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lunes, 23 de octubre de 2023

MODALIDADES DE FICCIÓN

 


RUPTURA


Se casaron.

El quería ir a México a hacer la ruta del mezcal; ella, desde muy niña, había deseado pasar la luna de miel en Disneylandia.

 

    Jesús Alonso


LA IRRESISTIBLE ASCENSIÓN DE ARTURITO UI


La confusión se apoderó del parque. La madre, a du­ras penas conteniendo el llanto, reprochaba amarga­mente a su marido el que éste cediera siempre ante los caprichos del niño. El padre, cabizbajo, aguantaba estoi­camente la perorata de su esposa. El primogénito obser­vaba cómo su hermanito, asido de un globo desproporcionadamente grande para su tamaño, se iba rápidamente elevando. El policía, pistola en mano, esperaba impa­ciente una decisión para actuar. Pero ¿qué hacer? Si no disparaba, el niño se perdería irremediablemente en al­gún lugar de la estratosfera, pero si se decidía a hacer fuego... Finalmente, el abuelo, en un arrebato de casta de viejo coronel, y ante la pasividad general, decidió: «Mejor un muerto en la familia que un desaparecido». Y dio orden de disparar. El globo reventó con un seco ruido apenas perceptible. Segundos después el niño re­gresaba, estrellándose contra el adoquinado.

 Jorge Anglada Perletti


  


El mago hizo desaparecer al voluntario.

Dicen que pasó el resto de su vida en una celda en­sayando desesperadamente la segunda mitad del número.

 Antonio Simón Echeberria



LUNA


Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos. Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.

¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...

Entonces, alzando la voz, dijo:

Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.

¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.

Y... alguien podría bajar desde la azotea.

Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...

Bueno: te diré un secreto. En noches como ésta bastaría que una persona dijera tres veces "tarasá" para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.

Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá", se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.

    Enrique Anderson Imbert, El milagro y otros cuentos.


EL PIJAMA


Me llamo Cristina. Tengo 10 años. Vivo en una casa gigante y tengo una habitación para mí sola, en el techo tengo una ventana bien grande. Por las noches me gusta dormirme contemplando las estrellas. Mi mamá dice que las estrellas son los botones del pijama del niño Jesús y que éste, por las noches, nos guarda en un bolsillo para que durmamos felices y tranquilos. Mi mamá dice que la Luna es un roto que tiene el pijama porque el niño Jesús es más pobre que yo. Mi mamá dice que las noches de invierno, cuando hay nubes, es porque el niño Jesús se pone su pijama de franela para que además durmamos calentitos. Mi mamá dice que algunas noches de invierno llueve porque el niño Jesús es más pequeño que yo, que en el cielo no hay pañales (aunque se ve que sí pijamas), y que algunas veces no se aguanta. Mi mamá tuvo una educación de mierda. Cristi.

    Antonio García, Babelia, 18 de mayo de 2002, página 9.

&

 Helen Frankenthaler

 

