jueves, 11 de enero de 2024

LA BELLEZA DEBE MORIR / A BELEZA DEBE MORRER, Mercedes Corbillón

Foto de grupo: Mercedes Corbillón 

 

Quisiera ser leucocito y navegar por tus venas 

como si fuera un barquito bogando en la mar serena, 

y naufragar en la playa de tu corazón de arena. 

Vainica Doble 

 

Exterior día. Plaza de Campo Santi Giovanni e Paolo. 

Dos mujeres del brazo. Caminan torpemente sobre el tapiz con el que la nieve oculta el enlosado de callejas y plazas de Venecia. 

¿Quién ayuda a quién? 

El bolso de la mujer más joven contiene una hermosa libreta con letras doradas en la que se puede leer: Todas las mañanas del mundo

Podría estar sonando el Tombeau pour Mr de Sainte Colombe de Marin Marais, pero no: son las Variaciones Goldberg de Bach en la versión de Trio d'Iroise.

Si, en una licencia de inverosimilitud, la cámara mostrase cualquiera de sus páginas, el espectador leería fragmentos de un manuscrito lleno frases exultantes, y a la vez dolientes, de una larga carta de amor. Todos sabemos que «todas las cartas de amor son ridículas», también que «sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor» son verdaderamente ridículas. 

Hace frío. Las chillidos de las gaviotas dan tono al quejido doliente de la mujer que lamenta la pérdida del júbilo de un amor mayúsculo.

Mercedes Corbillón consigue en esta su primera novela, La belleza debe morir [Espasa, Barcelona, 2023], una perfecta radiografía sentimental sobre la euforia del enamoramiento y el terrible vacío que sucede tras su evanescencia. Para ello, cede la voz a la protagonista, una mujer madura, fotógrafa de profesión, que, implícitamente, reprocha, mediante esa carta dirigida a su ex-amante su falta de compromiso, sin dejar de celebrar lo con él vivido.

Como en la obra de Bach, el tema se repite, ostinato, en cada una de sus variaciones. 

Y, aunque «el amor es imposible de contar», las variaciones se suceden, adoptando el formato de secuencias, dispuestas milimétricamente, en un orden que podría parecer intercambiable. Así conoceremos muchas historias, supuestamente secundarias, que componen la historia: el matrimonio derviche de ella, que deriva en divorcio; Leo, la hija que ha elegido vivir con su padre, emparejado con Julia, su nueva y admirable mujer; el matrimonio fallido del amante, que consume a una mujer a la que sólo le queda la libertad de elegir el suavizante con el que lavar las bragas de las sucesivas conquistas consentidas a su marido; el vacío de Alessandro ante la evidencia de que «la mujer de su vida» no es la mujer con la que podrá compartir su vida...; y, sobre todo, el viaje restaurativo de madre e hija: su trasvase mutuo de experiencias. 

Y sí, también las historias de Lord Byron, Goethe, George Sand y Alfred de Musset, Verónica Franco, Constance Fenimore Woolson o Proust: leucocitos que recorren los canales de las venas de Venecia.

A beleza debe morrer [Galaxia, Vigo, 2023] resulta ser un magnífico ejercicio de estilo, justificado por la psicología de la protagonista, cultísima lectora, que ve el mundo con los ojos de los que hemos sido envenenados por el arte. Leemos: «El estilo es importante, en los edificios, en la literatura, en la fotografía, en la vida, en la mirada. Más cuando todas las historias ya están contadas y todas las fotos están hechas».

Uno de los inequívocos méritos de Mercedes Corbillón es el mimo con que compone no sólo cada una de las secuencias, sino también cada uno de los párrafos. 

Decía Carlos Edmundo de Ory: «La poesía es un vómito de piedras preciosas». Corbillón lo tiene presente y así, como un experto orfebre engarza en su relato citas (perfectamente elegidas, inevitables para el sentido del relato), aforismos o greguerías: «La pasión es un animal carnívoro y de presente», «El amor sin esperanza es como un edificio en llamas».

