De este sorprendente y ambicioso libro misceláneo que reconstruye el tapiz histórico de Las Misiones Pedagógicas durante la Segunda República, incluyo un hilo menor, aunque sobradamente brillante:
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Velasco Flaínez estiró las piernas cuanto pudo, se tendió hacia atrás y clavando las palmas de las manos en la tierra se puso a explicar su cuento.
Hace mucho tiempo, en un bosque muy lejano, vivía un hombre que se había casado de segundas con una mujer muy mala. Este hombre tenía dos hijos de su otra mujer. El niño se llamaba Periquito y la niña, Mariquita. Un día que aquel hombre salió a trabajar al bosque, Periquito se quedó jugando en la era. Cuando se cansó de jugar, volvió a su casa y le dijo a su madrastra: Madre, tengo sueño. Acuéstate en la artesa, le mandó ella. Y cuando Periquito dormía metido en la artesa, su madrastra le echó una olla de agua hirviendo. ¡Madre, que me quemo!, gritaba Periquito, y la madrastra le contestaba: Calla, hijo, que son los rayitos del sol. Y poco a poco, la madrastra fue llenando la artesa de agua hirviendo hasta que Periquito se murió. Entonces la madrastra troceó al niño y puso los trozos en un guisado. Cuando acabó, la madrastra llamó a Mariquita para que viniera, porque tenía que llevarle la merienda a su padre, que estaba trabajando en el bosque. Cogió una olla y la llenó con el guisado, y se la dio a la niña. A mitad de camino, Mariquita destapo la olla y vio que asomaban los dedos de su hermano, y la niña se puso a llorar. Pero en ese momento se le apareció un hada, que le preguntó: Mariquita, ¿por qué lloras? Y ella le contesto: Porque ha matado mi madre a mi Periquito. Entonces el hada le dijo: Pon sus huesos debajo de la cantarera, y verás como resucita. Y ya contenta, la niña le llevó la comida al padre, y se quedó a su lado. El padre empezó a comer, y conforme se dio cuenta, le dijo: Mariquita ¿por qué coges los huesos? Y ella le respondió: ¡Son para el perrito! A la que terminó el padre de comer, Mariquita se volvió a su casa, y puso la olla con los huesos debajo de la cantarera tal como le había dicho el hada. Se hizo de noche, y volvió el padre del bosque. Se pusieron todos a cenar, pero el niño no aparecía. ¿Dónde está Periquito?, preguntó su padre. Está en la era jugando, dijo la madrastra. Y siguieron comiendo. En medio de la cena, se apareció Periquito cargado de dulces, caramelos y regalos. Entonces la madre le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: No, que me mataste. Y el padre le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: No, que me comiste. Y su hermana le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: ¡Tómalos todos, que me recogiste! Y cuando mi abuelo terminaba de contarlo, siempre acababa diciendo: Y yo, que estuve pa aquí y pa allá, no pillé na.
Acabó el motorista de anotar este relato pataleando de alegría, y empezó a hablar a grandes voces.
Pero, ¡sabes lo que me has contado, muchacho! ¡Es una maravilla! ¡Un tesoro! ¿Te haces cargo de lo que hay en ese cuento? Y ya no me refiero a la cabaña, al bosque, ni siquiera al motivo de los huesos delatores. Te voy a contar una historia que aparece recogida en un libro medieval de viajes de un caballero llamado Juan de Mandeville, que anduvo por Turquía, Armenia, Persia y llegó hasta la India. Resulta que en ese libro habla de una isla donde los hijos se comían a los padres y los padres a los hijos. Y la mujer al marido, y viceversa. Cuando alguien de la familia se ponía muy enfermo, acudían al hechicero, y éste consultaba al ídolo. Si el ídolo vaticinaba que el enfermo iba a morir, los familiares con la ayuda del hechicero le ponían al yaciente un paño en la boca, y le cortaban el halito, y de este modo le mataban. Luego deshacían su cuerpo en pedazos e invitaban a todos los familiares y amigos a comer un guiso con los trozos. La comida se celebraba en un ritual con música de flautas. Una vez se habían comido al muerto, recogían sus huesos y los enterraban dando una gran fiesta con todo tipo de agasajos. Pues ese mismo ritual del libro es el que aparece en el cuento de tu abuelo. Los cuentos nos hablan de cosas antiguas y escondidas. En ellos han quedado grabados nuestros ritos más antiguos. Hay hasta vestigios de rituales antropofágicos. ¡Qué maravilla!
Pero al acabar de dar esta explicación, tanto el motorista como el muchacho habían perdido el hambre, así que recogieron el pan y las sardinas.
Velasco Flaínez estiró las piernas cuanto pudo, se tendió hacia atrás y clavando las palmas de las manos en la tierra se puso a explicar su cuento.