sábado, 23 de marzo de 2019

ESTAR DESCALZO, Andrés Neuman


ESTAR DESCALZO


   Cuando supe que sería mortal como mi padre, como aquellos zapatos negros en una bolsa de plástico, como el balde con agua donde entraba y salía la fregona que restregaba el pasillo del hospital, yo tenía veinte años. Era joven, viejísimo. Por primera vez supe, mientras las estelas de claridad iban borrándose del suelo, que la salud es una película muy fina, un hilo que se evapora con el pasar de los pasos. Ninguno de esos pasos era de mi padre.
   Mi padre siempre había caminado de manera extraña. Veloz y al mismo tiempo torpe. Cuando iniciaba sus caminatas, uno nunca sabía si iba a tropezarse o echar a correr. A mí me gustaban esos andares. Sus pies planos y duros se parecían al suelo que pisaba, al suelo del que huía.
   Los pies planos de mi padre ya eran cuatro, se habían repartido en dos lugares distintos: en la camilla (unidos por los talones, ligeramente abiertos, evocando una irónica V de victoria) y dentro de aquella bolsa de plástico (a modo de recuerdo en los zapatos, imponiendo su molde al cuero). La enfermera me la entregó como se entregan unos desperdicios. Yo miré las baldosas, su tablero cambiante.
   Me quedé sentado ahí, frente a las puertas del quirófano, esperando noticias o temiendo las noticias, hasta que saqué los zapatos de mi padre. Me levanté y los puse en el centro del pasillo, como un obstáculo o una frontera o un accidente geográfico. Los posé cuidadosamente, procurando no alterar sus bultos originales, la protuberancia de los huesos, su forma ausente. Al rato la enfermera apareció a lo lejos. Atravesó el pasillo, eludió los zapatos y siguió de largo. El suelo resplandecía. De pronto la limpieza me dio miedo. Me pareció una enfermedad, una impecable bacteria. Me agaché y avancé a gatas, sintiendo el roce, el daño en las rodillas. Volví a guardar los zapatos en la bolsa. Apreté el nudo lo más fuerte que pude.
   De vez en cuando, en casa, me pruebo esos zapatos. Cada vez me quedan mejor.

ANDRÉS NEUMAN, Hacerse el muerto, Páginas de Espuma, Madrid, 2011.
&
Myeongbeom Kim

domingo, 10 de junio de 2018

UN MILÍMETRO, José Luis Garci

UN MILÍMETRO

A Santiago Amón

   Llamó poco después de la una, al terminar la tele. Hacía un calor tremendo. La primera noche de verano de verdad. Me dijo que estaba mal, torcida, depre y con algo de fiebre. Y que con Marcos no había manera. Lo había intentado todo, pero Marcos no quería volver. Marcos se había enamorado de una chica morenita que estudiaba Filosofía. La morenita había decidido largarse a la Acrópolis y al Egeo para darle duro a la historia helénica durante dos o tres años y Marcos estaba dispuesto a dejar el bufete. Sin embargo, la morenita parecía haberse cansado de Marcos. Le evitaba y le decía que el viaje prefería hacerlo ella sola con la Ilíada bajo el brazo. Mentira. La morenita estaba encaprichada de un tipo de cuarenta y ocho, sociólogo, con tres hijos, el mayor casi de su edad. Y era con ese, con el sociólogo, con quien ella deseaba viajar hacia Homero y su sabiduría. Lo que pasa es que el sociólogo, ay, no estaba por la labor. La morenita le gustó para un par de semanas primaverales en su despacho de Cea Bermúdez, junto a la gasolinera. El famoso rollo del abismo generacional. La morenita estaba muy bien, muslos duros, pechos duros, culo duro, todo duro, pero el Umberto Eco de la movida madrileña la encontraba insustancial, asquerosamente vacía. Al sociólogo de cercanías quien de verdad le gustaba, mejor dicho, de quien se había enamorado como si tuviera sesenta años, era Maite, la arquitecto de media melena rubia y ojos azules a lo Jacqueline Bisset. Los treinta y cinco años de Maite, tal vez alguno más, le daban una madurez fantástica, rotunda, desbordante de morbo. Cuando hicieron el amor aquella noche en Mérida, después de ver la Orestíada en el teatro romano, supo que era ella la mujer que había estado buscando durante mucho tiempo. Su acoplamiento en el primer coito, sus grititos guturales, las miradas de después, aquellas caricias en la espalda, los besos cortos e inacabables en el cuello, todo, todo le recordaba las grandes pasiones que tantas veces imaginara. El problema es que Maite seguía con la mente fija en el chico aquel de veinte años, rubio y delgado, que jugaba al baloncesto, suplente en el Estudiantes, y que siempre iba sin ropa interior. Solo un vaquero y una camiseta. Y eso a ella la excitaba. Curioso, ¿no? Pues saber que tras el vaquero no había nada, solo su pene rosado y ligeramente curvado como un plátano tropical, la volvía loca. El sociólogo intentó no llevar sus slips Abanderado durante una temporada, hasta que su mujer le preguntó la causa. El chaval del baloncesto estaba supercolgado de su novia, una chica rubita, Amelia, ojos de color cobre, boca ancha y roja, dientes muy blancos, como de anuncio de pasta de dientes, y zapatillitas blancas. Pero Amelia pasaba de su novio. Amelia vivía obsesionada con un periodista pelirrojo cuarentón que trabajaba en los informativos de Radio Madrid...
   Cuando mi amiga terminó su desahogo en esa noche bochornosa, me asomé a la terraza. Me hice un canuto y miré el cielo. Muy seguidas, vi un par de estrellas fugaces. Pensé que quizá estaba pasando algo en el planeta, algo que no había recogido la prensa ni habían comentado en Antena 3 radio o en los telediarios. Observando el brillante cielo de julio tuve la sensación de que todo el mundo sufría, que las personas parecían haberse desplazado. Imaginé un pequeño temblor, una mínima sacudida que hubiera alterado la Tierra un centímetro. Suficiente. El gran tablero estaba balanceándose y la gente se había quedado desplazada, descolocada, alejada un milímetro de su lugar de siempre. Si no, ¿por qué casi todas las personas que conocía lo estaban pasando tan mal? ¿O eso era eterno? Antes de acostarme, yo también llamé por teléfono para decirle «te quiero» a mi amor imposible. Pero comunicaba. Seguro que ella estaría diciéndole cien veces «mi amor, mi amor» a aquel estúpido piloto de Iberia por el que se derretía y que, por cierto, no le hacía ni caso, porque el aviador...

