LA PUREZA HABLA DE SÍ MISMA
Ocurre que el corsario acerca su pobreza
al ojo de la cerradura para ver.
Mucho antes de que la melancolía titubee,
un remolino de cerezas coronará la testa regia de la dama
que está al otro lado de la puerta,
y ya de nada servirá buscar el mapa del tesoro
entre los faldones del pantalón,
ahora que esa tempestad rubita nos hace zozobrar ante
los cabellos de la niñez.
Pues, en vano,
los pedazos de vidrio expandido en el suelo recuerdan
que alguien acercó a sus labios
un vaso de agua.
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