Esos hombres que cogen la caja de herramientas, la escalera o el taladro eléctrico, y permanecen en silencio durante horas, canturreando cada tanto alguna canción con un clavo en la boca —y nunca se lo tragan y no se rinden hasta que el trabajo se ha terminado. No les gusta dejar las cosas a medias. Es más, ¿que les falta un clavo o una llave inglesa de la clase que sea? Ellos saben adónde ir, qué tipo de preguntas hacer, y regresan a casa con esos adorables paquetitos cuyo envoltorio está hecho con papel de periódico, los abren y enseñan un montón de clavitos de todas las clases.
En esa caja de herramientas tal vez se encuentre lo indispensable para vivir una vida feliz.
Me gusta quedarme horas mirándolos, y me gusta no ser uno de ellos.
FRANCESCO PICCOLO, Momentos de inadvertida felicidad, Anagrama, Barcelona, 2012, p. 52.
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