«Nadie en su sano juicio da la espalda a la belleza». «Nadie en su sano juicio la mira de frente».

Aceptemos el riesgo de leer a Mercedes Corbillón.

Francisco Rodríguez Coloma [texto]

&

Ana Tomé: [fotos]

domingo, 31 de diciembre de 2023

EL TIEMPO DE LA SAL, María Teresa Pereiro

   Obviedades de narratología: cualquier relato contiene una historia que ha de ser contada mediante un discurso.
   María Teresa Pereiro se atreve a eligir una materia narrativa fácilmente reconocible por el lector de la novelística del siglo XIX y, también, por qué no decirlo, por el acomodado espectador de cualquier producto audiovisual de los llamados «de época» que, en muchos casos, se han apropiado de ciertos elementos propios del realismo decimonónico, como la descripción sociológica de los habitantes de un momento histórico, el análisis psicológico de unos personajes que reclaman la empatía del espectador que se reconoce, sin gran esfuerzo, en sus primitivas vivencias, y una trama, en algunos casos muy poco dignos, claramente predecible.
 
   Sarela, una bella hija de la sal del mar, desata el deseo de posesión en Ernest Doré, el heredero de Próspera, la industria conservera con la que su abuelo, un fomentador catalán, ha participado desde los años 20 del siglo XIX, en el proceso de «fundación» de lo que hoy conocemos como la ciudad de Vigo. 
  La intrahistoria de los marineros del Berbés y sus patrones burgueses se cruza en 1878 con la Historia de los prohombres de la ciudad mediante la figura del visitante ilustre: Julio Verne.
 
  Uno de los innegables méritos de María Teresa Pereiro es haber escrito, con estos ingredientes, una novela contemporánea sin acudir al pastiche
    Para ello, dispone de no pocas y hábiles estrategias. 
   Una de las más obvias la subraya el diseño editorial con una estructura dividida en dos partes: El tiempo (pp. 13-80) y La sal  (83-268).
   Pereiro lanza sobre el tapete las nueve secuencias que conforman El tiempo para obligar al lector a establecer los lazos pertinentes que unen cada una de las partes que constituyen los orígenes de las sagas familiares de Sabela y Ernest —que arrancan en 1824—, tarea no especialmente sencilla, puesto que la autora, sirviéndose con gran acierto de la elipsis, ha desdibujado los bordes de cada una de las piezas. Como si se tratase de una anomalía, cierra El tiempo una secuencia que implica un retroceso en el tiempo histórico: Lorenzo, capitán de La Trinidad, parte desde Cádiz el 19 de julio del año 1699 hacia Cartagena de Indias.
 
   En La sal, al lector le bastará con entretejer los hilvanes de las secuencias anteriores, para acoger en la historia la figura de Jules Verne, quien fondeó en 1878 en Vigo en su Saint Michel III. No obstante, aunque en esta segunda parte, el lector se beneficia de la concentración temporal —unos cuantos días de agosto, señalados por las fiestas del Santo Cristo—, ha de estar atento para reconocer, ahora, el encaje de las piezas a las que Pereiro ha devuelto sus contornos. En este momento toca comprender, por ejemplo, cuál es la importancia de la descripción de la batalla de Rande, el elogio público de la figura de Verne, la tensión entre los fomentadores de origen catalán y algunos burgueses—representados en Sanjujo Badía— que cuestionan que se deba denominar progreso a la rapiña, o el abismo ensimismado de Cosme.
 
   María Teresa Pereiro consigue desvelar este todo gracias a las recurrencias que vinculan con gran eficacia cada una de las partes. Aunque no ha titulado las secuencias, sí están precedidas de refranes o fragmentos de canciones populares que, muy bien elegidos, dirigen al lector hacia la interpretación correcta. 
 
