LA LECTURA, Pierre-Antoine Baudouin [Hacia 1760]
Unos quince años más tarde, Pierre-Antoine Baudouin, parisino como su contemporáneo Chardin, pinta también a una mujer que disfruta del placer de la lectura.
Baudouin era el pintor favorito de la marquesa de Pompadour, que aparece en el famoso cuadro de su maestro y suegro, François Boucher, representada en su gabinete. También está leyendo, aunque no parece absorta en su lectura, tendida sobre una cama suntuosa, pero completamente arreglada y dispuesta para salir, y, llegado el caso, lista para recibir incluso al mismo rey.
La lectora de Baudouin, en cambio, da la impresión de no poder ni querer recibir a persona alguna en su cámara protegida por un baldaquino y un biombo, a menos que se tratase del amante soñado, surgido de la dulce narcosis de su lectura. El libro se ha deslizado de su mano para reunirse con los otros objetos tradicionalmente asociados al placer femenino: un pequeño perro faldero y un laúd. A propósito de semejantes lecturas, Jean-Jacques Rousseau hablaba de libros que se leen sólo con una mano, y en este cuadro, la mano derecha que se desliza bajo el vestido de la mujer tumbada extática sobre su sillón, los botones de su corsé abiertos, revelan claramente a qué se refería. Sobre la mesa que destaca a la derecha del cuadro, irrumpiendo desordenadamente en la escena, se encuentran folios y cartas, una de ellas con la inscripción Histoire de vovage (Historia del viaje), junto a un globo terráqueo. No se sabe si evocan a un marido o a un amante distante que regresará algún día, o si se refieren sólo a la despreocupación con que la erudición se sacrifica en aras del placer de los sentidos.
Aunque la tela de Baudouin sea decididamente más frívola y más directa que la representación del placer de la lectura según Chardin, se podría afirmar que es mucho más moralizadora: como tantas pinturas de su tiempo y de épocas posteriores, el cuadro advierte sobre las funestas consecuencias de la lectura. Pero en este caso no es evidentemente más que una ilusión: Baudouin coquetea en realidad con la moral y la utiliza como maniobra de distracción. Al mostrarnos a una mujer dominada por sus fantasías sensuales, en una pose se dirige a un público vez más hipócrita, como de «pequeños abates, de jóvenes ahogados vivarachos, de obesos financieros y de otras gentes de gusto», tal como lo describía con lucidez Diderot, contemporáneo y crítico de Baudouin. Sea como esa mujer seducida por la lectura tiene que pagar por ello: porque no se trata de su propia visión del mundo, sino de la de aquellos que la observan, ansiosos por dejarse llevar por una brizna de libertinaje.
Baudouin era el pintor favorito de la marquesa de Pompadour, que aparece en el famoso cuadro de su maestro y suegro, François Boucher, representada en su gabinete. También está leyendo, aunque no parece absorta en su lectura, tendida sobre una cama suntuosa, pero completamente arreglada y dispuesta para salir, y, llegado el caso, lista para recibir incluso al mismo rey.
La lectora de Baudouin, en cambio, da la impresión de no poder ni querer recibir a persona alguna en su cámara protegida por un baldaquino y un biombo, a menos que se tratase del amante soñado, surgido de la dulce narcosis de su lectura. El libro se ha deslizado de su mano para reunirse con los otros objetos tradicionalmente asociados al placer femenino: un pequeño perro faldero y un laúd. A propósito de semejantes lecturas, Jean-Jacques Rousseau hablaba de libros que se leen sólo con una mano, y en este cuadro, la mano derecha que se desliza bajo el vestido de la mujer tumbada extática sobre su sillón, los botones de su corsé abiertos, revelan claramente a qué se refería. Sobre la mesa que destaca a la derecha del cuadro, irrumpiendo desordenadamente en la escena, se encuentran folios y cartas, una de ellas con la inscripción Histoire de vovage (Historia del viaje), junto a un globo terráqueo. No se sabe si evocan a un marido o a un amante distante que regresará algún día, o si se refieren sólo a la despreocupación con que la erudición se sacrifica en aras del placer de los sentidos.
Aunque la tela de Baudouin sea decididamente más frívola y más directa que la representación del placer de la lectura según Chardin, se podría afirmar que es mucho más moralizadora: como tantas pinturas de su tiempo y de épocas posteriores, el cuadro advierte sobre las funestas consecuencias de la lectura. Pero en este caso no es evidentemente más que una ilusión: Baudouin coquetea en realidad con la moral y la utiliza como maniobra de distracción. Al mostrarnos a una mujer dominada por sus fantasías sensuales, en una pose se dirige a un público vez más hipócrita, como de «pequeños abates, de jóvenes ahogados vivarachos, de obesos financieros y de otras gentes de gusto», tal como lo describía con lucidez Diderot, contemporáneo y crítico de Baudouin. Sea como esa mujer seducida por la lectura tiene que pagar por ello: porque no se trata de su propia visión del mundo, sino de la de aquellos que la observan, ansiosos por dejarse llevar por una brizna de libertinaje.
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