...), periódicos, discursos o, incluso,
algunas conversaciones en las que los interlocutores privilegien la
belleza del lenguaje.
Además, conviene recordar que la literatura es anterior a la aparición de la imprenta
e incluso a la escritura, como evidencia el hecho de que los pueblos
ágrafos atesoren —también nuestros antepasados analfabetos— repertorios
de canciones, relatos, leyendas u oraciones.
En suma, podemos afirmar que la literatura existe desde tiempos
inmemoriales, desde el momento en el uso del lenguaje, —tal vez
litúrgico (recitar y rezar proceden de recitāre citar de nuevo)—, pesó más que el contenido del mensaje, la forma, bella y memorable, que adoptaban las palabras.
¿Qué define a la literatura?
La literatura es un arte, por lo tanto procura la belleza.
Ante una obra literaria (como ante cualquier obra de arte) el
espectador disfruta, en primer lugar, una «experiencia estética» y, en
segundo lugar, es posible que llegue la «experiencia intelectual».
Aristóteles y Platón denominan estética (
griego «aisthētikē», latín «aesthetica»)
a la capacidad de percibir la belleza. El lector, durante la lectura o
escucha, podrá mostrarse bien indiferente o bien percibirá la fealdad o
la belleza del texto en sí.
Posteriormente podrá llegar la fase intelectual en la que el lector
manifestará su comprensión parcial o total de la obra en sí.
Es probable que en nuestras lecturas, escuchas o visionados de
obras literarias disfrutemos con obras que lleguen a decepcionarnos
cuando intentemos racionalizar lo contemplado y, por supuesto, habrá
grandes obras literarias que nos resulte costoso gozar durante la
lectura, pero que aporten mucho valor a nuestra comprensión de mundo.
Todas las manifestaciones artísticas, también la literatura, están condicionadas por un mutante
canon de belleza.
Esta medida varía por diversos motivos: el tiempo, el espacio y el factor social (individuo frente a sociedad).
a) el factor «tiempo»
Si reparamos en el paso del
tiempo, es fácil advertir que antaño merecían la consideración de literatura formas como las
hagiografías
(biografías de santos) o libros de oraciones, que no gozarán ahora de
esa sanción en un mundo que, aunque judeocristiano, propende al
agnosticismo y al ateísmo.
También es evidente que ahora consideramos literatura, manifestaciones estéticas que no existían en el pasado (
cine, videoclip,
novela gráfica,
videojuego...) o que no merecían esa consideración cultural.
Siempre existieron formas narrativas hiperbreves, pero será a principios del siglo XXI cuando el
microrrelato
adquiera estatuto de cuarto género narrativo. También siempre la
literatura ha abierto la puerta al erotismo, pero solo a partir de los
años 60 del siglo XX (
Henry Miller, Anaïs Nin, D.H. Lawrence...) obtiene el respeto del que goza en la actualidad la
novela erótica, que, junto a la
novela negra,
ya no son consideradas manifestaciones degradadas de cultura popular,
pues, desde la posmodernidad —principios de los años 80 del siglo XX— ya
no existe semejante frontera entre cultura de élite y cultura popular,
como demuestran las producciones cinematográficas de Quentin Tarantino,
Umberto Eco, o la elevadísima calidad literaria de las series de
televisión como la shakespeariana
Breaking Bad,
Chernobil o
La casa de papel. Las
buenas
series de televisión son tal vez otra gran aportación del siglo XXI a
un canon que ya se había visto ampliado cuando una de las entidades
prescriptoras de mayor prestigio internacional, la sueca Fundación
Nobel, concedió en 2015 el Nobel de Literatura a la periodista
bielorrusa
Svetlana Alexiévich y un año después al cantante
Bob Dylan.
Ambos autores no habían publicado libros.
b) el factor «espacio»
No debe costar mucho imaginar cuántas podrían ser las divergencias
en el gusto literario de sociedades alejadas en el espacio, puesto que,
incluso en un mundo globalizado como el nuestro, todavía sobran los
ejemplos.
