LA HERENCIA
Llego al notario y mientras subo en el ascensor hasta el quinto en
donde tiene el despacho pienso que no es que me alegre de la muerte de
Pedro, solo faltaría, tampoco es que fuera mala persona, al fin y al
cabo, porque tenía sus cosas como todo el mundo, pero malo lo que se
dice malo no era, o no tanto como para que a mí me dé ahora un subidón
de alegría con solo pensar que todas sus posesiones van a pasar a mis
manos gracias a su muerte súbita e inesperada, tan inesperada que hasta
resulta sospechosa. La policía investiga, pero yo ya les he dicho una y
mil veces que de ninguna manera puedo creer que nadie tuviera motivo
alguno para quererle ningún mal a Pedro, tan bueno él con todo el mundo,
o casi. También pienso que no me voy a poner a derrochar su fortuna,
aunque algún capricbito sí voy a permitirme, porque con él era difícil
darse lujo alguno. No es que fuera tacaño, tampoco es eso, pero vaya. Y
no es que me preocupe demasiado la policía. Se cansarán tarde o temprano
de investigar un caso de infarto. Es pura rutina, dicen, y yo les creo,
no tengo por qué estar con la mosca detrás de la oreja, aunque por si
acaso me he buscado un buen abogado, porque hay gente muy mala y muy
envidiosa, y no me refiero a nadie en particular, ni siquiera a mis
vecinas, que han venido todas juntas a darme el pésame con un
sentimiento tan auténtico como el mío propio, y han insistido en lo bien
que imaginan mi dolor, sobre todo teniendo en cuenta que, siendo yo
enfermera, no pudiera ayudarlo.
DIAGNÓSTICO: Lítotes (Figura retórica que consiste en atenuar lo que se quiere dar a entender, pero dejando clara la intención de quien habla).
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