   Y puestos a valorar, corresponde dejar para el final el magnífico uso de la voz narrativa que resulta desvelado, de modo también sutil, en la lectura conjunta del poético texto que antecede a El tiempo (p. 11) y el Epílogo (p. 269) que cierra la novela.
    Para disfrutar de esa excelencia, el verdadero medallón de oro y amatistas, hemos de leer esta opera prima que ha merecido el premio Tiflos. Un detalle tal vez no irrelevante: entre los miembros del jurado, Pilar Adón, Premio Nacional de Narrativa 2023, y Luis Mateo Díez, Premio Cervantes 2023.    
 
Francisco Rodríguez Coloma
     
Fotografías: Ana Tomé

miércoles, 22 de noviembre de 2023

ENCONTRO CON BRAIS LAMELA


Cando o lector de Ninguén queda remata o preámbulo da obra, xa queda advertido da singularidade da peza. Esta é a ladaína: Barcela, A Barqueira, Colomba, Lorizo, Pena de Nogueira. Os nomes das aldeas asolagadas: os abelorios dun rosario que alguén deixou durmido, sobre as sabas revoltas da cama sen fazer dun estudante estranxeiro.

Traspasado en silencio o limiar, o barullo das moitas voces da cidade de Nova York, o estrondo do tráfico, e mesmo o estremecemento dos edificios sostidos por andamios voluntariosos, envisgan a melodía do Allegro deconstruído dunha Raphsodia in blue, pulsada, na boca do metro, polo clarinetista que espera xuntar as moedas necesarias para pillar algo no Deli.
 
Arthur Tannenbaum existe. As cidades bombardeadas, lamentablemente, tamén existen. A memoria esnaquizada dos desposuídos, dos exiliados, merece ser preservada, reconstruída, na procura da xusticia, ou cando menos, para alivio do loito, porque «as cousas teñen o seu sitio e cando as cambias de lugar, poden aguantar pero o máis seguro é que non dean aguantado».
 
E a continuación, o estudante retornado se deixa acompañar na súa viaxe a Ernes polo Lamento de Marcial del Adalid. A serenidade que ofrece o Largo non deixa de suliñar unha evidencia: a muller fotografada por Ulric Benman non é outra que Leonita Portela. No faiado da casa comunitaria pelexa coa couza o museo etnográfico de Ernes.
Esa e a melodía que atravesa Os que marchan e Os que volven

E así quedamos nós, os netos dos famentos comedores de patacas, os fillos da clase media, esperando a que o rider chegue axiña á casa co noso pedido: dous ou tres cartóns de pringles cos que contentar a nosa bulímica cegueira.
 
Ou non...
 
Porque cando no fío musical de calquera ascensor da cidade de Nova York asome A house is not a home, Brais Lamela deberá recordar as sabias palabras de Blas Lamela: «...ti sempre dis non queda ninguén ou non queda nada pero algunha cousa paréceme a min que queda».

Francisco Rodríguez Coloma [Texto]
&
 Ana Tomé [Fotografías]

lunes, 23 de octubre de 2023

MODALIDADES DE FICCIÓN

 


RUPTURA


Se casaron.

El quería ir a México a hacer la ruta del mezcal; ella, desde muy niña, había deseado pasar la luna de miel en Disneylandia.

 

    Jesús Alonso


LA IRRESISTIBLE ASCENSIÓN DE ARTURITO UI


La confusión se apoderó del parque. La madre, a du­ras penas conteniendo el llanto, reprochaba amarga­mente a su marido el que éste cediera siempre ante los caprichos del niño. El padre, cabizbajo, aguantaba estoi­camente la perorata de su esposa. El primogénito obser­vaba cómo su hermanito, asido de un globo desproporcionadamente grande para su tamaño, se iba rápidamente elevando. El policía, pistola en mano, esperaba impa­ciente una decisión para actuar. Pero ¿qué hacer? Si no disparaba, el niño se perdería irremediablemente en al­gún lugar de la estratosfera, pero si se decidía a hacer fuego... Finalmente, el abuelo, en un arrebato de casta de viejo coronel, y ante la pasividad general, decidió: «Mejor un muerto en la familia que un desaparecido». Y dio orden de disparar. El globo reventó con un seco ruido apenas perceptible. Segundos después el niño re­gresaba, estrellándose contra el adoquinado.

