miércoles, 29 de octubre de 2008

WC., Fernando Iwasaki

WC.

   Era la primera gasolinera en varios kilómetros y suspiré agradecido porque los intestinos se me disolvían entre retortijones. Un hombre sin párpados me señaló un corredor devorado por la penumbra y hacia allí caminé de baldosa en baldosa, como un equilibrista que no quiere que el público descubra que lleva las mallas descosidas. En el baño no había espejo ni luz, y el chapoteo de mis pasos delataba dos dedos o tres de un líquido sin nombre. El primer clínex lo gasté limpiando a ciegas la rueda. Al darme la vuelta pateé algo así como un casco de moto y me senté sujetándome los pantalones para que no se empaparan.
   La sensación de alivio y beatitud sólo duró unos segundos porque alguien cerró la puerta con llave desde afuera. Pensé en mi coche y en el ordenador portátil que estaba en el asiento trasero. Pensé en el hombre sin párpados con mis corbatas de seda. En todo eso pensaba cuando un gruñido líquido brotó de las entrañas del alcantarillado.
   Sentado en el retrete percibí que algo veloz y delirante subía por las tuberías. Sus uñas crepitaban metálicas y los sorbos de la criatura eran tan intensos como el chasquido de sus mandíbulas. El segundo clínex se me cayó en aquel charco espeso. Me incorporé hacia la puerta sin soltar mis pantalones cuando algo salió del guáter con la potencia de las focas de los circos rusos. Caí de bruces al suelo.
   La conciencia del asco era más fuerte que los mordiscos. Con el tercer clínex me limpié la boca. El casco de moto tenía dos cuencas vacías.


martes, 28 de octubre de 2008

INVENTOS, Schubiger & Hohler





Inventos

Cuando el primer hombre llegó a la Tierra, se la encontró vacía, y estuvo dando vueltas hasta que se cansó. Aquí falta algo, pensó, «una cosa con cua­tro patas para sentarse encima. Así inventó la silla. Se sentó, y se quedó mirando el horizonte. Wonderful. Maravilloso. Aunque no lo suficiente. Aquí falta algo», pensó, «una cosa con cuatro esquinas para estirar las piernas por debajo y sobre la que apoyar los codos. Así inventó la mesa. Estiró las pier­nas por debajo de la mesa, apoyó los codos encima y se quedó mirando el horizonte. Wonderful. Hasta que empezó a notar que el viento que se había levantado a lo lejos se acercaba poco a poco, trayendo negros nubarrones. Se puso a llover. No wonderful. «Aquí falta algo», pensó, «una cosa con otra cosa encima que me proteja del aire y del agua». Así inventó la casa. Metió en ella la silla y la mesa, se sentó, estiró las piernas, apoyó los codos y se quedó mirando la lluvia a través de la ventana. Wonderful. Entonces distinguió a otro hombre caminando bajo la lluvia. Se dirigía hacia su casa.
—Con permiso, ¿le importa si me pongo a cubierto? —dijo el otro hombre,
—Please —dijo el primero—. Por favor.
Y le enseñó todo lo que había inventado: la silla para sentarse, la mesa para las piernas y los codos, la casa con las cuatro paredes y el tejado encima para protegerse del aire y del agua, la puerta para entrar y la ventana para mirar hacia fuera.
Una vez que el otro hombre vio, probó y elogió todos los inventos, el primero le preguntó:
—¿Y qué ha hecho usted, querido vecino?
El otro se quedó callado. No se atrevió a decir que era él quien había inventado el viento y la lluvia.


SCHUBIGER, Jürg & HOHLER, Franz, Así empezó todo. 34 historias sobre el origen del mundo, Anaya, Madrid, 2007, pp. 24-25.

martes, 7 de octubre de 2008

[CUANDO TE VAYAS...], Mario Benedetti


cuando te vayas
no olvides de llevarte
tus menosprecios



Mario Benedetti, Rincón de haikus, Visor, Madrid, 1999.

Ilustración: Scott Bergey

lunes, 6 de octubre de 2008

IMAGINA UNA NOCHE, Bob Gonsalves

Imagina que una noche...
...te arropa una nevada
y que el cielo estrellado
te da un beso de buenas noche.

Imagina que esa noche... es hoy.

SARAH L. THOMPSON & ROB GONSALVES, Imagina una noche, Editorial Juventud, Barcelona, 2009.

miércoles, 1 de octubre de 2008

EL PRECURSOR DE CERVANTES, Marco Denevi

EL PRECURSOR DE CERVANTES


Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas.
Marco Denevi