No podían aceptar a aquel hombre que todo lo hacía al revés. Caminaba sobre sus brazos con el mismo descaro con el que ignoraba las leyes que desde tiempos inmemoriales suponían el derecho común. Les dolía que aquel acróbata loco nunca tuviera los pies en la tierra. Pero esto no era suficiente para explicar el odio que había despertado. Lo verdaderamente insoportable era la sospecha de que, en realidad, tuviera los pies en el cielo.
(Los pies en el cielo)
RAFAEL ARGULLOL, El cazador de instantes. Cuaderno de travesía (1990-1995), Acantilado, Barcelona, p.40.
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