 Jorge Anglada Perletti


  


El mago hizo desaparecer al voluntario.

Dicen que pasó el resto de su vida en una celda en­sayando desesperadamente la segunda mitad del número.

 Antonio Simón Echeberria



LUNA


Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos. Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.

¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...

Entonces, alzando la voz, dijo:

Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.

¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.

Y... alguien podría bajar desde la azotea.

Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...

Bueno: te diré un secreto. En noches como ésta bastaría que una persona dijera tres veces "tarasá" para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.

Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá", se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.

    Enrique Anderson Imbert, El milagro y otros cuentos.


EL PIJAMA


Me llamo Cristina. Tengo 10 años. Vivo en una casa gigante y tengo una habitación para mí sola, en el techo tengo una ventana bien grande. Por las noches me gusta dormirme contemplando las estrellas. Mi mamá dice que las estrellas son los botones del pijama del niño Jesús y que éste, por las noches, nos guarda en un bolsillo para que durmamos felices y tranquilos. Mi mamá dice que la Luna es un roto que tiene el pijama porque el niño Jesús es más pobre que yo. Mi mamá dice que las noches de invierno, cuando hay nubes, es porque el niño Jesús se pone su pijama de franela para que además durmamos calentitos. Mi mamá dice que algunas noches de invierno llueve porque el niño Jesús es más pequeño que yo, que en el cielo no hay pañales (aunque se ve que sí pijamas), y que algunas veces no se aguanta. Mi mamá tuvo una educación de mierda. Cristi.

    Antonio García, Babelia, 18 de mayo de 2002, página 9.

&

 Helen Frankenthaler

 

martes, 26 de septiembre de 2023

DEFINICIÓN DE LITERATURA

 


DEFINICIÓN DE LITERATURA

   Si a una persona se le encomienda la tarea de buscar literatura, lo esperable es que no pierda mucho tiempo en dirigirse a una librería.

   Es frecuente pensar que la literatura sólo está contenida en los libros, cuando, la literatura conoce, en la actualidad (y siempre ha conocido), múltiples soportes: los muros pintados desde 1996 por Acción Poética, las paredes o los contendores de basura sobre los que escribe Neorrabioso, los guiones radiofónicos, de películas o series de Televisión, canciones (rap, hip hop, rock...), periódicos, discursos o, incluso, algunas conversaciones en las que los interlocutores privilegien la belleza del lenguaje.

   Además, conviene recordar que la literatura es anterior a la aparición de la imprenta e incluso a la escritura, como evidencia el hecho de que los pueblos ágrafos atesoren —también nuestros antepasados analfabetos— repertorios de canciones, relatos, leyendas u oraciones.

   En suma, podemos afirmar que la literatura existe desde tiempos inmemoriales, desde el momento en el uso del lenguaje, —tal vez litúrgico (recitar y rezar proceden de recitāre citar de nuevo)—, pesó más que el contenido del mensaje, la forma, bella y memorable, que adoptaban las palabras.

   ¿Qué define a la literatura?
   La literatura es un arte, por lo tanto procura la belleza.
   Ante una obra literaria (como ante cualquier obra de arte) el espectador disfruta, en primer lugar, una «experiencia estética» y, en segundo lugar, es posible que llegue la «experiencia intelectual».
Aristóteles y Platón denominan estética (griego «aisthētikē», latín «aesthetica») a la capacidad de percibir la belleza. El lector, durante la lectura o escucha, podrá mostrarse bien indiferente o bien percibirá la fealdad o la belleza del texto en sí.
   Posteriormente podrá llegar la fase intelectual en la que el lector manifestará su comprensión parcial o total de la obra en sí.
   Es probable que en nuestras lecturas, escuchas o visionados de obras literarias disfrutemos con obras que lleguen a decepcionarnos cuando intentemos racionalizar lo contemplado y, por supuesto, habrá grandes obras literarias que nos resulte costoso gozar durante la lectura, pero que aporten mucho valor a nuestra comprensión de mundo.
 
