Un modo seguro de reconocer la auténtica belleza es medir el odio que provoca. El rostro de Cristo, antes de ser ilustrado por los monjes de clausura, lo fue por el oro blanco de los escupitajos.
CHRISTIAN BOBIN, El hombre alegría, La Cama Sol, Madrid, 2018, p. 96.
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Annibale Carracci
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