jueves, 23 de febrero de 2012

GERALDO, SIN APELLIDO, Sandra Cisneros



GERALDO, SIN APELLIDO
    
   Ella le conoció en un baile. También él era guapo y joven. Dijo que trabajaba en un restaurante, pero ahora ella no recuerda cuál. Geraldo. Eso es todo. Pantalones verdes y camisa de sábado. Geraldo. Eso le dijo.
   Y cómo iba a saber que sería la última persona que le vería vivo. Un accidente, ¿no lo sabías? El coche se fugó. Marin va a todos esos bailes. Al Uptown. Logan. Embassy. Palmer. Aragon. Fontana. The Manor. Le gusta bailar. Sabe bailar cumbias y rancheras. Él sólo era alguien con  quien había bailado. Alguien a quien había conocido esa noche. Es verdad.
   Así ocurrió. Así lo contó ella una y otra vez. Una vez a la gente del hospital y dos a la policia. Ninguna dirección. Sin apellido. Nada en los bolsillos. ¿No te da pena?
   Sólo que Mann no puede explicar por qué le importa, tantas y tantas horas por. alguien a quien ni siquiera conoce. La sala de urgencias del hospital. Nadie excepto un interno trabajando a solas. Y quizá si hubiera llegado el cirujano, quizá si no hubiera perdido tanta sangre, si hubiera llegado el cirujano al menos habrían sabido a quién avisar y dónde.
   ¿Pero qué más da? El no era nada para ella. No era su novio ni nada parecido. Sólo otro jornalero que no hablaba inglés. Sólo otro «espalda mojada». Ya sabes cómo son. Los que siempre parecen avergonzados. Y además, ¿que hacia ella en la calle a las tres de la madrugada? Mann, a quien enviaron a casa con el abrigo puesto y una aspirina. ¿Cómo lo explica?
   Le conoció en un baile. Geraldo con su camisa brillante y sus pantalones verdes. Geraldo yendo a un baile.
   ¿Qué importa?
   Nunca vieron las cocinitas-nicho. Nunca supieron nada de los apartamentos de dos piezas ni de las habitaciones que alquilaba para dormir, de los envíos semanales de dinero a casa, del cambio de moneda. ¿Cómo lo iban a saber?
   Se llamaba Geraldo. Y su hogar está en otro país. Aquellos a quienes dejó atrás están lejos. Se preguntarán, se encogerán de hombros, recordarán, Geraldo... se fue al norte. Nunca volvimos a saber de él.
        
SANDRA CISNEROS, Una casa en Mango Street, Ediciones B, Barcelona, 1992, pp. 99-100.

Fotografía: Santiago Sierra