martes, 15 de octubre de 2019

LECTURA, Felipe Benítez Reyes

LECTURA

   El encuentro de un lector cualquiera con un libro cualquiera resulta imprevisible: lo mismo le aburre que le cambia la vida. Entre un extremo y otro, caben todos los matices posibles, claro está: la indiferencia, la incomprensión, la repugnancia incluso, el disentimiento, el acuerdo o el espanto. En esa conjugación, el lector aporta la historia de su vida: sus ilusiones morales, sus dudas, sus temores, las reverberaciones insospechadas de su conciencia; el libro, por su parte, actúa como reactivo de todo eso, y el resultado del experimento quién lo sabe, ¿verdad? De ahí que el argentino Ricardo Piglia haya podido suponer que la lectura es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos.
   Abre uno una novela y empiezan a ocurrir cosas: un muchacho amanece transformado en insecto, pongamos por caso, y ya es mala suerte, nos decimos, y sufrimos con él la fantasía de su metamorfosis; o un hombre memorioso e hipocondríaco muerde una magdalena y nota en el paladar toda la esencia del tiempo perdido, la niebla itinerante del pasado, y nos cuenta todo eso a lo largo de miles de páginas repletas de duquesas y de digresiones; o bien alguien se enrola como ballenero y acaba enfrentándose a un monstruo blanco. Abre uno una novela, en fin, y ya está dentro de la barraca de las grandes figuraciones. Y acecha el miedo allí, y el asombro, y las grandes epopeyas, y las pequeñas cosas, y está uno en otro sitio, deambulando por quién sabe dónde, hablando con desconocidos, y padece lo que ellos padecen, y goza lo que ellos gozan, y se desazona con las volutas de la intriga, y oye incluso el mar a través de las páginas que hablan del mar, y todo el ruido del mundo en la descripción de un mercado.
   Abres un libro y estás en el libro. Alguien te habla del alma inmortal para que cuides de ella y alguien procura hacerte reír para aligerarte el peso de las sombras del alma, sea inmortal o no, que eso viene a ser lo de menos mientras anda uno por aquí. Alguien te transporta a un castillo transilvano para mostrarte al vampiro Drácula, sediento de vida y sangre, y alguien te transporta al castillo de If para mostrarte al más triste de los cautivos. Alguien, con una voz que viene desde muy lejos, te narra las tribulaciones de los argonautas y alguien, con una voz de hoy, te cuenta una historia de hoy, y ambas voces te resultan nuevas, porque el tiempo de la ficción es una especie de milagro estático: lo que se contó una vez no deja jamás de suceder.
   Cuando entramos en una gran biblioteca, nos sobrecoge esa inmensidad de papel que soporta una inmensidad de conceptos, esa inmensidad de conceptos soportada por inmensidades de palabras, esas inmensidades de palabras que están hechas de combinaciones casi infinitas de letras, que por sí solas son nada. Y nos decimos: «Un mundo inabarcable», y es cierto, y sentimos la desazón propia del codicioso, pues quisiéramos acceder a la totalidad del secreto. Pero enseguida esa condición de mundo inabarcable se nos revela no sólo como ineludible, sino también como fascinadora: la literatura está obligada a imitar fragmentariamente la inmensidad del mundo para simular el reflejo total del mundo. Y ya todo se explica. (O casi).

FELIPE BENÍTEZ REYES, El intruso honoríficoFundación José Manuel Lara, Sevilla, 2019, pp. 162-164.
&
Ekaterina Panikanova

lunes, 14 de octubre de 2019

OLVIDO, Billy Collins




OLVIDO

El nombre del autor es lo primero que se va
dócilmente seguido por el título, la trama,
el desenlace desgarrador y, en suma, la novela entera
que, de golpe, se convierte en una que no has leído, de la que ni siquiera has oído hablar,

como si, uno por uno, los recuerdos que albergabas
hubieran decidido retirarse al hemisferio sur del cerebro,
a un pequeño pueblo de pescadores donde no hay teléfono aún.

Hace tiempo que despediste de los nombres de las Nueve Musas
y observaste cómo hacía su maleta la ecuación de segundo grado
e incluso ahora, al querer recordar el orden de los planetas,

más cosas se esfuman, la flor de un estado, tal vez,
las señas de un tío, la capital de Paraguay.

Lo que sea que estés intentando recordar,
no lo tienes en la punta de la lengua;
ni siquiera se te esconde en cualquier oscuro rincón del bazo.

Se ha ido flotando por un tenebroso río mitológico
cuyo nombre comienza por L, si mal no recuerdas,
camino de tu propio olvido, donde te reunirás con aquellos
que incluso se han olvidado de nadar y montar en bicicleta.

No es entonces de extrañar que te levantes a medio noche
para buscar la fecha de una batalla famosa en un libro de Historia.
No es entonces de extrañar que la luna que ves por la ventana parezca haberse escapado
desde un poema de amor que antes te sabías de memoria.


BILLY COLLINS, Poemas, Valparaíso, Granada, 2018, pp. 19-21.

Traducción: Juan José Vélez Otero
&
William Utermohlen