   Todas las manifestaciones artísticas, también la literatura, están condicionadas por un mutante canon de belleza.
   Esta medida varía por diversos motivos: el tiempo, el espacio y el factor social (individuo frente a sociedad).
 
a) el factor «tiempo»
 
   Si reparamos en el paso del tiempo, es fácil advertir que antaño merecían la consideración de literatura formas como las hagiografías (biografías de santos) o libros de oraciones, que no gozarán ahora de esa sanción en un mundo que, aunque judeocristiano, propende al agnosticismo y al ateísmo.
   También es evidente que ahora consideramos literatura, manifestaciones estéticas que no existían en el pasado (cine, videoclip, novela gráfica, videojuego...) o que no merecían esa consideración cultural.
   Siempre existieron formas narrativas hiperbreves, pero será a principios del siglo XXI cuando el microrrelato adquiera estatuto de cuarto género narrativo. También siempre la literatura ha abierto la puerta al erotismo, pero solo a partir de los años 60 del siglo XX (Henry Miller, Anaïs Nin, D.H. Lawrence...) obtiene el respeto del que goza en la actualidad la novela erótica, que, junto a la novela negra, ya no son consideradas manifestaciones degradadas de cultura popular, pues, desde la posmodernidad —principios de los años 80 del siglo XX— ya no existe semejante frontera entre cultura de élite y cultura popular, como demuestran las producciones cinematográficas de Quentin Tarantino, Umberto Eco, o la elevadísima calidad literaria de las series de televisión como la shakespeariana Breaking Bad, Chernobil o La casa de papel. Las buenas series de televisión son tal vez otra gran aportación del siglo XXI a un canon que ya se había visto ampliado cuando una de las entidades prescriptoras de mayor prestigio internacional, la sueca Fundación Nobel, concedió en 2015 el Nobel de Literatura a la periodista bielorrusa  Svetlana Alexiévich y un año después al cantante Bob Dylan.
Ambos autores no habían publicado libros.
 
b) el factor «espacio»
   
   No debe costar mucho imaginar cuántas podrían ser las divergencias en el gusto literario de sociedades alejadas en el espacio, puesto que, incluso en un mundo globalizado como el nuestro, todavía sobran los ejemplos.
   En una dictadura comunista como la de China, la censura limita el acceso a determinadas obras, por lo tanto, en su concepto de belleza literaria es difícil imaginar que acepten la literatura erótica. Además, su potentísima y milenaria tradición literaria y sus limitadas comunicaciones con la cultura norteamericana y europea, permiten suponer que estén más alejados de, por ejemplo, las fórmulas novelísticas occidentales, que otros países también asiáticos como Japón.
   Todos los países presentan singularidades en su producción literaria. Japón, por ejemplo, exportó al resto del mundo el haiku y, más recientemente, el manga. En Francia existe un mayor consumo de ensayo literario que, por ejemplo, en España, donde ciertos géneros hiperbreves como el aforismo cuentan con menos seguidores que en Italia. Algo parecido podría decirse sobre el teatro, un subgénero literario cuasi moribundo en nuestro país.
   El éxito editorial mundial del japonés Haruki Murakami no lo ha convertido aún en un autor mayúsculo en su país, algo que no puede sorprender, puesto que los referentes más evidentes de su literatura son más universales que locales.
   Un cineasta como el norteamericano Woody Allen tiene dificultades para producir y estrenar en su país sus películas, y, sin embargo, goza de todo el respeto —y éxito de público— en Europa.
   Los culebrones, producciones de bajo presupuesto nacidas en Sudamérica, tardaron en penetrar en España, donde merecen la consideración de productos estéticos de la cultura popular destinados a un público mínimamente exigente.
   En otro aspecto, recuérdese que los productores de la exitosa serie La casa de papel tuvieron que modificar su metraje para optar al éxito internacional.
 
c) el factor social: Ortodoxia y heterodoxia. El gusto de la sociedad frente al gusto del individuo. Cultura de élite y cultura popular.
 
