viernes, 20 de julio de 2007

Agustín Fernández Mallo, Nocilla dream



El camión cruzó la frontera en El Paso sin problemas; de hecho, la carga de alubias negras que transportaba era ya bien conocida por los guardas norteamericanos que cada 37 días veían pasar a Humberto. Venía de Monterrey, norte de México, para dirigirse al Mercado Central de Salt Lake City, desde donde se distribuían frutas y verduras a diferentes puntos del Estado de Utah y colindantes. Una vez ya rodando en USA, siempre que se detenía para hacer noche o repostar solía abrir la puerta del remolque a fin de comprobar el estado de la mercancía; si algo se echara a perder, ya fuera por golpes o por una incorrecta sujeción de las cajas, tendría que abonarlo de su bolsillo. Pero esta vez no lo hizo; se sintió unas veces muy cansado, y otras encontró dema­siadas cosas interesantes en cada lugar de los que se detuvo como para acordarse de las alubias. Por ejemplo, el nuevo parque de atracciones un poco más allá de San Antonio, o la espléndida vista que se divisaba desde la también nueva carretera que enlazaba altísimos puentes en una zona de cañones de Nuevo México, o la conver­sación de un autoestopista, llamado Bertrand, que se dirigía lo más al norte que le llevaran, y al que después de invitarlo a comer y beber, dejó cerca de Ely, en el apeadero del autobús. Así que así, rodando sin prestar atención a la carga, al cuarto día llegó al mercado, polí­gono industrial en el que se almacenan las mercancías en naves sólo accesibles a mayoristas. Nadie imaginó que cuando abrieran una de las 2 puertas de la parte trasera del remolque se encontrarían con un hombre muerto en lo más alto de las cajas, tumbado boca abajo y con la espalda a ras de techo. La puerta derecha, abierta, sólo dejaba ver la cintura y las piernas, que quedaron medio colgando en el vacío. Cuando abrieron la puerta izquier­da, que permanecía cerrada y ocultaba la cara y parte del tronco, el cadáver se les vino encima. Con un sonido como de huevo estrellado y hueco dio contra el suelo. Es un mejicano, dijo Humberto palideciendo, ¡Hay que llamar a Inmigración! Todos guardaron silencio unos segundos. Murió de asfixia, seguro, murmuró otro. Para no perder la mercancía, decidieron mezclar entre las otras cajas aquellas sobre las que había yacido el joven mejicano, para decir después que las habían tirado y evi­tar así las manías y escrúpulos de futuros compradores. Si suponemos que el cuerpo del joven malogrado poseía las medidas del estándar universal, 1.75 metros de altura por 0.5 metros de ancho, tenemos una superficie de 0.875 m2 de alubias que, dispersa, anda por el mundo llevando saliva, sudor, lágrimas, orina y excrecencias de aquel que sobre ella consiguió pasar la frontera. Un nuevo cuerpo en negativo, un doble devaluado, repartido en escaparates, fruterías, cestas de la compra, estómagos y ollas. Un mapa roto de 0.875 m2 del cual quizá algún fragmento haya regresado a casa: hay una tienda de productos solidarios en Salt Lake City que periódicamente envía partidas de legumbres a los lugares más empobrecidos de México.

http://elarcademetaforas.blogspot.com/2008/08/nocilla-dream-agustn-fernndez-mallo_01.html