José Luis Garci
&
Hiroshi Sugimoto

jueves, 7 de junio de 2018

CADENA, Rubén Abella


CADENA

   León se estaba afeitando cuando su mujer le recordó que era un inútil. El dinero no alcanzaba y, además, hacía meses que no cumplía con sus deberes carnales. —Si ya me lo decía mi madre: cuidado, Blanca, que éste de macho no tiene más que el nombre. Tres horas después León montó en cólera porque Paloma, la becaria de la asesoría, le trajo el café frío. Aprovechó la inercia del rapapolvo para reconvenirla también por sus fotocopias ennegrecidas y su falta de garbo. —¡Yo no sé qué os enseñan en la universidad! —exclamó, devolviéndole el vaso de plástico. Poco antes de comer, Paloma recibió una llamada de Blas. Echaba mucho, mucho, mucho de menos a su pichoncito, dijo, y quería saber cómo estaba. —Te he dicho muchas, muchas, muchas veces que no me llames al trabajo. A ver si en vez de echarme tanto de menos, empiezas a respetarme un poco —lo interrumpió Paloma en un susurro malhumorado, y colgó el teléfono. A última hora de la tarde, mientras repartía pizzas en la moto, Blas estuvo a punto de chocar contra un coche mal aparcado. Para resarcirse le rayó la chapa con una moneda y escribió en el parabrisas: «APRENDE A APARCAR, MAMÓN, QUE CASI ME MATO». Rolando se quedó atónito al cerrar la papelería y ver el coche estragado. Se montó maldiciendo en voz alta, calculando los costes del arreglo, esperando que Merche tuviera la cena lista cuando él llegase a casa. Si no, se iba a enterar. 

Rubén Abella, Los ojos de los peces, Menoscuarto, Palencia, 2010, páginas 116-117.
&
Davina Semo 

lunes, 3 de julio de 2017

VOLVER A EMPEZAR, Ernesto Ortega

VOLVER A EMPEZAR

   El crujir de las hojas les recuerda lo solos que están. La vegetación se ha ido extendiendo por el asfalto hasta sepultar por completo la Quinta Avenida y el Madison Square Garden. Ahora los animales campan a sus anchas por Central Park, mientras ellos pasean de la mano, completamente desnudos, sin ningún pudor, bajo la sombra de los árboles. Nunca han sido tan felices. Al fondo, como últimos vestigios del pasado, las siluetas de los rascacielos medio derruidos alertan de la historia. Por eso, cuando esa maldita serpiente vuelve aparecer bajo sus pies, ella, sin temor alguno, la coge con sus propias manos y la parte en dos.

