Las familias bienintencionadas de Hamburgo, de Núremberg, de Munich, del París ocupado, escondían una niñita judía en la despensa de casa para librarla de la solución final. Sufría la niña durante algún tiempo, corriendo de armario en armario, de sótano en sótano, hasta que resultaba ya imposible guardarla en casa. Entonces la llevaban de un sitio para otro durante algunos días —otros pisos, sótanos, buhardillas- antes de decidirse a abandonarla en alguna tierra de nadie, en algún lugar solitario en el que no comprometiera a nadie: al día siguiente, la niña era detenida y, poco después, gaseada. Pero ya se sabe que la vida es el instante, el día a día, y ella había tenido un poco más de vida. Durante algunos días los biempensantes habían sido dioses, le habían dado vida a la niña, que tuvo esos instantes suplementarios -vida después de la vida- entre los saquitos de harina de estraperlo, y los huevos que la señora de la casa conseguía en las granjas cercanas. Algo así.
RAFAEL CHIRBES, Crematorio, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 342.
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