Un matemático, cansado de hacer operaciones complicadísimas, y a fin de lograr la evasión de su ardua tarea, se puso a repasar las alineaciones de un equipo de fútbol. Mas, como al decirse en voz alta el nombre de cada jugador apareciera en su mente, al tiempo, el número del dorsal que le correspondía, lanzó un cenicero contra la pantalla de su televisior. Nunca más —se dijo— volvería a contemplar la retransmisión de un partido de fútbol. Luego, nostálgico de aquel entretenimiento, cuando hacía operaciones usaba lápices de colores. Así, mirados a cierta distancia, tendrían los números la multicolor urdimbre de las camisetas de los equipos. Pero como acabase llamando a los números con el nombre de los porteros, de los defensas, de los medios y de los delanteros, como llamase al número cero —que dibujaba en negro— con el nombre de cualquier árbitro, se volvió loco y un día, en plena clase, recitó a sus alumnos varias alineaciones seguidas de equipos de fútbol. En el presente, entrena al equipo de fútbol de un asilo para dementes. Y cuando quiere explicar una táctica a seguir, por ejemplo para el lanzamiento de faltas a balón parado, designa a sus jugadores con un número... Un número que, para su asignación a los atletas dementes, decide luego de contar las pestañas que le faltan al loco... Tiene un problema, sin embargo, con las pestañas de los dementes albinos. Por eso los deja en el banquillo, de suplentes, aunque sean chutadores formidables.
JOSÉ LUIZ MORENO RUIZ, Ángeles en mis cojones, Moreno Ávila, Madrid, 1989, pp. 147-148.
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