Ernesto Ortega
&
William Zorach [1889-1966]
1914, Spring in Central Park, Oil on canvas.



domingo, 2 de julio de 2017

EL SORBO, Manuel Espada

EL SORBO

   El señor del bañador azul a rayas se levanta, se sacude la arena con la toalla y se mete en el mar hasta la cintura con un vaso vacío y la pajita del daiquiri que acaba de apurar. Se agacha hasta rozar el agua con la pajita y sorbe todo el océano hasta dejarlo sin una sola gota. El señor del bañador azul a rayas escupe toda el agua que lleva dentro en su vaso de daiquiri. A través del cristal se aprecia claramente una pareja de ballenas jorobadas que nadan alrededor de la rodaja de limón, varias bancos de atunes chocan contra unos delfines desorientados y tres familias de elefantes marinos salen a la superficie del vaso. Un bañista que lleva puesto un flotador con forma de tortuga intenta aferrarse a un trozo de hielo y un anciano nudista con la piel muy arrugada flota sobre una gotita de ron. El señor del bañador azul a rayas trata de pescar con dos dedos un tiburón blanco que devora una pepita de limón, pero una succión enorme lo introduce en un tubo, pasa a través de unos dientes y aparece sobre una lengua con sabor a tequila y sal.

MANUEL ESPADA, Zoom, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2011, p. 146. 
&
Alexander Semenov

viernes, 30 de junio de 2017

LAS MUSAS, Arantza Portabales

LAS MUSAS


   No había visto llorar a mi madre hasta el día en que mi padre murió. Hay algo antinatural y sobrecogedor en el llanto de una madre. Uno no sabe cómo consolarla.
   Papá murió un lunes de madrugada. Estiró su mano y agarró la de mi madre tan fuerte que le rompió los veintisiete huesos de su mano. Si le preguntas a mi madre cuál es el sonido de la muerte, te dirá que es muy semejante a un estallido de pajas secas. Ella, como pudo, se liberó de la mano inerte de mi padre. Luego se levantó, se aseó y se vistió de luto riguroso. A mi padre lo velaron en la biblioteca, rodeado de toda su obra: doce novelas, un libro de cuentos y tres ensayos.
   Anochecía cuando llegaron ellas. Altas, hermosas y sutilmente transparentes. Así las recuerdo. La mayor de todas se acercó a darnos el pésame. Mamá, que llevaba toda la vida esperando este momento, levantó su mano sana y le dio un bofetón. “Ahora es solo mío”, dijo. Las musas, respetuosas, retrocedieron en silencio. De repente, sus ojos dorados se fijaron unánimemente en mí. Sentí sus voces susurrantes. La menor de todas se me acercó y me miró fijamente a los ojos.

   Fue en ese momento cuando mi madre, totalmente vencida, rompió a llorar.


Arantza Portabales Santomé
&
Lola G. Saavedra 

lunes, 26 de junio de 2017

TODO ESTÁ EN TU IMGINACIÓN, Miguel Ángel Molina

TODO ESTÁ EN TU IMAGINACIÓN

   «Cariño, antes de que vuelva papá debes recordar que nada de lo que crees haber visto o escuchado es verdad. Aquí no ha pasado nada. Todo está en tu imaginación». Cuando la madre se aleja, convencida de haber dejado cosas claras, el niño se queda apenado pensando en el vecino que acaba de marcharse. Le da miedo pensar qué ha podido hacerle su mamá a ese señor. Cree que no debe ser nada bueno, porque tras marcharse ella acaba de repetirle las mismas palabras que a él le dice su papá cuando cada noche sale de su habitación.