En una dictadura comunista como la de China, la censura limita el
acceso a determinadas obras, por lo tanto, en su concepto de belleza
literaria es difícil imaginar que acepten la literatura erótica. Además,
su potentísima y milenaria tradición literaria y sus limitadas
comunicaciones con la cultura norteamericana y europea, permiten suponer
que estén más alejados de, por ejemplo, las fórmulas novelísticas
occidentales, que otros países también asiáticos como Japón.
Todos los países presentan singularidades en su producción literaria. Japón, por ejemplo, exportó al resto del mundo el
haiku y, más recientemente, el
manga. En Francia existe un mayor consumo de ensayo literario que, por ejemplo, en España, donde ciertos géneros hiperbreves como el
aforismo
cuentan con menos seguidores que en Italia. Algo parecido podría
decirse sobre el teatro, un subgénero literario cuasi moribundo en
nuestro país.
El éxito editorial mundial del japonés
Haruki Murakami
no lo ha convertido aún en un autor mayúsculo en su país, algo que no
puede sorprender, puesto que los referentes más evidentes de su
literatura son más universales que locales.
Un cineasta como el norteamericano Woody Allen tiene dificultades
para producir y estrenar en su país sus películas, y, sin embargo, goza
de todo el respeto —y éxito de público— en Europa.
Los culebrones, producciones de bajo presupuesto nacidas en
Sudamérica, tardaron en penetrar en España, donde merecen la
consideración de productos estéticos de la cultura popular destinados a
un público mínimamente exigente.
En otro aspecto, recuérdese que los productores de la exitosa serie La casa de papel tuvieron que modificar su metraje para optar al éxito internacional.
c) el factor social: Ortodoxia y heterodoxia. El gusto de la
sociedad frente al gusto del individuo. Cultura de élite y cultura
popular.
En todas las sociedades existe un consenso sobre los valores que
sirven para cohesionar a la sociedad. Esos valores, que condicionan
nuestra percepción de las cosas, determinan el «
imaginario colectivo».
En la actualidad solo a una minoría extremadamente retrógrada le
parecen aberrantes las relaciones amorosas homosexuales. En esos usos
sociales, el dogma es la tolerancia. Lo ortodoxo (el uso común) consiste en el respeto de la libre elección personal de cada individuo, mientras que lo heterodoxo sería despreciar, como sucedía antaño, lo que hoy simplemente consideramos «parafilias».
Sirva este preámbulo para señalar que la consideración social de la literatura afecta a su valoración.
Actualmente (aunque es una
tendencia que arranca desde finales del siglo XX), los hábitos de
consumo y producción literaria pueden hacer pensar que bajo el término
«literatura» solo caben las novelas (uno de los cuatro subgéneros
narrativos: novela, novela corta, cuento y microrrelato), puesto que la
mayoría de los libros vendidos en España son novelas, hasta el punto de
que, en el imaginario colectivo actual «novelista» equivalga a
«escritor». Una de las preguntas que más frecuentemente padecen poetas y
dramaturgos es «cuándo publicarán una novela».
Que el consumo literario mayoritario sea de novela, no impedirá a
un lector de poesía, aforismos, microrrelatos o bestiarios considerarse
lector de literatura.
En todas las sociedades existen diferencias sociales que explican
el distinto acceso a la formación intelectual, por ello, incluso en una
época como la actual, que presume de democratización de la cultura, sigue existiendo una cultura de la élite y una cultura popular,
aunque, desde finales de los ochenta del siglo XX, es muy frecuente que
esa frontera haya dejado de ser abismal, puesto que muchos creadores
posmodernos han volcado su erudición en moldes de cultura popular para
llegar a un número mayor de público.
Al fin y al cabo, todos los productos culturales están sometidos a
la dictadura del mercado, que solo permite existir a aquellas
manifestaciones artísticas de las que obtiene réditos.
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