Hace mucho tiempo, en un bosque muy lejano, vivía un hombre que se había casado de segundas con una mujer muy mala. Este hombre tenía dos hijos de su otra mujer. El niño se llamaba Periquito y la niña, Mariquita. Un día que aquel hombre salió a trabajar al bosque, Periquito se quedó jugando en la era. Cuando se cansó de jugar, volvió a su casa y le dijo a su madrastra: Madre, tengo sueño. Acuéstate en la artesa, le mandó ella. Y cuando Periquito dormía metido en la artesa, su madrastra le echó una olla de agua hirviendo. ¡Madre, que me quemo!, gritaba Periquito, y la madrastra le contestaba: Calla, hijo, que son los rayitos del sol. Y poco a poco, la madrastra fue llenando la artesa de agua hirviendo hasta que Periquito se murió. Entonces la madrastra troceó al niño y puso los trozos en un guisado. Cuando acabó, la madrastra llamó a Mariquita para que viniera, porque tenía que llevarle la merienda a su padre, que estaba trabajando en el bosque. Cogió una olla y la llenó con el guisado, y se la dio a la niña. A mitad de camino, Mariquita destapo la olla y vio que asomaban los dedos de su hermano, y la niña se puso a llorar. Pero en ese momento se le apareció un hada, que le preguntó: Mariquita, ¿por qué lloras? Y ella le contesto: Porque ha matado mi madre a mi Periquito. Entonces el hada le dijo: Pon sus huesos debajo de la cantarera, y verás como resucita. Y ya contenta, la niña le llevó la comida al padre, y se quedó a su lado. El padre empezó a comer, y conforme se dio cuenta, le dijo: Mariquita ¿por qué coges los huesos? Y ella le respondió: ¡Son para el perrito! A la que terminó el padre de comer, Mariquita se volvió a su casa, y puso la olla con los huesos debajo de la cantarera tal como le había dicho el hada. Se hizo de noche, y volvió el padre del bosque. Se pusieron todos a cenar, pero el niño no aparecía. ¿Dónde está Periquito?, preguntó su padre. Está en la era jugando, dijo la madrastra. Y siguieron comiendo. En medio de la cena, se apareció Periquito cargado de dulces, caramelos y regalos. Entonces la madre le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: No, que me mataste. Y el padre le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: No, que me comiste. Y su hermana le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: ¡Tómalos todos, que me recogiste! Y cuando mi abuelo terminaba de contarlo, siempre acababa diciendo: Y yo, que estuve pa aquí y pa allá, no pillé na.
Acabó el motorista de anotar este relato pataleando de alegría, y empezó a hablar a grandes voces.
Pero, ¡sabes lo que me has contado, muchacho! ¡Es una maravilla! ¡Un tesoro! ¿Te haces cargo de lo que hay en ese cuento? Y ya no me refiero a la cabaña, al bosque, ni siquiera al motivo de los huesos delatores. Te voy a contar una historia que aparece recogida en un libro medieval de viajes de un caballero llamado Juan de Mandeville, que anduvo por Turquía, Armenia, Persia y llegó hasta la India. Resulta que en ese libro habla de una isla donde los hijos se comían a los padres y los padres a los hijos. Y la mujer al marido, y viceversa. Cuando alguien de la familia se ponía muy enfermo, acudían al hechicero, y éste consultaba al ídolo. Si el ídolo vaticinaba que el enfermo iba a morir, los familiares con la ayuda del hechicero le ponían al yaciente un paño en la boca, y le cortaban el halito, y de este modo le mataban. Luego deshacían su cuerpo en pedazos e invitaban a todos los familiares y amigos a comer un guiso con los trozos. La comida se celebraba en un ritual con música de flautas. Una vez se habían comido al muerto, recogían sus huesos y los enterraban dando una gran fiesta con todo tipo de agasajos. Pues ese mismo ritual del libro es el que aparece en el cuento de tu abuelo. Los cuentos nos hablan de cosas antiguas y escondidas. En ellos han quedado grabados nuestros ritos más antiguos. Hay hasta vestigios de rituales antropofágicos. ¡Qué maravilla!
Pero al acabar de dar esta explicación, tanto el motorista como el muchacho habían perdido el hambre, así que recogieron el pan y las sardinas.
JAVIER PÉREZ ANDÚJAR, Todo lo que se llevó el diablo, Tusquets, Barcelona, 2010, páginas 120-122.
2 comments:
Me ha encantado el cuento de Periquito, hace muchos años me lo contaba mi madre y a sido muy bonito recordarlo,muchas gracias.
Todavía resuenan en mi mente las palabras de la frase de cierre del cuento en la voz de mi abuela. La versión, notablemente edulcorada, sin ajustarse aún a lo "políticamente correcto".
Gracias por la visita. Saludos.
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