MIGUEL ÁNGEL MOLINA LÓPEZ, 99 por 99. Microrrelatos a medida, Baile del Sol, Tegueste, 2016, p. 39.
&
Gottfried Helnwein

sábado, 24 de junio de 2017

NIÑA DE PLATA, Miguelángel Flores

NIÑA DE PLATA


   El día que la luna entre por tu ventana como si fuera una ola, suponiendo que la sigas dejando abierta aunque no sea verano, tal vez levantes en ese instante la vista de lo que intentas leer, para mirarte en esa otra luna, la de tu armario, eterna orilla a la que llegas buscando, cada vez más a menudo, a aquella niña que soñaba con ser de plata. Y quizá, no digo que no te espante tanto ímpetu y tanta quietud a la vez; o que no intentes saltar cuanto te cojan en medio de sus vaivenes, que no digo eso, que no; sino que, seguramente sin pretenderlo, en un descuido, te abandones, dejes el libro abierto y te vayas con la resaca, convertida de una vez por todas en la sirena que siempre quisiste ser. Entonces, nosotros, desde la orilla negra, lloraremos tu partida.


Miguelángel Flores
&

lunes, 12 de junio de 2017

NOSOTROS Y LOS DINOSAURIOS

NOSOTROS Y LOS DINOSAURIOS

En Rapid City, South Dakota, mi madre me daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupase. Estaban saliéndome los dientes y el hielo me insensibilizaba las encías.

Aquella noche atravesamos los Badlands. Yo viajaba en la bandeja que hay detrás del asiento trasero del Plymouth, mirando las estrellas. El cristal estaba helado al tacto.

Nos detuvimos en la pradera, en un lugar donde había un círculo de enormes dinosaurios de yeso blanco. No era un pueblo. Simplemente los dinosaurios iluminados desde el suelo por unos focos.

Mi madre me llevó a dar una vuelta abrigado bajo una manta parda del ejército. Tarareaba una canción lenta. Creo que era “Peg a´My Heart”. La tarareaba bajito, para sí misma. Como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí.

Serpenteamos lentamente por entre los dinosaurios. Por entre sus patas. Bajo sus tripas. Describimos círculos en torno al Brontosauro. Miramos desde abajo los dientes del Tyranosaurus Rex. Todos tenían unas lucecitas azules a modo de ojos.

No había nadie. Sólo nosotros y los dinosaurios.

SAM SHEPARD, Crónicas de motel, Anagrama, Barcelona, 1983.
&
Barry Cawston 

jueves, 1 de junio de 2017

UN SUEÑO, Jorge Luis Borges

UN SUEÑO

   En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

JORGE LUIS BORGES, La cifra, Alianza Editorial, Madrid, 1990.
&
Esteban Pena-Parga

domingo, 23 de abril de 2017

PIANOCKTAIL, Eduardo Berti

PIANOCKTAIL

   «En la vida solo hay dos cosas: el amor y la música», pone Boris Vian en boca del narrador de La espuma de los días. Añadamos la bebida (el tercer ingrediente del par perfecto) y tendremos el pianocktail, instru­mento musical capaz de preparar tragos de acuerdo con la melodía que se ejecuta en sus teclas. «A cada nota corresponde una bebida alcohó­lica, un licor o un condimento», le explica Colin a Chick en medio de una cena. El pedal fuerte corresponde al huevo batido. El pedal débil al hielo. Y las cantidades de cada ingrediente están en relación directa con lo que duran las notas. Desde luego, muchos tragos llevan nombres idénticos a ciertos standards de jazz. Y es imposible no pensar en lo que decía Sinatra: «El alcohol puede ser el peor enemigo del hombre, pero la Biblia propone que ames a tu enemigo».
   Décadas después de la invención literaria, un matrimonio de Marsella mandó construir un «pianocktail de verdad», que fue presentado a la prensa en septiembre de 1992. Al enterarse de ello, un compositor y pianista de jazz de Toulouse, Émile Tardivet, trabó contacto con los pro­pietarios del instrumento. Escribió doce piezas especiales para pianock­tail y sacó un CD acompañado por doce pequeñas botellas, una para cada pieza. A modo de bonus track, Tardivet decidió incluir la versión instrumental de una canción de Tom Waits que, concluyó tras no pocos experimentos, es la melodía más perfecta para el instrumento de Vian: «The piano has been drinking, not me...».

