El periódico me muestra su muerte. Sólo me lo encontré una vez, hace mucho, y en diagonal. ¿Por qué entonces esta ligera pena? Quizás porque nadie nos es indiferente y porque cada persona con la que nos cruzamos entra por nuestra espalda a nuestro corazón a hacerse una habitación, aunque sea modesta, en desvanes a los que no solemos subir. Nuestro corazón es más gran señor que nosotros.
CHRISTIAN BOBIN, Las ruinas del cielo, Sibiriana, Zaragoza, 2012, p. 90.
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Jim Dine
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