domingo, 12 de febrero de 2012

TOKIO, Twiggy Hirota



TOKIO
  
   El animal respira, latiendo como el beso de una piragua que circula por las venas de Shikoku, hasta llegar al mar; desde allí se divisa el olor de la megalópolis, vívido y enorme, lejano y práctico, sin exceso de grasa, con sus arterias para viajar, sus brazos para fabricar tecnología, su cerebro achatado y lleno de cables y tornillos, sus orejas de duende plagadas de pantallas con imágenes en movimiento, sus ojos rasgados y precavidos, por si acaso llegan los terremotos, que no son más que gases aguantados durante mucho tiempo; sus límites acuáticos y sus peces que circulan entre venas, linfocitos y pulmones que reclaman, todavía, más paz; el animal, siempre en expansión, nunca duerme, le gusta la noche y sabe que, siendo familia del dragón, con su lengua de fuego podrá hacer un corte de mangas a las noches oscuras; por eso no ronca, solo suspira y se expande, solo permite que sus plaquetas y glóbulos rojos y blancos vivan en perfecta sintonía, ciudadanos de pelo medio, siguiendo el ritmo del corazón, los impulsos de la inspiración y la espiración, al contacto con el agua que salta cuando los barcos que entran en el puerto de Yokohama escupen a los marineros en brazos de las geishas.


LEANDRO HERRERO, TWIGGY HIROTA & MATEO DE PAZ, Hormigas y huesos, Edaf, Madrid, 2007, 146 páginas.