EDUARDO BERTI & MONOBLOQUE, Breve catálogo de invenciones imaginarias, Impedimenta, Madrid, 2017, p. 29.
&
Georges Dupree

viernes, 14 de abril de 2017

GPS SENTIMENTAL, Eduardo Berti

GPS SENTIMENTAL

   En la obra de Hervé Le Tellier la invención suele ser formal, como ocu­rre con casi todos los libros de casi todos los miembros del Oulipo, has­ta llegar a casos donde el formato del libro es un invento tanto o más admirable que su contenido. El objeto-libro inventado para la poesía combinatoria de los Cien billones de poemas, de Raymond Queneau, constituye un claro ejemplo.
   En la novela Basta de hablar de amor (Le Tellier, 2009), cuya trama sentimental también puede tildarse de combinatoria, Thomas y Louise viajan en coche rumbo a La-Roche-sur-Yon, confiados a los consejos del GPS, cuando Louise dice de pronto: «Habría que inventar un GPS para la vida». Louise adopta entonces la voz («incorpórea, un poco nasal») de la máquina y prosigue: «En una semana, consígase un amante. En un día, consígase un amante. A Thomas Le Gail, ahora mismo, a su izquier­da. En un mes, abandone a su marido. En una semana, abandone a su marido». Hábilmente, Thomas sonríe y propone: «Abandone ya mismo a su marido». Thomas, huelga decirlo, es el amante.
 
 
EDUARDO BERTI & MONOBLOQUE, Breve catálogo de invenciones imaginarias, Impedimenta, Madrid, 2017, p. 60.
&
Monobloque

miércoles, 22 de marzo de 2017

LOS SUEÑOS, Manuel Jabois


LOS SUEÑOS

    Tenían un piso hipotecado, dos hijos y un amor estropeado que no podían deshacer porque la crisis les pilló a contrapié, así que convivían sin hablarse en una casa que era el infierno. Procuraban no molestar a los niños, pero de vez en cuando estallaban a gritos y una vez se acercó la Policía a preguntar qué pasaba. Pero por las noches, hacinados los dos en una cama estrecha de un piso pensado solo para un hijo, se hablaban con cariño. Lo hacían en sueños y las conversaciones eran agradables aunque no siempre inteligibles. Ella decía: «El día qué...», y él contestaba: «Problemas en el trabajo». O él «te quiero» y ella «yo a tí también», y el hijo mayor los escuchaba desde la puerta, y pasarían años antes de que comprendiese lo que pasaba y pudiese dejar una grabadora sobre la mesilla, y regalársela en su aniversario. Por la mañana, en la guerra sin cuartel, se gruñían o se evitaban por la casa, en aquel odio inútil que lo había empozoñado todo menos sus sueños. Una noche ella tuvo una pesadilla: alguien la perseguía y por más que corría no avanzaba. Él saltó de su sueño al de ella y la mantuvo entre sus brazos hasta que desapareció la amenaza, y mientras eso pasaba le acariciaba el pelo, como en los tiempos limpios. Dos semanas después, por primera vez, después de una discusión en la comida, él le levantó la mano. Aquella noche la pasó en el calabozo y no soñó, o soñó de lejos.

MANUEL JABOIS, Irse a Madrid y otras columnas, Pepitas de calabaza, Logroño, 2011, página 161.
&
Eugene Delacroix 
&
Imogen Cunningham 

lunes, 13 de marzo de 2017

[MIL Y UNA NOCHES...], Guillermo Samperio

Mil y una noches menos cien años de soledad igual a ciento veinte días de sodoma y gomorra.