   En todas las sociedades existe un consenso sobre los valores que sirven para cohesionar a la sociedad. Esos valores, que condicionan nuestra percepción de las cosas, determinan el «imaginario colectivo».
   En la actualidad solo a una minoría extremadamente retrógrada le parecen aberrantes las relaciones amorosas homosexuales. En esos usos sociales, el dogma es la tolerancia. Lo ortodoxo (el uso común) consiste en el respeto de la libre elección personal de cada individuo, mientras que lo heterodoxo sería despreciar, como sucedía antaño, lo que hoy simplemente consideramos «parafilias».
   Sirva este preámbulo para señalar que la consideración social de la literatura afecta a su valoración.
   Actualmente (aunque es una tendencia que arranca desde finales del siglo XX), los hábitos de consumo y producción literaria pueden hacer pensar que bajo el término «literatura» solo caben las novelas (uno de los cuatro subgéneros narrativos: novela, novela corta, cuento y microrrelato), puesto que la mayoría de los libros vendidos en España son novelas, hasta el punto de que, en el imaginario colectivo actual «novelista» equivalga a «escritor». Una de las preguntas que más frecuentemente padecen poetas y dramaturgos es «cuándo publicarán una novela».
   Que el consumo literario mayoritario sea de novela, no impedirá a un lector de poesía, aforismos, microrrelatos o bestiarios considerarse lector de literatura.
   En todas las sociedades existen diferencias sociales que explican el distinto acceso a la formación intelectual, por ello, incluso en una época como la actual, que presume de democratización de la cultura, sigue existiendo una cultura de la élite y una cultura popular, aunque, desde finales de los ochenta del siglo XX, es muy frecuente que esa frontera haya dejado de ser abismal, puesto que muchos creadores posmodernos han volcado su erudición en moldes de cultura popular para llegar a un número mayor de público.
   Al fin y al cabo, todos los productos culturales están sometidos a la dictadura del mercado, que solo permite existir a aquellas manifestaciones artísticas de las que obtiene réditos.

lunes, 26 de diciembre de 2022

[LA FLOR QUE EMPEZAMOS A OLER...], Emilio Gavilanes




La flor que empezamos a oler en la infancia acabamos de olerla con la nariz de nuestrsos hijos, cuando ya no estamos.

EMILIO GAVILANES, Bazar, La Discreta, Alpedrete. 2020, p. 110. 

&

Ugne Pouwell



sábado, 24 de diciembre de 2022

LA HERIDA, María Elena Higueruelo

 

LA HERIDA 

 

No importa cuánto duela: 

hay que esculcar en la herida 

para extirpar lo que la infecta. 

Y cada vez que se escarba 

la llaga queda más limpia, sí, 

pero también se hace más amplia. 

Pronto ha de llegar el día 

en que no quede ya borde 

que a ella y a mí nos distinga: 

 

toda yo seré carne abierta, 

sangre roja expuesta al mundo, 

y aún ha de quedar algo dentro, 

ni materia ni memoria, 

que contamine la úlcera. 

Descubriremos ahí mi infinitud, 

pues infinito es el polvo 

que de mí proviene 

y a mí regresa y en mí termina 

para enturbiar el humor negro 

que del alma brota: yo 

soy la herida y la infección; 

corte profundo, suciedad inmensa. 

No ha de convertirme en cicatriz el tiempo: 

si la grieta es condición de vida, 

solo la muerte puede cerrarla. 

 

MARÍA ELENA HIGUERUELO, Los días eternos, Rialp, Madrid, 2020, pp. 49-50. 

Gina Pane