De todos los placeres que conoce el hombre, ninguno mayor que el de causar dolor. La contemplación de la belleza o el trance del amor físico no pueden compararse con el goce de quebrar un hueso. Y el hecho de que los filósofos no hayan encontrado todavía una razón convincente, decisiva, irrefutable, para justificar esta característica de la naturaleza humana, es uno de los misterios más hondos que existen. Porque el hombre levanta puentes, domestica selvas o resuelve problemas matemáticos planteados hace cientos de años, pero todo su genio, toda su paciencia y todo su fervor palidecen ante el enigma de su maldad.
RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN, La noche feroz, Seix Barral, Barcelona, 2001, p. 68.
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