Guillermo Samperio
&
Lee Miller

viernes, 3 de marzo de 2017

[YO EN EL AMOR...], Luis Landero

Yo en el amor le pedí a los Reyes Magos un scalextric, un coche teledirigido, una bicicleta, y qué sé yo qué más, y fíjate lo que me echaron al final, un par de calcetines, dos castañas pilongas y una bolsita de caramelos de café con leche. Esa es toda mi historia sentimental.


LUIS LANDERO, La vida negociable, Tusquets, Barcelona, 2017.
&
Wolfgang Tillmans

lunes, 20 de febrero de 2017

EL SALTAMONTES Y LA HORMIGA, Ambrose Bierce


EL SALTAMONTES Y LA HORMIGA

   Un día de invierno, un Saltamontes hambriento le pidió a una Hormiga que le diera un poco de los víveres que había almacenado.
   —¿Por qué — dijo la Hormiga — no pensabas en guardar comida en vez de pasarte el tiempo cantando?
   —Ya lo hice — dijo el Saltamontes — ya lo hice; pero tus compañeras se tiraron encima y se lo llevaron todo.

Ambrose Bierce
&
Edward Bawden

jueves, 16 de febrero de 2017

NOVIA, Manuel Jabois

NOVIA

Hace años conocí a una morena en un afterjaus y la llevé sobre los hombros a casa al grito de «todo es bueno pa’l convento». Me había dado el móvil y la dirección de correo antes de desaparecer como las aves de paso, que a veces se van de la cama tan despacio como la niña del exorcista pero más discretamente. Dejé pasar un día antes de mandarle un sms en el que proponía llevarla a la playa y sacarla a cenar. No le debió de llegar, o yo había cogido mal su número, porque no me contestó. Envié un correo preguntándole si le había llegado el sms, ya que había pasado algo insólito: no me había respondido. Tampoco contestó ese día ni en los siguientes, y cada veinte minutos yo abría el buzón alucinado al borde del colapso mientras pulsaba F5 como si no hubiese un mañana. Una semana después envié un sms en el que le preguntaba si no creía que era poco elegante dejar a un hombre sin el placer, siquiera, de una negativa. Como quiera que tampoco respondió a eso, a los quince días tomé una decisión memorable: dejarla. «Es lo mejor, porque nos estamos empezando a hacer daño», me excusé. Y abajo aún le mandé una posdata: «¿A ti qué te parece?».

MANUEL JABOIS, Irse a Madrid y otras columnas, Pepitas de calabaza, Logroño, 2016, p. 89.
&
Lluis Abad

domingo, 12 de febrero de 2017

UN SOLO CUADRO, Eduardo Berti

UN SOLO CUADRO

    Un joven crítico de arte acaba de editar en Sidney un polémico libro sobre O. D., afamado pintor neozelandés muerto en 1981. Afirma el crítico que la producción de O. D. se limita en realidad a un solo cuadro de dimensiones exorbitantes que el pintor demoró catorce años en completar, entre 1949 y 1963. En consecuencia, aquello que todos dan en llamar su «obra integral» no es, de acuerdo con el libro, otra cosa que un centenar de secciones y de encuadres diferentes de ese único gran cuadro que el artista fue extrayendo por tajadas para presentar en cada exposición, como quien revela paulatinamente un singular secreto.

EDUARDO BERTI, La vida imposible, Emecé, Buenos Aires, 2002,  p. 47.
&
Rafaël Rozendaal 

jueves, 2 de febrero de 2017

HIJAS DEL DESAMPARO, Ildiko Nassr

HIJAS DEL DESAMPARO

   Miren a la cámara, como si ella pudiera salvarlas del desamparo, sacándoles el alma.

Ildiko Nassr
&
Dorothea Lange