Obviedades de narratología: cualquier relato contiene una historia que ha de ser contada mediante un discurso.
María Teresa Pereiro se atreve a eligir una materia narrativa fácilmente reconocible por el lector de la novelística del siglo XIX y, también, por qué no decirlo, por el acomodado espectador de cualquier producto audiovisual de los llamados «de época» que, en muchos casos, se han apropiado de ciertos elementos propios del realismo decimonónico, como la descripción sociológica de los habitantes de un momento histórico, el análisis psicológico de unos personajes que reclaman la empatía del espectador que se reconoce, sin gran esfuerzo, en sus primitivas vivencias, y una trama, en algunos casos muy poco dignos, claramente predecible.
Sarela, una bella hija de la sal del mar, desata el deseo de posesión en Ernest Doré, el heredero de Próspera, la industria conservera con la que su abuelo, un fomentador catalán, ha participado desde los años 20 del siglo XIX, en el proceso de «fundación» de lo que hoy conocemos como la ciudad de Vigo.
La intrahistoria de los marineros del Berbés y sus patrones burgueses se cruza en 1878 con la Historia de los prohombres de la ciudad mediante la figura del visitante ilustre: Julio Verne.
Uno de los innegables méritos de María Teresa Pereiro es haber escrito, con estos ingredientes, una novela contemporánea sin acudir al pastiche.
Para ello, dispone de no pocas y hábiles estrategias.
Una de las más obvias la subraya el diseño editorial con una estructura dividida en dos partes: El tiempo (pp. 13-80) y La sal (83-268).
Pereiro lanza sobre el tapete las nueve secuencias que conforman El tiempo para obligar al lector a establecer los lazos pertinentes que unen cada una de las partes que constituyen los orígenes de las sagas familiares de Sabela y Ernest —que arrancan en 1824—, tarea no especialmente sencilla, puesto que la autora, sirviéndose con gran acierto de la elipsis, ha desdibujado los bordes de cada una de las piezas. Como si se tratase de una anomalía, cierra El tiempo una secuencia que implica un retroceso en el tiempo histórico: Lorenzo, capitán de La Trinidad, parte desde Cádiz el 19 de julio del año 1699 hacia Cartagena de Indias.
En La sal, al lector le bastará con entretejer los hilvanes de las secuencias anteriores, para acoger en la historia la figura de Jules Verne, quien fondeó en 1878 en Vigo en su Saint Michel III. No obstante, aunque en esta segunda parte, el lector se beneficia de la concentración temporal —unos cuantos días de agosto, señalados por las fiestas del Santo Cristo—, ha de estar atento para reconocer, ahora, el encaje de las piezas a las que Pereiro ha devuelto sus contornos. En este momento toca comprender, por ejemplo, cuál es la importancia de la descripción de la batalla de Rande, el elogio público de la figura de Verne, la tensión entre los fomentadores de origen catalán y algunos burgueses—representados en Sanjujo Badía— que cuestionan que se deba denominar progreso a la rapiña, o el abismo ensimismado de Cosme.
María Teresa Pereiro consigue desvelar este todo gracias a las recurrencias que vinculan con gran eficacia cada una de las partes. Aunque no ha titulado las secuencias, sí están precedidas de refranes o fragmentos de canciones populares que, muy bien elegidos, dirigen al lector hacia la interpretación correcta.
Y puestos a valorar, corresponde dejar para el final el magnífico uso de la voz narrativa que resulta desvelado, de modo también sutil, en la lectura conjunta del poético texto que antecede a El tiempo (p. 11) y el Epílogo (p. 269) que cierra la novela.
Para disfrutar de esa excelencia, el verdadero medallón de oro y amatistas, hemos de leer esta opera prima que ha merecido el premio Tiflos. Un detalle tal vez no irrelevante: entre los miembros del jurado, Pilar Adón, Premio Nacional de Narrativa 2023, y Luis Mateo Díez, Premio Cervantes 2023.
Francisco Rodríguez Coloma
Fotografías: Ana Tomé
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