HECES
No podía evitarlo: las heces de su hija recién nacida le repugnaban y el cambio de pañales le parecía una labor degradante. Tan pronto olfateaba los primeros indicios del hedor, la depositaba en brazos de su madre y, fuese la hora que fuese, cogía la correa y una bolsita de plástico y sacaba a pasear a Toby, entonces más que nunca el mejor amigo del hombre.
RUBÉN ABELLA, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 102.
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