Esta misma noche mi PC dijo hasta con un vocabulario de pitidos y signos incomprensibles, y en ese maltrance electrónico he perdido todos los textos allí emboscados desde hace seis años. Quizá no debí traerlo, tuve que haber pensado que para los viajes no se hicieron estas máquinas. Pulsé el timbre. ¿Poulos? Sí. Soy un amigo de Dimitri. Ah! Sí. Ya me avisó; pasa. Solo estaré unos días, después seguiré ruta por la isla. Como quieras; estás en tu casa. Él pinta durante casi todo el día, sólo nos vemos en las cenas. Bajo una pérgola comemos ensalada y pescado, reímos cuando a alguno se le derrama el yogurt, o si los niños llegan del embarcadero haciendo monerías con los peces y las cañas. Durante las mañanas duermo, y por las tardes observo con cierta extrañeza los pinos del acantilado; crecen año tras año inclinados, como si ya supieran que en alguna etimología viento viene de tiempo. Suelo darme un baño antes del crepúsculo y a veces paseo por la playa con Janet, la mujer de Poulos. Cuenta cómo le va con sus nuevas prensas para la uva y yo la escucho. También alguna tarde liemos encendido una fogata en la arena. Por las noches intento licuar el alfabeto, y no sé si escribo o hago que escribo, porque se me pasan muy rápido, un breve parpadeo. Al amanecer, antes de acostarme, me detengo unos instantes en la ventana orientada al sureste y miro cómo despunta la luz con [por decir algo] cotidiana resignación. Mucho más allá, Egipto. Un azul verdoso de mar cubre el mármol ya casi desconocido de las ruinas. Latente Alejandría. Pero este amanecer he mirado por la ventana con especial melancolía. Lo del ordenador ya no tiene remedio. En ese ente metafísico llamado disco duro atesoraba textos desde hace seis años, ficciones como guijarros con los que vamos surtiendo el camino por si un día queremos regresar a casa. Y yo ya no puedo, todo ha volado, se puede decir que hace seis años nada dio comienzo para venir a morir ayer en el receptáculo de lo vacío, y mi vida, ahora, anudada a lo real, ganará en peso como lo gana el péndulo tras cada bandazo. Todo esto pensaba cuando la ventana desenfocó la miopía, y entonces, más allá de lo visible, Alejandría [visible, pero con otro catalejo]. Una biblioteca se quemó allí hace dos mil años. Desde entonces no ha cesado el torrente de páginas abordando el terna. Cientos de relatos, teorías y refutaciones cada vez más osadas, lamentando la sabiduría allí depositada y disuelta en el Mediterráneo corno sustancioso plancton: Ficciones. Y pienso que aquella biblioteca también tuvo sus particulares seis años de nada resueltos en virtualidad. Todo lo que yo guardaba en mi disco duro tenía la pretensión de llegar a ser ficción, por eso, he pensado, qué mejor desgracia podría haberle ocurrido. [36]
AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO, Creta lateral travelling, Sloper, Palma de Mallorca, 2008,, pp. 46-48.
www.editorialsloper.es
AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO, Creta lateral travelling, Sloper, Palma de Mallorca, 2008,, pp. 46-48.
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